– Y yo jamás entenderé por qué usted y esa horrible Gladis Prader, una mujer a la que odiaba a muerte, se han hecho tan amigas. Algunos piensan que han formado un aquelarre.
Nita chasqueó la lengua con tal fuerza que Blue temió que se tragase un diente.
Tim Taylor apareció de pronto a su lado.
– Va a empezar el partido. A ver si los Stars se espabilan por fin. -Señaló la pantalla instalada en el Barn Grill para que todos pudieran seguir los partidos de los Chicago Stars las tardes de los domingos-. Esta vez intenta no cerrar los ojos cada vez que placan a Dean, Blue. Pareces una cobardica.
– Métete en tus asuntos -le espetó Nita.
Blue suspiró y dejó caer la cabeza sobre el hombro de Nita. Permaneció así un buen rato. Al final, dijo algo que sólo Nita pudo escuchar:
– No voy a poder aguantar mucho más.
Nita le palmeó la mano, le acarició la mejilla con un nudillo nudoso y luego se lo hincó en las costillas.
– Ponte derecha o te va a salir joroba.
En octubre, el juego de Dean había mejorado, pero no su estado de ánimo. La poca información que le sonsacaba a Nita no le bastaba. Blue estaba todavía en Garrison, pero nadie sabía por cuánto tiempo, y esos cuadros brillantes y mágicos de carromatos gitanos y lugares lejanos que había visto en las fotos que Nita le enviaban no lo animaban demasiado. El revuelo mediático que había suscitado el parentesco entre Jack y Dean comenzaba a desvanecerse poco a poco. A veces algún miembro de su familia acudía a un partido, siempre que se lo permitía el trabajo o las vacaciones escolares. Pero a pesar de lo mucho que Dean quería a su familia, el vacío que sentía en su interior aumentaba día a día, y le parecía que Blue se alejaba más de él. Al menos había descolgado el teléfono una docena de veces para llamarla, pero siempre se arrepentía en el último momento. Blue tenía su número, y era ella la que tenía algo que probar, no él. Tenía que hacer eso por ella misma.
Y luego, una lluviosa mañana de un lunes a finales de octubre, abrió el Chicago Sun Times, y sintió cómo la sangre le huía del rostro. Una gran foto a color le mostraba en Waterworks, uno de sus clubs favoritos, con una modelo con la que había salido un par de veces el año anterior. Él tenía una botella de cerveza en una mano y con la otra le rodeaba la cintura a la chica mientras se daban un beso muy íntimo.
«A Dean Robillard y a su antigua novia Ally Tree-Bow se les vio juntos la semana pasada en Waterworks. Ahora que han vuelto a salir, ¿ estará dispuesto el quarterback de los Stars a renunciar al título de soltero más cotizado de Chicago?»
Dean oyó el rugido de la sangre en los oídos. Esto era exactamente lo que estaba esperando Blue. Tiró el café al suelo en su prisa por coger el teléfono. Le dejó varios mensajes, pero no obtuvo respuesta. Llamó a Nita. Ella estaba suscrita a todos los periódicos de Chicago, así que Blue vería la foto tarde o temprano, pero Nita tampoco contestó. Tenía que estar en el campo de entrenamiento de los Stars en una hora para la reunión de los lunes. Pero en lugar de ir allí, saltó al coche y enfiló hacia O'Hare, el aeropuerto de Chicago. De camino, tuvo que enfrentarse por fin a la verdad sobre sí mismo.
Blue no era la única que tenía que implicarse personalmente en esa relación. Mientras ella utilizaba su agresividad para mantener a la gente apartada, él usaba su encanto con la misma eficacia. Le había dicho que no confiaba en ella, pero ahora, eso le parecía una tontería. Podía ser muy valiente en un campo de fútbol, pero actuaba como un cobarde cuando se trataba de la vida real. Siempre se contenía, tan asustado de perder, que voluntariamente se sentaba en el banquillo en lugar de jugar el partido hasta el final. Debería haberla llevado con él a Chicago. Hubiera sido mejor arriesgarse a que lo dejara de esa manera. Había llegado el momento de madurar.
