Выбрать главу

– ¿Recuerdas, cielito -dijo Olivia-, que te contamos que en mi útero estaba creciendo un bebé?

Blue lo recordaba. Se lo habían mostrado en unas fotografías de un libro.

– El bebé va a nacer pronto -continuó Olivia-. Eso quiere decir que las cosas van a ser diferentes.

Blue no quería que fueran diferentes. Quería que se quedaran exactamente igual.

– ¿El bebé va a dormir en mi habitación? -Blue tenía por fin una habitación propia y no quería compartirla.

Tom y Olivia intercambiaron una mirada antes de que Olivia respondiera:

– No, cielito. Es algo mejor. ¿Recuerdas a Norris? Nos visitó el mes pasado, es la señora que fundó Artistas para la Paz. ¿Te acuerdas que nos habló de su casa en Alburquerque y de su hijo, Kyle? Te enseñamos donde está Nuevo México en el mapa. ¿Te acuerdas de cuanto te gustó Norris?

Blue asintió ignorando su destino.

Pues adivina -dijo Olivia-. Tu madre, Tom y yo lo hemos arreglado todo para que vayas a vivir con Norris.

Blue no lo entendió. Observó sus grandes sonrisas falsas. Tom se frotó el pecho por encima de la camisa de franela y pestañeó como si estuviese a punto de llorar.

– Olivia y yo te vamos a echar mucho de menos, pero tendrás un enorme patio donde jugar.

Eso no era lo que ella quería. Sintió náuseas y le dieron arcadas.

– ¡No! No quiero un patio. ¡Quiero quedarme aquí! Me lo prometisteis. ¡Dijisteis que podría vivir aquí siempre!

Olivia la llevó a toda prisa al cuarto de baño y le sujetó la cabeza mientras vomitaba. Tom se dejó caer en el borde de la vieja bañera.

– Queríamos que te quedaras, pero eso fue antes de saber lo del bebé. Las cosas son ahora más complicadas por el dinero y eso. En casa de Norris tendrás otro niño con quien jugar. Será divertido.

– ¡También aquí tendré un niño con quien jugar! -había sollozado Blue-. Tendré al bebé. No dejéis que me vaya. ¡Por favor! Seré buena. Seré tan buena que no os molestaré nunca.

Todos habían acabado llorando, pero al final, Olivia y Tom la habían llevado a Alburquerque en su vieja furgoneta oxidada de color azul y se habían marchado sin despedirse.

Norris era gorda y le enseñó cómo tejer. Kyle de nueve años le enseñó a jugar a las cartas y a la Guerra de las Galaxias y así un mes siguió a otro. Gradualmente, Blue dejó de pensar en Tom y Olivia y comenzó a querer a Norris y Kyle. Kyle era su hermano secreto y Norris su madre secreta, e iba a quedarse con ellos para siempre.

Entonces, Virginia Bailey, su madre de verdad, regresó de América Central y se la llevó. Fueron a Texas, donde vivieron con un grupo de monjas activistas y pasaban juntas todo el día. Su madre y ella leían libros, hacían proyectos artísticos, practicaban español, y mantenían largas conversaciones sobre cualquier cosa. Pasaba días enteros sin pensar en Norris y Kyle. Blue comenzó a adorar a su madre y se mostró inconsolable cuando Virginia se fue.

Norris se había casado otra vez y Blue no podía regresar a Alburquerque. Las monjas se quedaron con ella hasta que terminó el año escolar, y Blue transfirió su amor a la hermana Carolyn. La hermana Carolyn llevó a Blue a Oregón, donde Virginia había dispuesto que Blue se quedara con una agricultura orgánica llamada Blossom. Blue se había aferrado tan desesperadamente a la hermana Carolyn que Blossom tuvo que separarla a la fuerza.

El ciclo comenzó una vez más, pero esta vez Blue se cuidó de tomar afecto a Blossom y cuando se tuvo que marchar, descubrió que no resultaba tan doloroso como las otras veces. Desde entonces, era más cuidadosa. En cada cambio que siguió, mantuvo la distancia emocional, hasta que, al final, apenas le dolía partir.

