Выбрать главу

La única persona que no la visitó fue Dean. La había advertido de que no iría tras ella, y no era hombre que amenazara en vano.

El jefe Wesley asomó la cabeza en el pasillo.

– Blue, acabo de hablar con Lamont Daily, pasará por aquí para tomar una taza de café.

– ¿Y quién es ése?

– El sheriff del condado.

– Ya lo capto -Dejó el pincel en el suelo, se limpió las manos, y volvió a la celda sin cerrar. En ese momento era la única ocupante de la cárcel, aunque Ronnie Archer había pasado un par de horas después de que Carl lo hubiera pillado conduciendo con un carnet caducado. A diferencia de Dean, Karen Ann había pagado la fianza a su amante. Pero claro, la fianza de Carl era sólo de doscientos dólares.

La celda de la cárcel había resultado un buen lugar para pensar en su vida y tomar decisiones. Syl le había enviado un sillón y una lámpara de pie. Mónica le había llevado un par de libros y algunas revistas. Los Bishops, el matrimonio que quería poner el Bed & Breadfast, le habían llevado ropa de cama decente y toallas. Pero Blue no podía dejar de pensar en Dean. Al día siguiente, se iría a entrenar. Había llegado el momento de escapar de la cárcel.

Una luna en cuarto menguante brillaba en el cielo sobre la casa de la granja. Blue aparcó en el granero, que había sido pintado recientemente, y se dirigió hacia la puerta lateral, para descubrir que estaba cerrada con llave, así que se encaminó hacia la puerta trasera. Una idea horrible cruzó por su cabeza. ¿Y si Dean ya se había ido? Pero cuando llegó al patio trasero, oyó el chirrido del balancín del porche, y pudo distinguir una silueta de anchos hombros allí sentada. La puerta mosquitera estaba abierta. Entró. El tintineo de unos cubitos de hielo atrajo su mirada hacia la figura. Dean la vio, pero no dijo ni una sola palabra.

Ella se retorció las manos.

– No he robado el collar de Nita.

El balancín volvió a chirriar.

– Nunca creí que lo hubieras hecho.

– Ni tú ni nadie, incluyendo a Nita.

Él apoyó el brazo en el respaldo del balancín.

– Ya he perdido la cuenta de cuántos de tus derechos constitucionales han pasado por alto. Deberías poner una denuncia.

– Nita sabe que no lo haré. -Ella se acercó a la pequeña mesa de hierro forjado que había al lado del balancín.

– Yo lo haría.

– Eso es porque no te sientes tan cerca de la comunidad como yo.

Dean estuvo a punto de perder los nervios.

– Y si eso es así, ¿por qué diablos quieres marcharte?

– Porque…

– Ah, cierto. -Dejó el vaso encima de la mesa con un golpe seco-. Huyes de todo lo que te importa.

Ella no encontró la energía necesaria para defenderse.

– La verdad es que soy una cobarde. -Odiaba sentirse tan vulnerable, pero ése era Dean, y ella le había hecho daño-. Muchas personas buenas se han preocupado por mí a lo largo de los años.

– Y todas pasaron de ti. Eso ya lo sé. -Por la expresión de su cara dedujo que eso a él le traía sin cuidado. Blue agarró rápidamente el vaso de Dean, tomó un largo trago, y se atragantó. Dean jamás bebía nada más fuerte que cerveza, pero eso era whisky.

Él se levantó y encendió la lámpara de pie nueva del porche, como si no quisiera estar solo con ella en la oscuridad. Tenía la barba descuidada y más crecida de lo que estaba de moda, el pelo aplastado de un lado y una mancha de pintura en el brazo, pero aún podría haber posado para un anuncio de Zona de Anotación.

– Me sorprende que te hayan dejado libre -dijo él-. Oí por ahí que eso no ocurriría hasta que Nita aprobara formalmente el proyecto del pueblo la semana que viene.

– No me han dejado libre exactamente. Más bien me he fugado.

Eso captó la atención de Dean.

– ¿Que quieres decir?

– No creo que nadie lo descubra, siempre que devuelva el coche del jefe Wesley antes de que regrese. Entre nosotros, creo que ha ido a algún tipo de redada.

Le arrebató el vaso.

– ¿Te has escapado de la cárcel y has robado el coche patrulla?

– No soy tan estúpida. Es el coche particular del jefe Wesley. Un Buick Lucerna. Y sólo lo he tomado prestado.

– Sin decírselo. -Dean tomó un trago.

– Te aseguro que no le importará. -La sensación de abandono salió a la superficie. Ella se sentó en el sillón de mimbre frente al balancín-. Y gracias por venir corriendo a pagar la fianza.

– Te han fijado una fianza de cincuenta mil dólares -dijo él secamente.

– Casi lo que te gastas en productos capilares.

– Sí, pero había un alto riesgo de que te fugaras. -Volvió a sentarse en el balancín.

– ¿Te ibas a marchar a Chicago sin ir a verme? ¿Ibas a dejar que me pudriera allí?

– No veo que lo hayas pasado tan mal. -Se reclinó en los cojines-. He oído que el jefe Wesley te consiguió pinturas al óleo ayer por la mañana.

– Me concedió una especie de tercer grado. -Entrelazó las manos sobre el regazo-. Te alegraste de que me arrestaran, ¿verdad?

Él tomó un pequeño sorbo como si considerara la idea.

– Y qué más da. Si Nita no hubiera hecho eso, tú ya habrías desaparecido a estas alturas.

– Me gustaría que al menos me hubieras visitado.

– Dejaste muy claros tus sentimientos la última vez que hablamos.

– ¿Y has dejado que esa pequeñez te detuviera? -le preguntó con la voz entrecortada.

– ¿Por qué estás aquí, Blue? -Dean sonaba cansado- ¿Acaso quieres hundir un poco más el cuchillo?

– ¿Es eso lo que piensas que hice?

– Supongo que hiciste lo que debías. Ahora es mi turno.

Ella levantó las piernas hasta apoyarlas en el balancín.

– Admito que tengo un pequeño problema de falta de confianza.

– Tienes problemas de falta de confianza, problemas de autoestima, problemas de feminidad y no olvidemos tu pequeño problema con la moda, no, espera, eso ya entra en la categoría de feminidad.

– ¡Estaba a punto de regresar al pueblo cuando el jefe Wesley me detuvo! -exclamó ella.

– Claro.

– Es verdad. -No se le había ocurrido que él no pudiera creerla-. Tú tenías razón. Lo que me dijiste en el callejón. -Inspiró profundamente-. Te amo.

– Lo que tú digas. -Los cubitos de hielo tintinearon cuando él se terminó el whisky de golpe.

– Te amo. De verdad.

– ¿Entonces por qué parece como si estuvieras a punto de vomitar?

– Es que me estoy haciendo a la idea. -Amaba a Dean Robillard, y sabía que tenía que lanzarse al vacío-. He tenido… he tenido un montón de tiempo para pensar últimamente, y… y…-Se le quedó la boca seca y tuvo que forzar las palabras-. Iré a Chicago contigo. Viviremos juntos un tiempo. Veremos cómo van las cosas.

Sobre ellos se extendió un silencio pesado. Ella comenzó a ponerse nerviosa.

– Esa proposición ya no está en pie -dijo él en voz baja.

– ¡Si sólo han pasado cuatro días!

– No eres la única que ha tenido tiempo para pensar.

– ¡Sabía que ocurriría esto! Lo que siempre te dije que pasaría. -Se puso de pie-. No he sido más que una novedad para ti.

– Y tú has probado mi teoría. La razón de por qué no debo confiar en ti.

Ella quiso arrojarlo del balancín.