—Tienes mi venia para hablar —dijo.
Monush avanzó un paso y se inclinó ante Ilihiak.
—Oh, rey, mucho agradezco al Guardián de la Tierra haber conservado la vida, y que me permitas hablar, y hablaré libremente porque ahora sé que si hubieras comprendido quién soy, y quiénes son mis seguidores, jamás habrías consentido que nos ataran y nos encerraran. Mi nombre, oh, rey, es Mon, y por consentimiento del rey Motiak de Darakemba hoy los hombres me llaman Monush.
—¡Motiak! —exclamó el rey.
—No Motiab, que reinaba cuando tu abuelo se fue de Darakemba, sino su nieto. Fue él quien nos envió en busca de los zenifi, pues un sueño del Guardián nos reveló que los zenifi eran esclavos de los elemaki y anhelaban la libertad.
Ilihiak se puso de pie.
—Pues me regocijas, y cuando haga este anuncio, también el pueblo se regocijará. —Las palabras eran una formalidad, pero Monush notó que también eran sinceras—. Desatadlos —ordenó Ilihiak a sus guardias.
Cuando le soltaron los brazos y las piernas, Monush apenas podía tenerse en pie, pero los guardias que antes lo habían arrastrado ahora lo sostenían con mano firme.
—Te diré sin rodeos, Monush (pues sin duda mereces que cualquier rey te llame así, si Motiak te ha puesto ese nombre), que si nuestros hermanos de Darakemba pueden liberarnos de los pesados impuestos y la crueldad de los elemaki, seremos con gusto sus esclavos, pues es mejor ser esclavos de los darakemba que tolerar que los elemaki nos priven de todo lo que producimos.
—Ilihiak —dijo Monush—, no soy el gran Ak-Moti, pero te aseguro que no es hombre que mande buscar a otro sólo para convertirlo en esclavo de Darakemba. No tengo poder para decirte si consentirá que sigáis siendo un pueblo aparte dentro de las fronteras de Darakemba, o si te confirmará en el trono como subrey. Pero sé que Motiak es un varón justo y bondadoso, escogido por el Guardián, y que no esclavizará a quienes deseen ser ciudadanos leales.
—Si él nos permite vivir dentro de sus fronteras y bajo su protección, lo juzgaremos el mayor bien que se nos haya ofrecido, y no pensaremos en pedir más.
Monush oyó esas palabras, pero conocía bastante los actos de los reyes como para saber que Ilihiak sería un negociador difícil, que se aferraría a toda la independencia y el poder que pudiera obtener de Motiak. Pero esa cuestión concernía a los reyes, no a los soldados.
—Ilihiak, no somos muchos, pero somos más de cuatro. ¿Me permitirás…?
—Ve de inmediato. Eres un hombre libre. Si quieres castigarnos por haberte apresado, sólo tienes que marcharte y no intentaré detenerte. Pero si te apiadas de nosotros, regresa aquí con el resto de tus compañeros y celebremos un consejo para decidir cómo nos libraremos de los elemaki.
Chebeya trabajaba en silencio, tratando de no mirar mientras dos hijos de Pabulog pegaban a Luet. Quería gritar, pero sabía que sus protestas sólo empeorarían las cosas. ¿Pero qué mujer podía tolerar que aquellos bravucones maltrataran a su hijita y continuar con su trabajo como si no le importara?
Luet rompió a llorar.
Chebeya se incorporó. Dos cavadores se dirigieron hacia ella con gruesos látigos. Observaban cada uno de sus movimientos, pues era la madre de Luet. Chebeya se detuvo, guardó silencio.
—¡Vuelve a trabajar! —dijo un cavador.
Chebeya lo miró con aire desafiante, pero se agachó para seguir cortando maíz.
