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Ella había tenido una infancia todavía más inestable que la suya. Ver para creer.

– Por suerte, los amigos de mi madre son muy buena gente. Aprendí un montón de cosas que la mayoría de los niños no suelen aprender.

– ¿Como cuáles?

– Bueno…, sé latín y algo de griego. Sé hacer una pared, plantar un huerto orgánico, soy una excelente manitas y una cocinera fuera de serie. Apuesto lo que sea a que no puedes superar eso.

Él hablaba condenadamente bien en español y también era un buen manitas, pero no quería echarle a perder la diversión.

– Hice cuatro pases de touchdown con los Ohio State en la final de la copa universitaria, Rose Bowl.

– Supongo que harías revolotear el corazón de las princesitas de la universidad.

A Castora le gustaba burlarse de él, pero lo hacía tan abiertamente que no resultaba maliciosa. Algo extraño. Se terminó el café de golpe.

– Con tanto movimiento, seguir las clases en el colegio debió de ser todo un reto.

– Cuando eres siempre la recién llegada, acabas desarrollando ciertas habilidades.

– No lo dudo. -Empezaba a darse cuenta dónde se había originado esa actitud antagónica-. ¿Fuiste a la universidad?

– A una pequeña universidad de arte. Tenía una beca, pero lo dejé al segundo año. Bueno, es el lugar donde más tiempo he estado.

– ¿Por qué te marchaste?

– Me gusta viajar. Nací para vagar, nene.

Lo dudaba. Castora no era así por naturaleza. De haber sido criada de manera diferente, estaría casada y dando clase en la guardería a sus propios hijos.

Dejó un billete de veinte dólares sobre la mesa y cuando no esperó la vuelta, ella reaccionó de manera previsible.

– ¡Por dos tazas de café, un donut y un bollo que no has terminado!

– Pues cómelo tú.

Ella cogió el bollo con rapidez. Mientras cruzaban el aparcamiento, él estudió los dibujos que le había hecho y se dio cuenta de que había salido ganando con el trato. Por un par de comidas y el alojamiento de una noche, había recibido material para la reflexión, ¿cuántas veces ocurría eso en su vida?

A medida que transcurría el día, Dean observó que Castora se sentía más inquieta. Cuando se detuvo para echar gasolina, ella salió disparada al baño, dejando en el coche el bolso negro de lona. Mientras llenaban el depósito, Dean no se lo pensó dos veces: se puso a registrarlo. Ignoró el móvil y un par de blocs, y fue directo a por la cartera. Contenía un carnet de conducir de Arizona -era cierto que tenía treinta años-, carnets de bibliotecas de Seattle y San Francisco, una tarjeta ATM, dieciocho dólares en efectivo y la foto de una mujer de mediana edad con apariencia delicada delante de un edificio en ruinas. Aunque era rubia, tenía los mismos rasgos delicados y menudos que Castora. Debía de ser Virginia Bailey. Registró más a fondo el bolso y sacó un talonario de cheques y dos car tillas de cuentas bancarias de un banco de Dallas. Cuatrocientos dólares en la primera y mucho más en la segunda. Castora tenía buenos ahorros, ¿por qué actuaba como si estuviera en la ruina?

Ella regresó al coche. Él metió todo de nuevo en el bolso, lo cerró y se lo entregó.

– Estaba buscando caramelos.

– ¿En mi cartera?

– ¿Cómo ibas a tener caramelos en la cartera?

– ¡Estabas registrándome el bolso! -Por la expresión de su cara dedujo que fisgonear no era algo que la molestara mientras no fuera ella el objetivo. Un dato a tener en cuenta para no perder de vista su propia cartera.

– Prada hace bolsos -le dijo mientras se alejaban de la gasolinera en dirección a la interestatal-. Gucci hace bolsos. Eso que tú llevas parece una de esas cosas que regalan cuando uno se compra un calendario de tías.

Ella saltó indignada.