Una tormenta de hielo y nieve en Tennessee provocó la cancelación de su vuelo, y para cuando llegó a Nashville ya era media tarde. Hacía frío y llovía. Alquiló un coche y salió disparado hacia Garrison. De camino, vio árboles caídos y varias camionetas del servicio eléctrico reparando los cables de alta tensión que había derribado la tormenta. Al fin, tomó el camino enlodado que conducía a la granja. A pesar de los árboles sin hojas, el pasto mojado, y el estómago revuelto, sintió que había llegado a casa. Cuando vio luz brillando por la ventana de la sala, respiró por primera vez desde que había abierto el periódico por la mañana.
Dejó el coche cerca del granero y corrió bajo la lluvia hacia la puerta lateral. Estaba cerrada y tuvo que abrirla con su propia llave.
– ¿Blue? -Se quitó los zapatos mojados, pero se dejó el abrigo puesto mientras recorría la casa fría.
No había platos sucios en el fregadero, ni cajas de galletas saladas abiertas en las estanterías de la cocina. Todo estaba inmaculado. Un escalofrío lo atravesó. La casa parecía un mausoleo.
– ¡Blue! -Se dirigió hacia la sala, pero la luz que había visto por la ventana provenía de la lámpara de un reloj-. ¡Blue! -Subió las escaleras de dos en dos, pero incluso antes de llegar al dormitorio, supo que lo encontraría vacío.
Blue se había ido. Sus ropas no estaban en el armario. Los cajones del tocador, donde ella había guardado su ropa interior y sus camisetas, estaban vacíos. Había una pastilla de jabón, todavía sin abrir, en la repisa de la ducha sin usar, y los únicos artículos que había allí le pertenecían a él. Sintió las piernas pesadas cuando entró en el dormitorio de Jack. Nita había mencionado que Blue trabajaba allí para aprovechar la luz que entraba por las ventanas de la esquina, pero allí no había ni un tubo de pintura.
Bajó las escaleras. En su prisa, ella se había olvidado una sudadera, y había dejado un libro en la sala, pero incluso los yogures de ciruela que siempre guardaba en la nevera habían desaparecido. Volvió a entrar en la sala, se dejó caer en el sofá, clavando los ojos en la luz parpadeante de la televisión, pero sin ver nada. Había lanzado los dados y había perdido.
Sonó su teléfono. Ni siquiera se había quitado el abrigo, y sacó el móvil del bolsillo. Era April, para preguntarle qué tal le había ido, y cuando él oyó la preocupación en la voz de su madre, apoyó la frente en la mano.
– No está aquí, mamá -dijo entrecortadamente-. Blue se ha ido.
Al final, se quedó dormido en el sofá con un programa de televenta de fondo. Se despertó avanzada la mañana siguiente con el cuello tieso y el estómago revuelto. La casa todavía estaba fría, y la lluvia repiqueteaba en el tejado. Fue a la cocina para hacer café y se le quemó.
No sabía lo que haría el resto de su vida. Temía el viaje de regreso al aeropuerto. Todos esos kilómetros para pensar en los pasos en falso que había dado. Los Stars jugaban contra los Steelers el domingo. Tenía que ver películas de partidos y planear una estrategia, pero ahora todo eso le importaba una mierda.
Se obligó a tomar una ducha, aunque no fue capaz de afeitarse. Sus ojos sin vida le devolvieron la mirada desde el espejo. El verano pasado había encontrado a su familia, pero acababa de perder a su alma gemela. Se envolvió la toalla alrededor de la cintura y se dirigió a ciegas al dormitorio.
Blue estaba sentada con las piernas cruzadas en medio de la cama.
Dean vaciló.
– Hola -dijo ella con suavidad.
Le flaquearon las rodillas. Hacía tanto tiempo que no la veía que al parecer se había olvidado de lo hermosa que era. Algunos rizos negros le caían sobre la frente, rozándole las comisuras de esos ojos violetas. Llevaba puesto un jersey verde ajustado y unos pulcros vaqueros que le ceñían las delgadas caderas. Había un par de mocasines color verde oscuro sobre la alfombra al lado de la cama. En lugar de parecer desolada, parecía alegrarse de verle, y su sonrisa era casi tímida. Fue como si le cayera un rayo encima. ¡Después de toda la agonía por la que le había hecho pasar, ella no había visto la foto! Tal vez la tormenta de nieve había impedido el reparto de los periódicos. Pero entonces, ¿dónde había estado metida todo ese tiempo?