Blue miró la cama del hotel. Dean estaba excitado y esperaba que ella le solucionara el problema, pero él no sabía cuán arraigada era su aversión a las relaciones esporádicas. En la universidad había observado a sus amigas, que al igual que en Sexo en Nueva York, seacostaban con todo aquel que pillaran. Pero en lugar de sentirse bien, habían acabado deprimidas. Blue había sufrido demasiadas relaciones cortas en su infancia y no quería añadir ninguna más a la lista. Si no contaba a Monty -algo que no hacía-, sólo había tenido dos amantes, los dos artistas, dos hombres que habían dejado que fuera ella la que llevara la voz cantante. Era mejor de esa manera.

El pomo de la puerta del cuarto de baño se movió. Tenía que actuar con cautela a la hora de tratar a Dean, si no quería que la dejara tirada por la mañana. Por desgracia, el tacto no era lo suyo.

El salió del cuarto de baño con la toalla enrollada alrededor de las caderas. Parecía un dios romano que se hubiera tomado un respiro en mitad de una orgía mientras esperaba que le enviaran a la siguiente virgen. Pero cuando la luz le dio de lleno, ella cerró los dedos sobre el bloc. No era una divinidad romana perfectamente esculpida en mármol. Tenía el cuerpo de un guerrero… fuerte, poderoso, y preparado para la batalla.

Dean se dio cuenta de que ella miraba las tres delgadas cicatrices de su hombro.

– Un marido celoso.

Ella no lo creyó ni por un segundo.

– Los peligros del pecado.

– Hablando de pecado… -Su perezosa sonrisa exudó seducción-. He estado pensando… se hace tarde y somos dos desconocidos solitarios con una cama confortable y no veo mejor manera de entretenernos que hacer uso de ella.

Había dejado de lado la sutileza para lanzarse directo a la línea de meta. Su hermosa cara y su estatus de deportista le daban mucha seguridad con las mujeres. Ella lo comprendía. Pero ella no era como las otras mujeres. Él se acercó más. Olía a jabón y a sexo. Consideró volver a jugar a lo de los gays, pero, ¿para qué molestarse? Podía pretextar dolor de cabeza y huir de la habitación, o podía hacer lo que siempre hacía: enfrentarse al reto. Se levantó de la silla.

– Vamos a dejar las cosas claras, Boo. No te importa que te llame Boo, ¿verdad?

– De hecho…

– Eres guapísimo, sexy y tienes un cuerpo de infarto. Tienes más encanto del que debería tener ningún hombre. Tienes mucho gusto con la música y además eres muy rico. Y simpático. No creas que no me he fijado. Pero lo cierto es que no me pones.

Dean frunció el ceño.

– ¿Que no te pongo?

Ella intentó parecer abochornada.

– No es culpa tuya. Soy yo.

Él parpadeó, bastante asombrado. No lo podía culpar. Era indudable que él había usado eso de «no es culpa tuya, soy yo» miles de veces, y debía de ser desconcertante que alguien empleara esa misma táctica con él.

– ¿Estás bromeando, no?

– La verdad lisa y llana es que me siento más cómoda con perdedores como Monty, y no tengo intención de volver a cometer ese error. Si me acostase contigo… y créeme llevo horas y horas pensándolo detenidamente…

– Nos conocemos hace sólo ocho horas.

– No tengo tetas y no soy guapa. Si nos enrolláramos, sabría que sólo me estás utilizando porque soy lo único que tienes a mano y eso me haría sentir muy mal. No quiero tener que volver a pasar por otra depresión, y, francamente, estoy harta de perder el tiempo en instituciones mentales.

La sonrisa de Dean fue calculadora.

– ¿Alguna cosa más?

Ella cogió su bloc junto con la cerveza.

– Eso es todo, eres un hombre que vive para que lo adoren y yo no sirvo para adorar a nadie.

– ¿Quién te ha dicho que no eres guapa?