– No puedo creer que estuvieras registrándome el bolso.

– Y yo no puedo creer que dejaras que te pagara Ja habitación de hotel ayer por la noche. No es que estés precisamente en la ruina.

El silencio fue su única respuesta. Ella se volvió a mirar por la ventanilla. Su pequeña estatura, los hombros estrechos, los delicados codos que surgían de las mangas de la enorme camiseta negra… todos esos signos de fragilidad deberían haber despertado los instintos protectores de Dean. No lo hicieron.

– Alguien me vació las cuentas hace tres días -dijo ella sin aspavientos-. Por eso estoy ahora en Ja ruina.

– Deja que adivine. Monty, la serpiente.

Ella se tiró distraídamente de la oreja.

– Así es. Monty, la serpiente.

Estaba mintiendo. Blue no había dicho ni una palabra sobre las cuentas bancarias cuando había atacado a Monty el día anterior. Pero por la triste expresión de su cara estaba claro que alguien le había robado. Castora necesitaba algo más que transporte. Necesitaba dinero.

Dean se sentía orgulloso de ser el tío más generoso del mundo. Trataba a las mujeres con las que salía como sí fueran reinas y les hacía buenos regalos cuando su relación terminaba. Nunca había sido infiel y era un amante desinteresado. Pero el antagonismo de Blue reprimía su tendencia natural a abrir la cartera. Le dirigió una mirada a su cabello revuelto y a esa pobre excusa de ropa. No era precisamente una mujer imponente, y bajo circunstancias normales, jamás se habría fijado en ella. Pero la noche anterior, ella había levantado una señal de stop bien grande y el juego había comenzado.

– ¿Y qué vas a hacer? -le preguntó.

– Bueno… -Blue se mordisqueó el labio inferior-. La verdad esque no conozco a nadie en Kansas City, pero tengo una compañera de universidad que vive en Nashville. Y ya que vas a pasar por allí

– ¿Quieres que te lleve a Nashville? -Lo hacía parecer como si le hubiera pedido que la llevara a la luna.

– Si no te importa…

No le importaba lo más mínimo.

– No sé. Nashville está muy lejos, y tendría que pagarte las comidas y otra habitación de hotel. A menos que…

– ¡No pienso acostarme contigo!

Él le dirigió una sonrisa perezosa.

– ¿Es que sólo piensas en el sexo? No pretendo lastimar tus sentimientos, pero, francamente, te hace parecer bastante desesperada.

Era un truco demasiado manido, y ella se negó a morder el anzuelo. Así que se puso unas gafas de sol baratas de aviador que le hacían parecer Bo Peep a punto de pilotar un F-18.

– Tú sólo conduce y sigue tan guapo como siempre -dijo ella-. No hay necesidad de que te exprimas el cerebro dándome conversación.

Tenía más temple que ninguna mujer que hubiera conocido.

– La cosa es, Blue, que no soy sólo una cara bonita, también soy un hombre de negocios, con lo cual espero ver los frutos de mi inversión. -Debería sentirse tan jodidamente ofendido como sonaba, pero en realidad estaba disfrutando demasiado.

Tienes un retrato original de Blue Bailey -dijo ella-. También tienes un vigilante para tu coche y una guardaespaldas que alejará a tus admiradores. Honestamente, debería cobrarte. Creo que lo haré. Doscientos dólares hasta llegar a Nashville.

Antes de que él pudiera soltarle lo que pensaba de esa idea, SafeNet los interrumpió. Hola Boo, soy Steph,

Blue se inclinó hacia el micrófono.

– Boo, demonios. ¿Qué has hecho con mis bragas?

Se hizo un largo silencio. Dean la miró furioso.

– Ahora no puedo hablar, Steph. Estoy oyendo un audiobook, y estaban a punto de matar a alguien a puñaladas.

Castora se bajó un poco las gafas mientras él desconectaba la conexión y lo miró burlona por encima de la montura.

– Lo siento. Estaba aburrida.