—Despierto de noche, una y otra vez —dijo Mon—. Algo va mal.
—¡Qué precisión! Y cuando apuntas tus flechas, ¿las apuntas contra «algo»? Porque en ese caso acertarás siempre. Siempre le das a «algo».
—Me refiero a algo de la expedición de Monush. Husu puso cara de preocupación.
—¿Han sufrido algún percance? —preguntó.
—No lo sé. No creo que sea eso. No tengo esta sensación cuando pasa algo malo. En tal caso no dormiría nunca: constantemente sucede algo malo. Es la sensación que me causan las elecciones equivocadas, los errores. Monush ha cometido un error.
Husu rió entre dientes.
—¿Y no tienes esa sensación continuamente?
—Un error en algo que me concierne.
—Entonces creo que todos los errores que perjudican el reino de tu padre deberían desvelarte. Y créeme, los hay en abundancia.
Mon miró a Husu a los ojos.
—Sabía que mi explicación no te complacería, pero no aceptabas que me encogiera de hombros. Husu dejó de reír.
—No, quiero la verdad.
—Si yo fuera el heredero del rey, me importaría todo el reino. Dada la situación, me importa algo de muy poca monta. La expedición de Monush me importa porque…
—Porque tú la enviaste.
—Padre la envió.
—Siguiendo tus indicaciones.
—Han cometido un error —insistió Mon. Husu asintió.
—Y no puedes hacer nada al respecto, ¿verdad? No están a tu alcance, ¿verdad? Nadie puede volar sobre territorio elemaki… persiguen a los ángeles y los derriban, y en esas alturas la escasa densidad del aire impide recorrer distancias largas, o volar a mucha altitud. En consecuencia, todo lo que podías hacer era contarle esta sensación a tu oficial superior.
—Supongo que sí —dijo Mon.
—Pues ya lo has hecho —concluyó Husu—. Sigamos con el entrenamiento. Te dejaré dormir una siesta cuando hayas acertado en el centro de la diana tres veces consecutivas.
Lo cual Mon logró con los tres disparos siguientes.
—Al parecer ya te sientes mejor —le comentó Husu—. Ahora ve a dormir una siesta.
—¿Se lo contarás a mi padre?
—Le contaré a tu padre que Monush ha cometido un error. Tendremos que esperar para saber cuál es.
Monush estaba sentado en el salón del consejo con Ilihiak y varios asesores militares. La esposa de Ilihiak, Wissedwa, estaba sentada detrás de él. Era algo insólito, pero Monush no mencionó el problema de la presencia de una mujer en un consejo de guerra. Los zenifi tenían sus propias costumbres, sus propias razones para hacer las cosas. Monush sabía —lo había aprendido de Motiak— que uno no debía ofenderse por las costumbres extrañas de otras naciones, sino tratar de aprender de ellas. Aun así, ¿se equivocaba al pensar que algunos hombres evitaban mirar a Wissedwa?
El consejo no tardó en llegar a la conclusión de que no cabía la posibilidad de conquistar la libertad mediante una rebelión abierta.
—Antes de que tú llegaras, Monush —dijo tristemente Ilihiak—, luchamos muchas veces y perdimos a muchos hombres. Obtenemos una victoria en el campo de batalla, y el subrey que derrotamos regresa con ejércitos de sus reyes hermanos.
—Además —dijo un anciano— los cavadores se multiplican tanto como los gusanos que comen.
Ilihiak hizo una mueca. El pueblo había convenido en aceptar el juramento, pero eso no significaba que su opinión sobre los no humanos fuera a cambiar. Y en lo concerniente a los cavadores, no importaba demasiado de todos modos. La mayoría de los cavadores de Darakemba eran esclavos, cautivos de guerra o sus descendientes hasta la tercera generación. Los zenifi podían odiar a los cavadores sin molestar demasiado a sus conciudadanos de Darakemba. Lo que causaría problemas sería su odio por la gente del cielo.
