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Cenit

Nada existe excepto átomos y espacio vacío.

Todo lo demás son opiniones.

Demócrito de Abdera

I

No es difícil construir un cielo, siempre que se elijan los versos adecuados. En el redil de los recuerdos las bestias de la noche están atentas al ritmo de mi llanto. Los muros que sostienen el cielo que soñamos hoy son huesos plantados al apuntar el día. Ningún mal puede sobrevivir a un invierno perpetuo. La Tierra vive cara a cara de un cielo cubierto por sí mismo. Lanza sus abrojos, como pequeños amores que pronto se consumen de deseo.

II

Encerrada entre espinas, ¿qué será de la rosa a medianoche? Los mochuelos murmuran de desdicha, ellos saben que a veces estallan los secretos de la rosa – su salvaje agonía y su blancura- en el jardín de invierno donde habita mi voz. No se pierde la rosa en el parterre, la tierra la amenaza con sus piedras enormes, le dice que la aurora es un desgarro por el que el tiempo crece. Yo me aparto del mundo y así la miro abrirse entre tallos: una tierna locura que dibuja figuras en la luz.

III

Tan hermosa como la muerte de un poeta que, al fin, se ha vuelto loco, la tormenta de nieve cae sobre nosotros: un silencio del cielo que nos conduce a casa. Enramada en el blanco de la tierra, yo me dormiré bajo los árboles que rutilan de frío. El valle se oscurece, un anciano suspira, con el paso cansado, hacia la aldea. La tumba del amor yace entre tempestades bajo la tarde sin caminos, y una alondra solloza, está cautiva en medio del furor del firmamento. Hasta que llegue la mañana, sentiré que todo es posible, incluso la alegría que el rocío arrastra por las huertas, con cadenas de hielo.

IV

No saben detenerse los amantes, hablarle al rostro mudo del futuro: ¿Qué hacemos aquí, oh tiempo que te marchas igual que un dios que olvida sus placeres terrenales? Tiempo contado en gotas de ámbar. El verano nos tenderá sus alfombras de olvido. íntima y tormentosa, la noche sabrá todo de nosotros, contará las estrellas una a una, y en voz baja llorará tanta luz pura a los pies de mi cama. El brillo de los cielos retará la mirada de la Tierra, y alguna vez seré libre: sin pasión, sin camino, sin azules praderas que me esperen, sin la arrogante leyenda del mar irrumpiendo en mi casa. Inconsolablemente libre, viajaré por lugares que apenas necesiten del aire o el pensamiento para saberse ciertos como ojos de perro. El océano, tranquilo, acogerá la niebla de un mundo impetuoso que no nos pertenece. Llegaré cuando el viento aniquile al invierno con "su acero, cuando el atardecer, armado de cuchillos, prometa acariciarme lentamente mientras aúlla que no pueden detenerse los amantes, corazones que tiemblan más deprisa que el agua.

V

Quizás muera mañana: mi carne fugitiva en la luz de tus labios. Desnuda como el mundo, haré mis pactos con la claridad y tal vez todos mis sentidos de amor se mueran, sembrados por los campos eternos. de un tiempo consumado. Y, entonces, una luna de gorriones jugará la partida, y el cielo no sabrá soñar de nuevo con sus pájaros.

VI

Y si todo muriese, ¿qué haré para saber que no amé en vano? Arrancaré tu corazón, y luego volveré a colocarlo en tu pecho, de manera que sus latidos se acompasen a los míos, con dulzor. Yo haré que la tarde persiga a la noche, no me importa de dónde haya venido toda la oscuridad, ella conoce mi mal, mis palabras, mi cuarto, mi memoria, brasas que al sol resisten, lenguas de jade que a las sombras persiguen, de promesa en promesa. Jazmín aniquilado en sus amores, mi gozo es tu materia, y si todo muriese crece libre en mitad del azul de los cielos, vete lejos, que yo te miraré partir en secreto silencio, pues si todo muriese habrá de ser más bello en el último día.

Dedicatorias

El argumento del designio, para Femando Royuela.

Mirando una foto del cráter Copérnico, a José Francisco Ruiz Casanova.

Cielo a la deriva, a Josu Ormaetxe.

La perfección siempre es estéril, a Carlos da Veiga.

Condición límite, a Juan Ignacio García Garzón.

Perseo en el cielo boreal, a Fernando Marías.

Cuidado con las flores, a Tomás Hernández.

Finales de partida (Bucle de Cygnus), a Manuel Vázquez Montalbán, in memoriam.

Materia es energía, energía es eterno goce, a Andrés Laina.

Las ciencias de la vida, a Christian Law.

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