– ¿Un error? -exclamó April, dejando la brocha a un lado-. No puedo permitir que te sientas como un error.
Jack se bajó de la escalera y se colocó a su lado; de repente, los dos estaban del mismo bando.
– Tú has sido un milagro, no un error.
Dean se frotó la pintura de la mano.
– No sé, Jack. Cuando los padres de uno se odian…
– Nosotros no nos odiamos -gritó Jack-. Ni siquiera llegamos a odiarnos en nuestros peores momentos.
– Eso era entonces, y esto es ahora. -Dean se quitó más pintura de la mano-. Tal y como yo lo veo… No importa. No sé ni para qué me molesto. Me conformaré con lo que tengo. Cuando vayáis a mis partidos, os conseguiré los asientos más separados que haya.
Blue ya habría puesto los ojos en blanco, pero April se llevó una mano al pecho, dejando una mancha de pintura.
– Oh, Dean, no tienes que mantenernos separados. No es eso.
Él fingió quedarse perplejo.
– ¿ Cómo que no? Será mejor que me lo expliques porque estoy algo confundido. ¿Tengo una familia o no?
April se quitó el pañuelo de la cabeza.
– Amo a tu padre, aunque es la mayor estupidez que he cometido en mi vida. Lo amaba entonces, y lo amo ahora. Pero eso no quiere decir que él pueda entrar y salir de mi vida cada vez que se le antoje. -Su madre sonaba más ultrajada que enamorada, y Dean no se sorprendió cuando Jack se ofendió.
– Si me amas, ¿por qué demonios me lo estás haciendo pasar tan mal?
Su viejo no estaba manejando las cosas como debería, así que Dean rodeó los hombros de su madre con un brazo y dijo:
– Porque ella ya no tiene rollos de una noche, y eso es todo lo que le ofreces. ¿No es así, April? -Acto seguido se dirigió a su padre-. La llevarás a cenar un par de veces y luego te olvidarás de que existe.
– Deja de decir chorradas -contestó Jack-. Y de todas maneras, ¿tú de qué parte estás?
Dean consideró la idea.
– De la de ella.
– Muchas gracias. -El pendiente de Jack se balanceó cuando giró bruscamente la cabeza hacia la casa-. Piérdete tú también. Tu madre y yo tenemos algunas cosas que aclarar.
– Sí, señor. -Dean cogió una botella de agua y desapareció. De todas maneras quería estar a solas.
Jack cogió a April por el brazo y la guió al interior del granero donde podrían disfrutar de un poco de privacidad. Estaba ardiendo y no solo por el calor del mediodía. Lo consumían las llamas de la culpabilidad, del miedo, de la lujuria, y de la esperanza. El polvoriento granero todavía conservaba un olor apenas perceptible a heno y abono. Empujó a April a uno de los establos.
– Ni se te ocurra volver a decir que todo lo que quiero de ti es sexo, ¿ me oyes? -Le dio una pequeña sacudida-. Te amo. ¿ Cómo podría no amarte? Estamos hechos el uno para el otro. Quiero compartir mi vida contigo. Y creo que deberías haber resuelto esto sin tratar de conseguir que nuestro hijo piense que soy un asco.
April no se amilanó.
– ¿Cuándo te diste cuenta exactamente de que me amabas?
– Desde el principio. -Jack vio el escepticismo en los ojos de April-. Tal vez no la primera noche. Quizá no fue tan inmediato.
– ¿Tal vez ayer?
El quiso mentir, pero no pudo.
– Mi corazón lo sabía, pero mi cabeza aún no se había dado cuenta. -Le rozó la mejilla con los nudillos-. Tú eres más valiente que yo. Cuando has dicho esas palabras, algo estalló dentro de mí y al fin pude ver la verdad.
– ¿Y qué verdad es ésa?
– Que mi corazón late de amor por ti, mi dulce April -dijo Jack con la voz ahogada por la emoción, pero ella no se conformó y lo miró directamente a los ojos.
– Quiero oír más.
– Te escribiré una canción.
– Eso ya lo has hecho. ¿Quién podría olvidarse de esa memorable letra sobre la belleza rubia que estaba destrozando su cuerpo?
El sonrió y tomó uno de los mechones rubios entre los dedos.