Durante la primera parte de la reunión, Monush notó enseguida que, de los consejeros de Ilihiak, Khideo era quien contaba con el oído del rey, y con razón, pues hablaba serenamente y con sabiduría. Le sorprendía que no lo hubieran nombrado Ush-Khideo, que no tuviera ningún título honorífico. Khideo alzó una mano y los demás callaron.
—Oh, rey —dijo—, has escuchado mis palabras muchas veces cuando íbamos a la guerra contra los elemaki. Ahora, oh, rey, si mi consejo alguna vez te ha servido de algo, te ruego que me escuches y seré tu leal servidor y libraré esta nación de su cautiverio.
Monush se asombró de la formalidad del discurso de Khideo. ¿Acaso no había hablado varias veces, al igual que los demás?
Ilihiak se llevó la mano a los labios, abrió la palma ante Khideo.
—Ahora doy mi voz a Khideo.
Ah, conque era eso. Khideo no sólo daba consejo. Estaba haciendo uso de un privilegio, e Ilihiak lo confirmaba. Se trataba de algo más que de asesorar al rey. Si el plan de Khideo era aceptado, sería él quien condujera el éxodo. Seguramente Khideo temía que Monush tratara de conducir la huida de los zenifi. Khideo pretendía evitar esa posibilidad. Monush tendría que ser el guía hasta Darakemba, y Monush los presentaría al gran Motiak. Pero Khideo no permitiría que Monush —ni Ilihiak— lo reemplazara como líder de la nación hasta último momento. Una maniobra innecesaria: a Monush no le importaba quién estuviera al mando mientras siguiera un plan sensato.
—El gran Motiak envió tan pocos hombres a nuestro encuentro porque un grupo más numeroso habría sido sorprendido y destruido por los elemaki —dijo Khideo.
Era natural que Khideo recordara a los demás que Monush tenía pocos hombres. Pero Monush no se ofendió, sino que alzó la mano que apoyaba en la rodilla; Khideo le concedió el privilegio de hablar con un cabeceo.
—Si el poder del Guardián no hubiera idiotizado al enemigo, nos habría apresado.
Aun mientras decía esta frase ritual, se preguntó si no entrañaba una pizca de verdad. ¿Por qué ningún elemaki había mirado hacia arriba en las muchas ocasiones en que los hombres de Monush eran visibles en la ladera?
—Ahora nos proponemos ganar la libertad de nuestro pueblo —dijo Khideo—. Los presentes sabéis que no rehuyo lo batalla. Sabéis que ni siquiera considero deshonroso el asesinato.
Los demás asintieron gravemente, y Monush comenzó a sospechar por qué Khideo no tenía título honorífico. Era imposible que hubiera intentado asesinar a Ilihiak, pero Nuab debía de tener enemigos cuando vivía, pues era un rey cruel. Ilihiak podía aceptar el consejo de Khideo e incluso permitirle conducir sus ejércitos, pero no podía otorgar título alguno a un hombre que había intentado matar a un rey, y menos si tal rey era su padre, por indigno que hubiera sido el viejo monarca.
—Nuestra única esperanza consiste en huir de este lugar —dijo Khideo—. Pero para ello debemos llevarnos los rebaños, para alimentarnos durante el trayecto. ¿Alguien ha intentado silenciar un pavo? ¿Nuestros cerdos se desplazarán con la rapidez que requiere un ejército en fuga? Por no mencionar a nuestras mujeres y niños… los bebés de pecho, los que apenas caminan… ¿Los llevaremos por la ladera de los peñascos? ¿Los obligaremos a marchar durante medio día o más a toda velocidad?
—Los elemaki saben que os resultaría imposible escapar en masa —dijo Monush—. Por eso tienen a tan pocos guardias apostados aquí.
—Exacto —dijo Khideo.
—¡Pues matémoslos, ya! —gritó un hombre. Khideo no respondió, sino que aguardó a que Ilihiak silenciara al hombre y devolviera la voz a Khideo.