¿Dónde estaba el Guardián de la Tierra? Desde que Akma había tenido aquel sueño en el que la partida de rescate se equivocaba de camino, Chebeya se había hecho esa pregunta una y otra vez. Si el Guardián se interesa tanto por nosotros como para enviarle un sueño a Akma, ¿por qué no hace algo? Akmaro dice que nos pone a prueba, ¿pero cuál es la prueba y cómo la pasamos? ¿Acaso desea convertirnos en una nación de cobardes? ¿O quiere que nos rebelemos contra los odiosos hijos de Pabulog y así perezcamos? Debemos pensar una manera, decía Akmaro. Debemos hallar la manera de solucionar este dilema por nuestra cuenta. He ahí la prueba a la que nos somete el Guardián. Y en cuanto encontremos esa manera, el Guardián nos ayudará.
Bien, si el Guardián era tan listo, ¿por qué no enviaba alguna sugerencia?
Nadie sabía mejor que Chebeya que la esclavitud los estaba destruyendo. Con excepción de su esposo pocas personas conocían su talento, y todas eran mujeres, pero si en otra época podía alertar a Akmaro sobre las pequeñas rencillas de su comunidad, antes de que éstas se convirtieran en conflictos abiertos, ahora sólo podía ver con angustia cómo los vínculos amistosos, paternos, filiales y fraternos se debilitaban, se deshilachaban. Nos están convirtiendo en animales, privándonos de nuestros afectos humanos. Sólo nos interesa sobrevivir, evitar el látigo. Cada vez que callamos, permitiendo que maltraten a nuestros hijos, amamos un poco menos a esos hijos, pues sólo no amándolos podemos soportar el espectáculo de su sufrimiento.
Pero no Akmaro. Amaba a sus hijos cada vez más, y por la noche le susurraba que estaba orgulloso de su fortaleza, de su coraje, de su comprensión. Tal vez por eso la tolerancia de Akmaro al dolor emocional era aparentemente ilimitada. Sufría por sus hijos —nadie sabía mejor que Chebeya cuánto sufría— pero al mismo tiempo se aferraba aún más a ellos. No tiene miedo de amarlos, como otros padres. ¿Yo soy como él? ¿O como ellos?
Lo que más preocupaba a Chebeya de su familia era que el pequeño Akma parecía cada vez más distanciado de su padre. ¿Acaso el niño culpaba a Akmaro por no protegerlo de la saña de los hijos de Pabulog? Imposible. Si Luet podía comprender, también Akma podía. ¿Entonces por qué Akma rehuía lo que había sido un estrecho vínculo entre él y su padre?
Chebeya se rió de sí misma en silencio. ¿Por qué me preocupo por las tensiones entre padre e hijo? Dentro de una semana, de un mes o de un año todos habremos muerto… ejecutados, o por hambre y enfermedad. ¿Entonces qué importará que Akma ya no sea leal a su padre?
Ojalá pudiera hablar con Hushidh o Chveya, las antiguas descifradoras. Deben de haber entendido mejor que yo las cosas que veo. ¿Akma odia a su padre? ¿Es furia lo que siente? ¿Miedo? Veo las lealtades que oscilan y cambian; a veces me resulta obvio a qué se deben los cambios, y a veces no tengo ni la menor idea. Hushidh y Chveya nunca dudaban. Siempre sabían qué hacer, siempre eran sabias.
Pero yo no soy sabia. Sólo sé que mi esposo está perdiendo el amor de nuestro hijo. ¿Y qué seré yo a ojos de Luet, su propia madre, cuando guardo silencio y dejo que estos matones la maltraten?
Chebeya se sintió colmada por una repentina e irresistible resolución. Se proponen matarnos tarde o temprano. Mejor morir dando a Luet la certeza de que su madre la ama.
Se levantó.
Los cavadores ya miraban hacia otro lado, pero pronto notaron que había dejado de trabajar. Avanzaron hacia ella.
Chebeya alzó la voz para que los hijos de Pabulog la oyeran claramente.
—¿Por qué tenéis tanto miedo de mí? —dijo. Dio resultado. Uno de los chicos le respondió. El tercer hijo, el llamado Didul.
—Yo no tengo miedo de ti.
—¿Entonces por qué no me atacas a mí, en vez de atacar a una niña que tiene la mitad de tu tamaño? —preguntó Chebeya con desdén, y vio complacida que Didul se sonrojaba.