– Esta vez escribiré una canción más agradable. Te amo, April. Me has devuelto a mi hija, y a mi hijo. Hasta hace unos meses, he vivido en un mundo que había perdido su luz, pero cuando te vi, todo empezó a brillar de nuevo. Eres un regalo mágico e inesperado, y creo que no podría sobrevivir si desaparecieras.
Aunque Jack no esperaba que cediera tan pronto, una sonrisa curvó la suave boca de April cuando llevó las manos a la cinturilla de sus pantalones.
– Vale. Te creo. Quítate la ropa.
Jack soltó una carcajada y la arrastró a lo más profundo del establo. Encontraron una vieja manta y rápidamente se deshicieron de sus ropas sudorosas y salpicadas de pintura. Sus cuerpos habían perdido la tonicidad de la juventud, pero las suaves curvas de April complacieron a Jack y ella lo acarició como si él aún tuviera veintitrés años.
Jack no podía decepcionarla. La acostó sobre la manta donde se besaron una y otra vez. Él exploró sus curvas mientras los rayos de sol que se filtraban por los tablones del granero caían sobre sus cuerpos como delgados hilos dorados que los unirían para siempre.
Cuando ya no pudieron tolerar más aquel doloroso placer, Jack se colocó suavemente sobre ella. April abrió las piernas y lo dejó entrar. Estaba mojada y apretada. El duro suelo puso a prueba sus cuerpos -algo que pagarían al día siguiente-, pero, por ahora, no les importaba. Jack comenzó a moverse dentro de ella. Este era un amor espiritual. Un amor sincero y puro. Sin las prisas de la juventud podían mirarse fijamente a los ojos sin apartar la mirada. Podían transmitirse mensajes sin palabras y establecer compromisos mutuos. Se movieron juntos. Se mecieron juntos. Subieron hasta la cima y cuando todo acabó, se regocijaron del milagro que acababa de ocurrir.
– Me has hecho sentir como una virgen -dijo ella.
– Tú me has hecho sentir como un héroe -dijo él.
Envueltos por el polvo y los olores del sexo y el sudor, permanecieron abrazados. Y a pesar del duro suelo que ya hacía que se les resintieran las articulaciones, sus corazones cantaban de alegría. El largo pelo rubio de April cayó sobre el cuerpo de Jack cuando ella se apoyó sobre el codo para besarlo en el pecho. Él le acarició la espalda.
– ¿Qué vamos a hacer ahora, mi amor?
Ella sonrió a través de la cortina dorada de su pelo.
– Poco a poco, cariño. Iremos poco a poco.
Estar entre rejas no era tan terrible como Blue había imaginado.
– Me gustan los girasoles -dijo Cari Dawks, el policía de guardia, pasándose la mano por el pelo afro-. Y las libélulas parecen bastante reales.
Blue limpió el pincel y fue hasta el final del pasillo para comprobar las proporciones de las alas.
– Me gusta pintar insectos. Voy a añadir también una araña.
– No sé. A la gente no le gustan las arañas.
– Ésta les gustará. La telaraña parecerá hecha de lentejuelas.
– Tienes unas ideas estupendas, Blue. -Cari estudió el mural desde otro ángulo-. El jefe Wesley piensa que deberías pintar una bandera pirata en el pasillo como advertencia de que hay que obedecer la ley, pero le dije que no pintabas ese tipo de cosas.
– Hiciste bien. -Su estancia en la cárcel había sido bastante tranquila, salvo que no podía dejar de pensar en Dean. Ahora que había comenzado a pintar lo que quería de verdad, las ideas inundaban su mente con tanta rapidez que no daba abasto.
Carl salió de la oficina. Era jueves por la mañana. La habían arrestado el domingo, y había estado trabajando en el mural del pasillo de la cárcel desde la tarde del lunes. También había hecho lasaña para el personal en la cocina de la cárcel y había estado contestando el teléfono un par de horas cuando Lorraine, la secretaria, había pillado una infección de orina. Hasta ahora la habían visitado April, Syl, Penny Winters, Gary, el peluquero, Mónica, la administradora de Dean, y Jason, el camarero del Barn Grill. Todos le mostraron su simpatía, pero salvo April nadie quería que saliera de la cárcel hasta que Nita hubiera firmado los papeles accediendo a las mejoras del pueblo. Ésa era la primera condición que había impuesto Nita en la mesa de negociaciones. Blue estaba tan furiosa con ella que ni siquiera podía expresarlo con palabras.