—He leído una vez más el archivo que conservamos de la historia de los nafari —dijo Khideo—. Cuando Nafai condujo a su pueblo para alejarse del traidor, embustero y asesino Elemak, y de los mugrientos cavadores que le servían, tenía la ayuda del Guardián de la Tierra, que durmió a los elemaki tan profundamente que no despertaron.
—Nafai era un Héroe —dijo un anciano—. A nosotros el Guardián no nos habla.
—El Guardián le habló a Binaro —intervino Ilihiak.
—Binadi —murmuró otro hombre. Khideo sacudió la cabeza.
—El Guardián también envió el sueño que nos ha traído a Monush. Confiaremos en que el Guardián nos proteja en cuanto hayamos hecho todo lo que está en nuestra mano. Pero mi plan no consiste en rezar al Guardián y esperar una respuesta a nuestras oraciones. Todos sabéis que nos está prohibido fermentar cebada, aunque eso potabiliza el agua. ¿Por qué?
—Porque la cerveza enloquece a los cavadores —dijo un anciano.
—Los idiotiza —dijo Khideo—. Los embriaga. Se ponen alegres y bullangueros… y luego se desmayan. Por eso nos prohíben fermentarla… porque descontrola a los comedores de tierra.
—Si les ofrecemos cerveza —dijo Ilihiak—, suponiendo que podamos encontrarla…
Varios hombres rieron. Al parecer la destilación clandestina no era algo inaudito.
—¿… qué les impedirá arrestar y encarcelar a quien se la ofrezca?
Khideo asintió mirando al rey.
No, no al rey. A la esposa del rey, Wissedwa. Ella apartó el rostro, para no mirar directamente a ningún hombre, pero habló con firmeza para que todos la oyeran.
—Sabemos que para los cavadores todas las mujeres son sagradas. Aunque rechacen la cerveza, no nos pondrán la mano encima. Así que la ofreceremos como parte del tributo que corresponde por la cosecha. Sabrán que no pueden entregarla legalmente a sus superiores sin entregar a los delincuentes que se la dieron. No tendrán más remedio que bebérsela.
—Mi plan ha sido expuesto por boca de la reina —dijo Khideo.
Monush pensó que Khideo soportaba la vergüenza de presentar sus respetos a una mujer en el consejo con suma dignidad. Luego tendría que preguntar por qué se oía la voz de una mujer. Entretanto, era evidente que esa mujer no era tonta y que había seguido atentamente las deliberaciones. Monush trató de imaginar a una mujer en el consejo de Motiak. ¿Quién sería? Dudagu no, eso seguro. ¿Alguna vez había dicho una palabra inteligente? Y Toeledwa, antes de morir, siempre había sido recatada, y se negaba a hacer preguntas sobre asuntos que no se relacionaran con la crianza de sus hijos y los problemas domésticos. Pero Edhadeya, en cambio… Monush la imaginaba hablando con desenvoltura en el consejo. Nadie se atrevería a silenciarla una vez que obtuviera el derecho de hablar. Estaba claro que jamás debía sugerir esta idea a Motiak; amaba tanto a Edhadeya que quizá le otorgara el privilegio de hablar, y eso sería el fin de la dignidad para el consejo del rey. No soy tan humilde como este Khideo, pensó Monush.
—Ahora debemos saber —dijo Khideo— si Monush conoce otro camino de regreso a Darakemba que no pase por el corazón de la tierra de Nafai.
Monush habló de inmediato.
—Motiak y yo consultamos todos los mapas antes de mi partida. No tuvimos más opción que venir por la margen del Tsidorek, porque era la ruta que cogió vuestro gran rey Zenifab cuando partieron vuestros antepasados. Pero en cuanto al regreso, si conocéis el camino hacia el río Mebberek…
—Se llama Mebbereg por estos lares —dijo un anciano—, siempre que hablemos del mismo río.
