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—Padre, debí haberte hecho esta súplica cuando estuviéramos solos.

—No hay nada que suplicar —dijo Motiak—. Obedecí el sueño del Guardián y envié a Monush con sus hombres. Encontraron a los zenifi y los trajeron, y me parece evidente que contaron con la protección del Guardián. Si el Guardián desea que envíe otra expedición, primero debe enviar otro sueño.

—Tal vez a un hombre, esta vez —murmuró Khideo. Motiak sonrió vagamente.

—No presumo de sugerir al Guardián de la Tierra cuál de sus hijos debe ser el receptor de sus mensajes.

Un timorato se habría acobardado, pero Khideo se las apañó para inclinar la cabeza sin dar muestras de ceder. Edhadeya tuvo la impresión de que no siempre se conformaría con inclinarse ante otro hombre.

—Edhadeya, puedes marcharte —dijo Padre—. Confía en el Guardián de la Tierra. Y confía en mí, también.

¿Confiar en Padre? Claro que confiaba. Confiaba en que sería amable con ella, cumpliría su palabra y sería un rey justo y un padre sabio. Pero también estaba convencida de que, por regla general, la ignoraría, que permitiría que, según la costumbre, permaneciera encerrada en el ala de las mujeres, obligada a ser respetuosa con una tonta celosa como Dudagu Dermo. Si todas las mujeres eran como la madrastra de Edhadeya, las costumbres tenían sentido. ¿Por qué iban a perder el tiempo los hombres escuchándola? Pero yo no soy como Dudagu, pensó Edhadeya, y Padre lo sabe. Lo sabe, pero por respeto a la tradición me trata como si todas las mujeres fuéramos igualmente inútiles. Siente más respeto por la tradición que por mí.

Mientras tejía en su habitación, furiosa, Edhadeya tuvo la honestidad de admitir que Padre la trataba con más respeto del que era normal dedicar a las mujeres, y que lo criticaban por ello. Ahora que Monush había regresado con los zenifi, que realmente precisaban ayuda, todos admitían que Motiak no había sido un necio al escuchar a su hija. Y entonces, ante todos, Edhadeya había señalado la equivocación de Monush. Había sido una tontería. ¿Por qué desperdiciar un triunfo? Ya tendría la oportunidad de hablarle en privado. No estaba habituada a pensar como un político, eso era todo.

Pero no era culpa suya no entender de política, ¿verdad? No era decisión suya permanecer fuera de la corte excepto los días de las mujeres, cuando la exhibían y le permitían saludar a aquellas damas de sonrisa bobalicona. Quería gritarles que eran las criaturas más despreciables del mundo, ataviadas con sus finas prendas y sin ensuciarse las manos para trabajar. ¡Sed como las mujeres del cielo! ¡Sed como las mujeres del suelo! ¡Lograd algo! Sed como las mujeres medias más pobres, si no se os ocurre otra cosa. Adquirid una habilidad que no sea puramente decorativa, pensad por vuestra cuenta, entablad una discusión.

Sé justa, sé justa, se dijo. Muchas de estas mujeres son más listas de lo que aparentan. Aprenden modales y exhiben su belleza para ayudar a subir de rango y para que crezca el honor de su familia dentro del reino. ¿ Qué otra cosa pueden hacer? No son las descendientes de un rey indulgente que permite que su hija se pavonee como un muchacho y suba a la azotea como el chiflado de Mon, que quiere ser un ángel…

Me gustaría estar con Mon, porque él no me trata con condescendencia. ¿Y por qué no habría de querer ser un ángel? No lo comenta, ¿verdad? No fabrica alas con plumas y cordeles, ni trata de saltar de la azotea, ¿verdad? No es que esté chiflado. Simplemente está atrapado en su vida, como yo en la mía. Eso nos hace amigos.

Amigos, un hombre y una mujer. Era posible. Por lo que algunos decían, parecía que un hombre humano tenía más en común con un hombre ángel que con una mujer humana.

