IV
Azul fue mi país,
y se adentró en la noche,
soñando, ebrio de vino,
con madrugadas de esplendor
que se perdieron por tu boca.
En la arena de la vida
te encontré girando como un astro que
al espacio se entrega
porque piensa que todo es alegría.
– Y los aires temblaban
bajo el gozo del cielo y
te amé demorándome en
cada humilde caricia-.
Fui en busca de las altas
montañas que expían sus verdores
colina abajo,
mientras los ríos las circundan.
Habrá un tiempo después para nosotros,
cuando vuelvan las aves migradoras
y ensombrezcan los ángeles
la noble resistencia
de los arcos de piedra por las plazas.
Vendrá un tiempo,
en mitad del atardecer,
en que no me equivoque,
como gema que confía
en sus cuestiones personales,
que regala su hermosura
y le avisa a la noche que se haga
antes de que ella estalle
con gusto en su destino.
¿Dónde, dónde nos detendremos
el uno frente al otro,
como una realidad entre
dos distancias iguales?
Tal que en la oscuridad
el mar bogara hacia la tierra
envenenado por la luz desdeñosa
que la mañana enciende y
luego apaga sin piedad.
Azul fue mi país,
y se adentró en la noche.
V
He nacido para las cosas invisibles.
No me conocen las mañanas de estío.
He nacido carne
que se alivia en tinieblas y palabras,
que existe en el regazo de los siglos
porque la orla la muerte.
No temo a la desgracia,
a la existencia,
a mis sueños tan solos.
El tiempo viajará
como una tórtola distraída
que vuela en cada hueco
de este instante,
y yo te iré perdiendo suavemente,
igual que el Sol
le dicta sus colores a la aurora.
VI
Fui tan pequeña que solía
mi corazón subir hasta tus labios.
De mí, venía la noche y
yo ponía los cielos con mis manos
– su crimen, su prodigio,
su frío, su belleza-
para tus pies desnudos
que la tierra no mira.
En vano mis riquezas,
mis miserias en vano.
Loca de soledad la luz del día.
Y, entonces, en tu cuerpo,
en tu cuerpo, sin tregua, sin cuidado.
Tengo las pruebas:
vivir no es asunto de dioses.
Esbozo de un árbol de estrellas
– Señor, yo existo -le dijo un hombre al universo.
– Sin embargo -replicó éste-,
tal hecho no me crea ninguna obligación.
Stephen Crane
Amé la juventud del mundo,
el color de los días de tormenta,
su fuego aniquilado
y sus amaneceres sucesivos,
los movimientos de los astros,
los collados que tiemblan de fertilidad,
las cumbres de los montes,
el resplandor y la inocencia.
¿Podré llevar conmigo
– no quiero otro equipaje-
la carne palpitante de mi cuerpo
donde el mundo existió
y en el que nada quede un día?,
¿las aves que incansables huyen
por el cielo, la lluvia,
la luz azul de la mañana?
Mirando mía foto del cráter Copérnico
(Norte del ecuador lunar)
Cuando el corazón carece de absoluto, ama.
De cara al misterio
de las piedras y al mar alborotado,
ama y puede albergar
al mundo en su ternura,
alentar la piedad
desde lo lejos,
y ceñir dulcemente
el silencio invernal
que viene de la Luna.
Tengo los labios entreabiertos
a sus copos de nieve,
ellos me alumbran
el camino.
Y el alba, con su fuerza,
me acaricia la boca.
Conversación sobre el mundo
Ellos se abrazan y se besan
para que ni un detalle
escape a su control.
Digamos que estos ritos
le sorprenden. Mirando
el mar tampoco nunca
llegará a saber nada.
Como hilos de oro sobre las mareas
hierve la realidad en torno suyo.
Hay que estar preparados,
dice. Cuando del rostro
ha desaparecido la última partícula
de esperanza, sonríe,
y observa el Sol de frente
y sin pestañear.
Historia general de la naturaleza
Su vida no es inútil,
empieza
debajo de los corredores.
Nunca había hecho nada parecido
a vivir, y no sabe.
La muchacha no vuelve
la vista atrás.
Esto es el futuro,
piensa ella.
La tarde pierde la paciencia y,
mientras dura el viaje,
la tristeza aprovecha la oportunidad.
Desea retirarse
viva, atrapar esa pureza,
soltar su carcajada,
y volver a ganar
altura con los brazos.
La vida es su
coraza. Apenas más humana
que un palacio de mármol,
la muchacha
siega el maíz del tiempo
con un impulso de cristal.
El argumento del designio
– Hay secretos enraizados
en cada ángulo de mi boca-.
Una bruma
de oro ha recubierto
la tierra yerma, ensimismada.
Sé que la oscuridad
también comete errores
que
aguardan a su tiempo
tras la puesta del Sol.
Soy la extranjera. Poco a poco
me acostumbro al color,
a los niños que sueñan
con sus ojos enormes
clavados en el rumbo
de esa estrella irreal
que nunca explica cómo
buscar sustento para el corazón.
La ausencia de prueba no es prueba de ausencia
Nacen los vientos desde el cielo
y me señalan el camino.
¿En qué lugar
de estas aguas profundas
encontrará reposo
mi mirada?
Cuando haya muerto,
¿podré yo amar?, ¿y a quién?
Cielo a la deriva
Voy caminando por el valle
de las mil lunas,
donde el crepúsculo
ha metido
al cielo de cabeza en los arroyos.
Con ellos va,
¡hay tanto cielo a la deriva
que se va!
Camino junto a los brotes, me apresuro
en burdeles que frecuentan los ángeles.
Soy una nube baja:
no rozaré jamás
las cumbres.
Ah, si vieras
cómo tiemblo,
sola junto a las azaleas del patio,
haciendo sortijas con la luz de los astros.
Materia oculta
Hollar un trozo
del dulce paraíso
donde nada ha cambiado,
tampoco la belleza
de los bosques demándalo,
ni siquiera las nieves
de los muchos inviernos
ya pasados.
La red del sistema