Esa noche, en su choza, Akmaro y Akma lavaron y vendaron las heridas de Chebeya.
—Pudieron haberte matado, Madre —murmuró Akma.
—Fue el acto más valeroso que he visto jamás —dijo Akmaro.
Chebeya sollozaba en silencio: de alivio, porque no la habían matado en el campo; de miedo retrospectivo, por su atrevimiento; de gratitud, por aquel esposo que alababa su comportamiento.
—¿Ves, Akma, lo que está haciendo tu madre? —dijo Akmaro.
—Se ha resistido —respondió Akma—. Y no la han matado.
—Hay algo más, Akma. Es un don que tu madre ha tenido toda la vida. Es descifradora.
—Hushidh —susurró Luet. Las historias sobre Hushidh la Descifradora eran conocidas entre las mujeres y las niñas. Por no mencionar las de Chveya, la hija de Nafai y Luet, la Antigua cuyo nombre llevaba Chebeya.
—Ella ve los vínculos que hay entre las personas —le explicó Akmaro a Akma.
—Sé lo que es una descifradora —dijo Akma.
—Ser descifradora es un don del Guardián —dijo Akmaro—. El Guardián debe de haber previsto, hace años, el dilema en que nos encontraríamos hoy, y otorgó a Chebeya un gran don, de manera que al llegar este día ella pudiera descifrar la malvada conspiración que nos gobierna. Siempre tuvimos el poder para hacer lo que tu madre inició hoy. El Guardián sólo esperaba que lo notáramos. Que tu madre encontrara el momento adecuado para actuar.
—Yo tuve la impresión de que Madre estaba sola —dijo Akma.
—¿Eso fue lo que viste? —preguntó Akmaro—. Entonces tu visión es demasiado infantil y está demasiado nublada. Pues tu madre se alzó con el poder del Guardián, y con el amor de su esposo y de sus hijos. Si tú, Luet y yo no hubiéramos estado en el campo con ella, ¿crees que lo habría hecho?
—Nosotros estábamos —dijo Akma—. ¿Pero dónde estaba el Guardián?
—Ya aprenderás a ver la mano del Guardián en muchas cosas —dijo Akmaro.
Cuando los niños se durmieron, Chebeya apoyó la cabeza en el pecho de su esposo, se aferró a él y lloró.
—Oh, Kmadaro, Kmadaro, tenía tanto miedo de empeorar las cosas.
—Cuéntame tu plan —dijo él—. Si conozco tu plan, podré ayudarte.
—Ni yo conozco mi plan. No tengo plan.
—Entonces, he aquí el plan que se me ocurrió mientras te miraba y escuchaba. Al principio pensé que sólo tratabas de lograr que esos chicos se rebelaran contra su padre. Pero luego comprendí que hacías algo mucho más sutil.
—¿Sí?
—Estabas conquistando el corazón de Didul.
—Si lo tiene.
—Estabas enseñándole a ser un hombre. Es una idea nueva para él. Creo que le gustaría ser un buen hombre, Bedaya. Chebeya pensó en ello.
—Sí, creo que tienes razón.
—Así que en vez de apartar a estos niños los convertiremos en amigos y aliados.
—¿Crees que podremos?
—En realidad me preguntas si creo que deberíamos. Sí, Bedaya. Ellos no pueden evitar ser lo que su padre les ha enseñado a ser. Pero si podemos enseñarles a ser otra cosa, aún pueden ser hombres buenos. Eso es lo que desea el Guardián… no destruir a nuestros enemigos, sino convertirlos en amigos.
—Han herido a mis hijos tantas veces…
—Entonces será más dulce el día en que se arrodillen para pedir tu perdón, y el perdón de tus hijos, y los tres digáis: Sabemos que ya no sois los hombres que erais entonces. Ahora sois nuestros hermanos.
—Jamás podré decirles semejante cosa.
—Ahora no puedes —dijo Akmaro—. Pero tú también habrás cambiado, cuando los veas cambiar.
—Tú siempre crees lo mejor de los demás, Kmadaro.
—No siempre —dijo Akmaro—. Pero hoy, en ese niño, he visto una chispa de decencia. Avivemos esa chispa, alimentémosla.
—Lo intentaré —dijo Chebeya.