Edhadeya evocó su sueño. Sabía que pensaba demasiado en aquello. Al descubrir más detalles del sueño, no podía confiar en sus nuevas conclusiones; evidentemente, estaba añadiendo sus necesidades, deseos e ideas a la visión que le había enviado el Guardián. Aun así, estaba segura, al recordar a esa familia, de que el padre consideraba a la madre como su igual, incluso como superior a él en ciertos aspectos. La consideraba más valiente que él, eso seguro. Más fuerte. Y lo admitía. Y ambos padres valoraban a la hija tanto como al hijo varón. Aunque vivían como esclavos entre los cavadores, ésta era la gran verdad que llevarían a Darakemba si podían liberarse de su esclavitud. Pues tendrían el coraje de predicar esta idea. No era en su propio menoscabo que Akmaro respetaba a Chebeya, y los dos no honraban menos a su hijo varón Akma por el hecho de honrar igualmente a Luet.

¿Luet? ¿Akma? Nadie le había dicho esos nombres. Habían hablado de Akmaro y Chebeya, ¿pero habían mencionado el nombre de sus hijos? No era difícil deducir que la esposa de Ro-Akma hubiese llamado Akma a su primogénito, como el padre, ¿pero cómo sabía que había llamado Luet a la hija?

Lo supe porque el Guardián de la Tierra todavía me habla a través del mismo sueño, a través de mi recuerdo del sueño.

Mientras ese pensamiento acudía a su mente, supo que no debía contárselo a nadie. Sería demasiada presunción. Algunos creerían que trataba de explotar su sueño para darse ínfulas. Tendría que obrar con prudencia y no adjudicarse un excesivo conocimiento del Guardián.

Pero lo cierto era que el Guardián la tenía en cuenta y todavía le hablaba, y esa noticia la regocijó tanto que apenas podía contenerse.

—¿Y bien? ¿Qué ocurre? No te contonees como si tuvieras que ir al excusado.

Edhadeya se sobresaltó al oír la voz de Uss-Uss. No se había dado cuenta de que la esclava cavadora estuviera en la habitación.

—Ya estaba aquí bien visible cuando has entrado, tontorrona —dijo Uss-Uss—. Si no hubieras estado tan enfadada con tu padre, me habrías visto.

—Yo no he dicho nada —se puso en guardia Edhadeya.

—¿Ah, no? Pues estabas mascullando que no eras tan estúpida como Dudagu Dermo y que no mereces quedar excluida de todo y que Mon no está loco porque quiere ser un ángel porque a fin de cuentas la gente inútil como la hija del rey y el segundogénito del rey desean ser cualquier cosa menos lo que son…

—¡Oh, cállate! —protestó Edhadeya—. ¿Por qué te burlas de mí?

—Te he dicho que mascullar no es una buena costumbre. Un oído fino puede captar lo que dices.

—No he dicho nada sobre las hijas de los reyes ni sus segundogénitos…

—Estás perdiendo el juicio, niña. Y he notado que cuando hablas de tus aspiraciones y las de Mon, no mencionas a los viejos cavadores.

—Aunque quisiera ser una cavadora y vivir con el hocico en la tierra —dijo Edhadeya de mal modo—, seguro que no querría ser vieja.

—Que la Madre te perdone —dijo Uss-Uss—, y que te deje llegar a vieja a pesar de tus imprudentes palabras.

Edhadeya sonrió, complacida de que Uss-Uss se preocupara por ella.

—El Guardián no me fulminará por decir estas cosas.

—Digamos que no lo ha hecho hasta ahora —dijo Uss-Uss.

—¿El Guardián habla contigo, Uss-Uss?

—Habla conmigo en la palpitación de las raíces de los árboles, bajo la tierra —le respondió Uss-Uss.

—¿Y qué dice?

—Lamentablemente, no hablo la lengua de los árboles. No tengo ni la menor idea. Todo lo que capto es algún comentario sobre la necedad de las jovencitas.

—Es raro que el Guardián me diga la verdad a mí y te mienta a ti.

Uss-Uss cloqueó con deleite al oír esa réplica, y luego calló de pronto. Edhadeya dio media vuelta y vio a su padre en la puerta.

—Padre —se dirigió a él—. Entra.

—¿He oído a una criada llamar estúpida a su ama? —preguntó Padre.