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– ¿Hay más?

– Lleva un rato verlas. -Se dejó caer en una silla entre las ventanas y dijo con un tono bajo y afligido-: Lo siento. No tenía intención de hacerlo. Esto es un comedor. Estos murales son para el dormitorio de… de un niño… o una niña. Pero las paredes eran perfectas, y la luz era exquisita, y no sabía que en realidad quería pintar algo así.

Parecía que Dean no lograba asimilarlo. Donde quiera que mirara, veía algo nuevo. Un pájaro con una cestilla colgando del pico volaba por el cielo. Un arco iris por encima del marco de la puerta, y una nube con la cara de un anciana de mejillas sonrosadas mirando hacia el carromato gitano. En la pared más larga, un unicornio metía el hocico en el agua de la orilla del estanque. No era extraño que a Riley le encantaran esos murales. Y no era extraño que April pareciera tan preocupada cuando él le había preguntado por ellos. ¿Cómo podía Blue, que era famosa por su dureza y testarudez, haber creado algo tan tierno y mágico?

Tal vez porque ella no era dura en absoluto. La dureza de Blue era sólo una armadura que se había construido para poder sobrevivir. Por dentro era tan delicada y frágil como las gotas de rocío que había pintado sobre unas campanillas.

Blue enterró la cara entre las manos, entrelazando los dedos en los rizos.

– Son terribles. Sabía que lo estaba haciendo mal mientras los pintaba, pero no podía detenerme. Fue como si algo se liberase en mi interior, y tuviera que plasmarlo. Te devolveré el cheque, y si me das unos meses, te reembolsaré lo que te cueste repintar el comedor.

Él se arrodilló delante de ella y le apartó las manos de la cara.

– Nadie va a repintar nada -dijo Dean mirándola a los ojos-. Lo quiero así.

«Y también te quiero a ti.»

La certeza de amarla lo atravesó como un soplo de aire fresco,

Había encontrado su destino cuando se detuvo en esa carretera a las afueras de Denver. Blue lo desafiaba, lo fascinaba, lo volvía loco… Dios, lo volvía loco siempre. Pero, sobre todo, ambos se comprendían mutuamente. Esos murales dejaban al descubierto a la soñadora que llevaba dentro, la mujer que estaba decidida a alejarse de él el lunes por la mañana.

– No tienes por qué fingir-dijo ella-. Te he dicho muchas veces cuánto odio que te hagas el simpático. Cuando tus amigos vean esto…

– Cuando mis amigos vean esto, no tendré que preocuparme por que nos quedemos sin tema de conversación en la cena, eso seguro.

– Pensarán que has perdido el juicio.

«No después de que te conozcan.»

Con una mirada seria que él nunca le había visto antes, Blue le pasó una mano por el pelo.

– Tú tienes estilo, Dean. Esta casa es masculina. Todo en ella lo es. Sabes lo poco que pegan aquí esos murales.

– Cierto, no pegan nada, pero son increíblemente hermosos. -«Igual que tú»-. ¿Te he dicho ya lo asombrosa que eres?

Ella le escrutó la cara. Siempre había tenido habilidad para calarlo, y la expresión de Blue se volvió gradualmente interrogativa.

– Te gustan de verdad, ¿no? No lo dices sólo porque tengas buen corazón.

– Jamás te mentiría sobre una cosa tan importante. Son maravillosos. Tú eres maravillosa. -Comenzó a besarla… en los ojos, en la curva de la mejilla, en los labios. Los murales lanzaron un hechizo sobre ellos, y pronto la apretó contra su cuerpo. La tomó en brazos y la llevó fuera, moviéndose de un mundo mágico a otro… hacia el refugio que era la caravana gitana. Bajo las vides y las flores de fantasía, hicieron el amor. En silencio. Con ternura. Todo era perfecto. Finalmente, Blue era suya.

La almohada vacía a su lado a la mañana siguiente era el resultado de no haber dispuesto la instalación de esa letrina portátil de Porta Potti. Dean se puso los pantalones cortos y la camiseta. Blue debía de haber ido a hacer café. Tenía intención de tomárselo sentado en el porche con ella mientras hablaban de lo que harían el resto de sus vidas. Pero cuando atravesaba el patio, vio que el Corvette rojo no estaba. Se apresuró a entrar en la casa y rápidamente contestó al teléfono que sonaba en ese momento.