Tendido en su estera, Akma oyó la conversación de sus padres y pensó. ¿Qué clase de hombre es, que le pide a Madre que trabe amistad con los mismos que le laceraron la piel y la hicieron sangrar? Nunca perdonaré a esos hombres, nunca, por mucho que aparenten cambiar. Los hombres que son amigos de los cavadores no son de fiar. Se han vuelto como los cavadores, criaturas inmundas que viven en agujeros subterráneos, corno los gusanos.
El hecho de que Padre hablara de enseñar y perdonar a un gusano como Didul era sólo otro signo de debilidad. Siempre corriendo, escondiéndose, enseñando, perdonando, huyendo, sometiéndose, inclinándose, aguantando… ¿No había en el corazón de Padre el coraje para luchar? Era Madre, no Padre, quien había tenido el coraje de oponerse a Didul y los cavadores. Si Padre amara de veras a Madre, habría pasado la noche jurando vengar aquellas heridas sangrientas.
4. LIBERACIÓN
Monush siguió a Ilihiak hasta su habitación privada. El rey atrancó la puerta.
—Lo que voy a mostrarte es un gran secreto, Monush —dijo Ilihiak.
—Entonces tal vez no debas mostrármelo —comentó Monush—. He jurado lealtad a Ak-Moti, y no tendré secretos para él.
—Por eso te he traído aquí, Ush-Mon. Cuentas con la total confianza de tu gran rey. ¿Crees que no sé que mi reino sería apenas un pequeño distrito en el imperio de Darakemba? Nos han llegado noticias de que los nafari que siguieron el Tsidorek constituyen ahora el mayor reino del Gornaya. Lo que tengo aquí es asunto para un gran rey, un rey como Motiak. Sé que supera mi capacidad.
Monush estaba convencido de que si había dos hombres, uno sería más grande que el otro, y que en otra parte siempre habría uno más grande que los dos. La auténtica nobleza consistía en reconocer no sólo a los inferiores sino a los superiores, y en ofrecer el debido respeto a todos, sin pretender estar por encima del lugar que uno ocupaba por naturaleza. Ilihiak comprendía que él era de más rango y que tenía más autoridad que Monush, pero que Motiak era más grande que ambos. Eso hizo que confiara un poco más en el monarca.
—Entonces muéstramelo sin temor —dijo Monush—, pues no revelaré lo que vea a ningún hombre excepto a Motiak.
—A ningún hombre —señaló Ilihiak—. Según nuestros antiguos conocimientos, los humanos de Darakemba consideran hombres a los ángeles y cavadores varones.
—Así es —confirmó Monush—. Un varón del pueblo del cielo, del pueblo del suelo o del pueblo medio es un hombre verdadero según nuestras leyes.
Ilihiak titubeó.
—A mi gente le costará aceptarlo. Vinimos a estas tierras para no sentir las alas de los ángeles en el rostro. Y aquí hemos tenido motivos de sobra para odiar a los cavadores.
—Creo que el rey Motiak no intentará humillaros, sino que os permitirá encontrar un valle donde podáis comprar terrenos a los ángeles sin ofender a nadie ni que os ofendan. Pero esto os convertirá en una nación de vasallos, no en ciudadanos de pleno derecho, pues los ciudadanos no admiten diferencias entre los pueblos que habitan esta tierra.
—No será por decisión mía, Monush. Será la elección de mi pueblo. —Ilihiak suspiró—. Nuestro odio por los cavadores ha aumentado con su proximidad. Los únicos ángeles que vemos aquí son esclavos o gente sometida, y nos eluden. Para nuestros jóvenes será difícil acostumbrarse a que no es una diversión decente dispararles flechas cuando vuelan demasiado cerca.
Monush se estremeció. Al oír aquello se alegró de que Husu no los hubiera acompañado.
—Ya veo cómo nos juzgas —dijo Ilihiak—. Me temo que quizá tengas razón. Un hombre que vino a nosotros, un anciano llamado Binadi, nos dijo que nuestro modo de vida era una afrenta para el Guardián. Que maltratábamos a los ángeles y que el Guardián amaba a los ángeles, cavadores y humanos por igual. Lo importante era que un hombre fuera bondadoso con los demás, y que respetara las leyes de la decencia. Señaló específicamente los modos en que tanto mi padre el rey como sus sacerdotes faltaban a estos requisitos.