—¿Tiene un afluente con una fuente pura? —preguntó Monush.
—El mayor afluente del Mebbereg es el Ureg. Nace en un lago llamado Uprod, que es una fuente pura —manifestó el anciano.
—Ése es —señaló Monush—. Encima del Uprod hay un antiguo paso que conduce a las tierras del norte. Creo que podré encontrarlo, si la comarca no ha cambiado demasiado desde que trazamos nuestros mapas. Empieza cerca de un recodo del Padurek, que es el gran afluente de fuente pura del Tsidorek. Apenas salgamos de ese paso, estaremos en tierras gobernadas por Motiak.
Khideo asintió.
—Entonces nos iremos por detrás de la ciudad, por el lado contrario al río. Y sólo necesitaremos dar cerveza a los guardias elemaki que están apostados en la ciudad. Los guardias que hay río abajo y río arriba no nos oirán, ni tampoco los que están en la otra margen. Y cuando los centinelas descubran que nos hemos marchado, no se atreverán a presentarse ante su rey para dar parte, porque saben que los ejecutarían por su descuido. Así que ellos también huirán al bosque y se convertirán en forajidos vagabundos, y pasarán muchos días antes de que el rey elemaki se entere de lo que hemos hecho. Éste es mi plan, oh rey, y ahora te devuelvo la voz.
—Recibo mi voz —dijo Ilihiak—. Y declaro que en verdad fue mi voz, y Khideo es ahora mis manos y mis pies para conducir esta nación hacia su libertad. Él fijará el día, y todos le obedeceremos como si fuera rey hasta que estemos en las márgenes del Mebbereg.
Los hombres del consejo se arrodillaron y apoyaron las palmas en el suelo, ofreciendo su lealtad a Khideo. Monush lo saludó con un gesto de la cabeza, como convenía a la dignidad del emisario de Motiak. Khideo enarcó las cejas, pero Monush no modificó su expresión benévola. Al cabo de un instante, Khideo optó por conformarse con el cabeceo de Monush; alzó las manos para liberar a los demás y se arrodilló ante el rey, poniendo el rostro entre las rodillas del rey y las manos sobre los pies del rey.
—Todo lo que haga en tu nombre te traerá honra, oh rey, hasta el día en que te devuelva las manos y los pies.
Era interesante, pensó Monush, que aquellos ritos hubieran surgido tan pronto, al cabo de sólo tres generaciones de distancia de Darakemba. Luego cayó en la cuenta de que los ritos podían ser mucho más antiguos, aprendidos de los elemaki durante los años de permanencia de los zenifi en aquel lugar. Era irónico que los zenifi se hubieran ido para ser los nafari más puros y hubieran terminado por adoptar costumbres elemaki.
Ilihiak apoyó las manos sobre la cabeza de Khideo. Al parecer así terminaba el ritual, y Khideo se levantó y regresó a su asiento. Ilihiak sonrió.
—Obrad con coraje, amigos míos, pues se aproxima el momento en que el Guardián nos liberará.
Al anochecer, para asombro de Monush, todo el pueblo estaba al tanto. Habían reunido los rebaños necesarios y los guardias apostados en la ciudad estaban ebrios como cubas. Horas antes del alba, bajo un brillante claro de luna, la gente abandonó la ciudad con asombrosa celeridad, frente a los cavadores adormecidos, y se internó en el bosque. Khideo y sus exploradores eran guías excelentes, y al cabo de tres días llegaron a las márgenes del Mebbereg. Desde allí, Ilihiak, nuevamente monarca de los zenifi, usó los servicios de Monush como explorador y guía, pero Monush no pidió, ni Ilihiak ofreció, la clase de autoridad que se le había conferido a Khideo. Cuando vea a Motiak, pensó Monush, le contaré que conviene tratar con respeto a esta gente, pues aun en su pequeño y oprimido reino encontraron a unos cuantos que son dignos de la autoridad y saben usarla.