– ¡Vente para acá ahora mismo! -gritó Nita cuando respondió-. Blue piensa marcharse.

– ¿De qué está hablando?

– Nos mintió al decirnos que se iba el lunes. Durante todo este tiempo planeaba marcharse hoy. Chauncey Crole la llevó a recoger el coche de alquiler, y ahora mismo está cargando sus cosas en el coche. Sabía que algo no encajaba. Ella estaba…

Dean no esperó a escuchar el resto.

Quince minutos más tarde, entraba en el callejón detrás de la casa de Nita dando un frenazo que hizo saltar los cubos de basura que estaban delante del garaje. Blue estaba metiendo sus cosas en el maletero de un Corolla último modelo. A pesar del calor, llevaba puesta una camiseta negra sin mangas, unos vaqueros y las botas militares. Dean no se habría sorprendido ni aunque la hubiera visto con un collar de púas en torno al cuello. El único toque femenino que aún conservaba era ese corte de pelo vaporoso. Salió de la camioneta de un salto.

– Gracias por despedirte.

Ella dejó caer una caja con sus utensilios de pintura en el maletero. El asiento trasero ya estaba cargado.

– Me harté de decir adiós cuando era niña -dijo ella con frialdad-. Y me niego hacerlo ahora. Por cierto, te alegrará saber que me ha venido la regla.

Dean jamás había lastimado a una mujer en su vida, pero ahora mismo tenía unas ganas locas de sacudirla hasta que le castañearan los dientes.

– Estás como una cabra, ¿lo sabes, no? -Se cernió sobre ella-. ¡Te quiero!

– Bueno, bueno, yo también te quiero. -Metió la bolsa en el maletero.

– Lo digo en serio, Blue. Estamos hechos el uno para el otro. Debería habértelo dicho anoche, pero estabas tan jodidamente nerviosa que quise preparar el terreno para que no salieras corriendo.

Ella se plantó una mano en la cadera intentando parecer dura, pero sin conseguirlo.

– Di la verdad, Dean. No me amas.

– ¿Tanto te cuesta creerlo?

– Pues sí. Tú eres Dean Robillard, y yo soy Blue Bailey. Tú vistes ropa de marca, y yo soy feliz con cualquier cosa del Wall-Mart, Soy una perdedora, mientras que tú tienes una carrera brillante ¿Necesitas oír más? -Cerró de golpe el maletero.

– Ésas son sólo cosas superficiales y sin sentido.

– Seguro. -Sacó unas gafas de sol baratas del bolso que había dejado sobre el capó y se las puso con rapidez. La bravuconería de Blue flaqueaba y le tembló el labio inferior-. Tu vida ha dado un vuelco este verano, Boo, y yo sólo fui la chica de turno que te ayudó a afrontarlo. No niego que he disfrutado cada minuto de las últimas siete semanas, pero nada de esto ha sido real. Sólo ha sido otra versión de Alicia en el país de las Maravillas.

Dean odiaba sentirse impotente y contraatacó.

– Créeme, conozco la diferencia entre la realidad y la fantasía mejor que tú a juzgar por los murales del comedor. ¡Y encima ni siquiera te has dado cuenta de lo buenos que son!

– Gracias.

– Blue, tú me amas.

Ella apretó la mandíbula.

– Estoy loca por ti, pero no estoy enamorada.

– Sí, lo estás. Pero no tienes agallas para reconocerlo. Blue Bailey perdió el valor hace mucho tiempo.

Él esperó el contraataque de Blue, pero ella inclinó la cabeza y hundió la punta de la bota en la grava del suelo.

– Soy realista. Algún día me lo agradecerás.

Todo el descaro y la desfachatez de Blue habían desaparecido. Todas sus bravatas se habían desvanecido en el aire. En su lugar, mostraba lo que llevaba en el interior: falta de confianza y vulnerabilidad. Él se esforzó por intentar recuperar la calma, pero no lo consiguió.