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– ¿Por qué no me dijiste que venías? -dijo ella.

– Yo… esto… te dejé un par de mensajes. -Cerca de una docena en realidad.

– Me olvidé el móvil. -Le dirigió una mirada inquisitiva.

Dean quería besarla hasta que los dos se quedaran sin aliento, pero no podía hacerlo. Todavía no. Quizá nunca.

– ¿Dónde están tus cosas?

Ella ladeó la cabeza.

– ¿Qué cosas?

– ¿ Dónde están tus ropas? ¿Tus pinturas? -Alzó la voz sin poder evitarlo-. ¿Dónde está esa crema que usas? ¿Y tus jodidos yogures? ¿Dónde está todo eso?

Ella lo miró como si hubiera perdido la cabeza.

– Pues por todos lados.

– ¡No, no están!

Ella estiró las piernas, como si se sintiera incómoda.

– He estado pintando en la casita de invitados. Ahora estoy trabajando con óleos en vez de acrílicos. Si pinto allí, no tengo que dormir con todos esos olores.

– ¿Y por qué no me lo has dicho? -«Oh, Dios mío», estaba gritando. Intentó tranquilizarse-. ¡Aquí ni siquiera hay comida!

– Como en la casita de invitados, así no tengo que venir hasta aquí cada vez que me entra hambre.

Dean respiró profundamente para intentar controlar el torrente de adrenalina que corría por sus venas.

– ¿Y tu ropa? No está aquí.

– No, no está -contestó ella, pareciendo bastante confusa-. Llevé mis cosas a la habitación de Riley. Odiaba dormir aquí sin ti. Adelante, ríete.

El apoyó las manos en las caderas.

– Créeme. Ahora mismo no tengo ningunas ganas de reírme. -Tenía que asegurarse bien-. ¿También has dejado de utilizar este baño? No has usado la ducha.

Ella pasó las piernas por encima del borde de la cama, frunciendo el ceño.

– El otro baño me queda más cerca. ¿Te sientes bien? Empiezas a asustarme.

No se le había ocurrido mirar en los otros cuartos de baño ni acercarse a la casita de invitados. Había visto sólo lo que había esperado encontrar, una mujer en la que no podía confiar. Pero había sido él quien no merecía esa confianza, no había estado dispuesto a entregar su corazón sin condiciones. Intentó rehacerse.

– ¿Dónde te has metido?

– Fui a Atlanta. Nita no hacía más que darme la lata sobre mis cuadros, y allí hay un buen representante que… -Se interrumpió-. Ya te lo contaré después. ¿Te han mandado al banquillo? Es eso, ¿no? -Una llamarada de indignación brilló en sus ojos-. ¿Cómo han podido? ¿Y qué más da si no estabas en tu mejor momento en septiembre? Has jugado genial desde entonces.

– No me han mandado al banquillo. -Se pasó la mano por el pelo húmedo. El dormitorio estaba condenadamente frío, tenía la piel de gallina, y no había resuelto nada-. Tengo que contarte algo, y tienes que prometerme que me dejarás acabar antes de perder la calma.

Ella dio un grito ahogado.

– ¡Oh, Dios mío! ¡Tienes un tumor cerebral! Y todo este tiempo, yo he estado aquí perdiendo el tiempo…

– ¡No tengo un tumor! -Fue directo al grano-. Ayer salió una foto mía en el periódico. Una que tomaron en una cena benéfica a favor de la lucha contra el cáncer a la que fui la semana pasada.

Ella asintió.

– Nita me la enseñó cuando fui a verla.

– ¿Ya la has visto?

– Sí. -Blue seguía mirándolo como si estuviera chiflado.

Dean se acercó más.

– ¿Has visto la foto que publicó ayer el Sun Times? ¿Esa donde aparezco besando a otra mujer?

La expresión de Blue cambió al fin.

– Sí, ¿y qué? Debería darle una patada en el trasero.

Tal vez Dean había sufrido una conmoción cerebral porque comenzaba a marearse y tuvo que sentarse en el borde de la cama.

– Nita estaba que echaba fuego, créeme. -Blue agitó la mano y comenzó a pasear de arriba abajo por la habitación-. A pesar de lo bien que le caes, todavía cree que todos los hombres son escoria.

– ¿Y tú no?

– No todos los hombres, pero no me hables de Monty, el perdedor. ¿Sabes que tuvo el descaro de llamarme y…?

– ¡Monty me importa una mierda! -Se levantó de golpe-. ¡Quiero hablar de esa foto!

Ella se sintió algo molesta. -Pues adelante. Continúa.

Dean no entendía nada. ¿No era Blue la mujer que se despertaba todas las mañanas pensando que todos la habían abandonado? Se apretó el nudo de la toalla que estaba a punto de caérsele.

– Estaba de pie en la barra cuando esa chica se acercó a mí. Salimos un par de veces el año pasado, pero no llegamos a nada. Estaba borracha como una cuba y se me echó encima. Literalmente. La sujeté para que no se cayera.

– Deberías haberla dejado caer. Hay gente que no siente respeto por nadie.

Ahora la actitud de Blue comenzaba a molestarle.

– Dejé que me besara. No la aparté.

– Lo entiendo. No querías que ella se sintiera avergonzada. Había gente por todos lados y…

– Exacto. Sus amigos, mis amigos, un montón de desconocidos y ese jodido fotógrafo. Pero tan pronto como me liberé de sus labios, la aparté a un lado. Estuvimos charlando un rato de nuestras relaciones o la falta de ellas. No volví a pensar en eso hasta que vi el periódico de ayer. Intenté llamarte, pero…

Ella lo miró con suspicacia, y luego su expresión se volvió fría.

– No habrás volado hasta aquí sólo porque pensaste que había huido o algo parecido, ¿verdad?

– ¡Besé a otra mujer!

– ¡Pensaste que había huido! ¡Lo hiciste! Por una estúpida foto. ¡Después de todo lo que he hecho para probarte que puedes confiar en mí! -Sus ojos lanzaron chispas de color violeta-. ¡Eres idiota! -Salió del dormitorio dando un portazo.

Dean no se lo podía creer. Si él hubiera visto una foto de Blue besando a otro hombre, se le habría caído el mundo encima. Se apresuró por el pasillo tras ella, con la toalla húmeda y resbaladiza que se enfriaba por momentos.

– ¿Me estás diciendo que no pensaste, ni por un instante, que yo podría haberte abandonado?

– ¡No! -Blue empezó a bajar las escaleras, y luego se volvió de golpe-. ¿Esperas que me dé un ataque cada vez que otra mujer se te echa encima? Porque, si así fuera, acabaría con una crisis nerviosa antes de finalizar la luna de miel. Ahora bien, si esas tías se atreven hacerlo delante de mí…

Dean sintió un atisbo de esperanza.

– ¿Te estás declarando?

Ella se envaró.

– ¿Tienes algún problema con eso?

El marcador se iluminó, y le mostró al mundo un pleno.

– Dios mío, te quiero.

– ¿Y crees que eso me impresiona? -Blue se dio la vuelta y siguió bajando las escaleras-. Yo confié ciegamente en ti, pero… después de todo lo que he hecho… de haber cambiado toda mi vida por ti… ¡Ni siquiera confiaste en mí!

La prudencia le indicó que ése no era el mejor momento para sacar a colación el pasado de Blue. Además, ella tenía razón. Mucha razón, y él tenía que confesarle todo eso que había averiguado sobre sí mismo, aunque no en ese momento. Salió disparado tras ella.

– Es que… soy un imbécil insensible demasiado guapo para su bien.

– Exacto. -Ella se detuvo junto al perchero-. Te he dado demasiado poder en esta relación. Es obvio que ha llegado el momento de que yo tome el control.