—¿Y crees que yo podría ayudar?
—¿Cómo saberlo? Sólo se me ocurre porque hay varias referencias en los documentos más antiguos (es decir, los documentos más antiguos de los nafari) al hecho de que el índice es una máquina ligada al Alma Suprema, no al Guardián de la Tierra.
Mon no lo comprendía.
—¿Y si el Guardián de la Tierra y el Alma Suprema no son la misma persona?
Era una posibilidad que Mon había oído exponer con frecuencia, pero nunca había logrado averiguar por qué importaba tanto.
—¿Y qué, entonces?
—De las inscripciones más antiguas se podría deducir que el Alma Suprema también es una máquina.
Aquello era herejía, pero Mon no dijo nada, pues sabía que Bego no era un traidor. En consecuencia, debía haber en sus palabras una connotación que no atentaba contra el hecho de que el Guardián de la Tierra hubiera escogido a Nafai para ser primer rey de los nafari y sus hijos después de él, hasta Padre.
—No sé ni puedo averiguar si el Guardián de la Tierra creó al Alma Suprema o si creció por sí mismo —dijo Bego—. Soy bibliotecario, no sacerdote, y no pretendo tener una respuesta para todo… sólo sé dónde están escritas las respuestas de otras personas. ¿Pero qué hay si la razón por la cual el índice no puede traducir esas inscripciones es porque ni el Guardián ni el Alma Suprema tienen la menor idea de cómo leer ese idioma?
La idea era tan inquietante que Mon tuvo que levantarse y caminar de nuevo, rodeando el escritorio.
—Bego, ¿cómo es posible que haya algo que el Guardián de la Tierra ignora? Él sabe todo cuanto puede saberse.
—No me refería al Guardián, sino al Alma Suprema.
Ah. Conque por eso Bego pensaba que la distinción tenía importancia. Pero para Mon no era tan fácil de resolver. Había creído durante mucho tiempo que el Alma Suprema y el Guardián de la Tierra eran una misma cosa. Le parecía demasiado cómodo concluir que, si el índice no podía leer una inscripción, eso debía significar que el Alma Suprema, que no sabía interpretarla, era diferente del Guardián, que lo sabía todo. ¿No cabía la posibilidad de que el Guardián y el Alma Suprema fueran lo mismo, aunque no supieran leer la inscripción? Era desconcertante pensar que el Guardián no lo sabía todo… pero era preciso afrontar esa posibilidad.
—¿Por qué el Guardián no pudo haber enviado a los espías de Ilihiak a Opustoshen para que te trajeran los documentos a ti y tú los descifraras?
Bego sacudió la cabeza, riendo.
—¿Quieres que los sacerdotes caigan sobre ti como mosquitos? No comentes esas ideas, Mon. Ya es bastante osado por mi parte dudar de que el Alma Suprema pueda leer estas inscripciones. Por otra parte, no importa. Me han designado para descifrarlas. Hago algunas conjeturas, pero no tengo manera de saber si estoy en lo cierto.
De pronto Mon comprendió qué clase de ayuda buscaba Bego.
—¿Crees que yo podría distinguir si estás en lo cierto o no?
—Es algo que ya has demostrado ser capaz de hacer antes, Mon. A veces sabes cosas que no pueden saberse. Edhadeya tuvo el sueño de los zenifi, pero tú supiste que era un sueño verdadero. Tal vez puedas decirme si mi traducción es fiel.
—Pero mi don proviene del Guardián, y si el Guardián no sabe…
—Entonces no podrás ayudarme. Y quizá tu don sólo sirva para… bien, para otras cosas. Pero vale la pena intentarlo. Permíteme mostrarte, pues, lo que he hecho hasta ahora.
Mon sintió un creciente temor cuando Bego empezó a sacar de la caja más cortezas enceradas. Escuchó atentamente las explicaciones de Bego, que había copiado las inscripciones y las había estudiado, pero lo intimidaba la idea de opinar acerca de un idioma que ni siquiera podía leer.
—Presta atención —dijo Bego—. No funcionará si te pones tan nervioso.
Sólo entonces Mon se dio cuenta de que no se estaba quieto.
—Lo siento.
—Comencé por elementos que aparecían tanto en la piedra de Coriantumr como en las planchas de oro. ¿Ves éste? Se repite más que ningún otro. Y este otro viene en segundo lugar, pero el segundo tiene esta marca delante. —Señaló un dibujo con forma de pluma—. Y esta marca aparece en muchos otros lugares. Como aquí, y aquí. Sospecho que esta marca es como el honorífico «Ak» o «ka», y significa rey.
Bego miró esperanzado a Mon, que sólo pudo encogerse de hombros.
—Es posible. Tiene sentido. Bego suspiró.
—Bien, no desistas tan fácilmente —dijo Mon, irritado—. ¿Esperas tener razón en todo?
—Era aquello de lo que estaba más seguro —dijo Bego.
—¿No me enseñaste hace tiempo que estar seguro no significa estar en lo cierto?
Bego se echó a reír.
—Bien, por lo que sé, podría tratarse simplemente de la indicación de un patronímico.
—¿Un qué?
—Una marca que significa que lo que sigue es un nombre.
—Eso suena mejor —dijo Mon—. Eso tiene sentido. Bego no dijo nada. Mon apartó los ojos de las cortezas enceradas y los ojos de ambos se encontraron.
—¿Y bien? —preguntó Bego—. ¿Sentido hasta qué punto?
Mon comprendió lo que Bego le preguntaba y estudió sus propios sentimientos; trató de saber si la marca indicaba un patronímico.
—Tiene mucho sentido. Es correcto. Es verdadero, Bego.
—¿Tan verdadero como el sueño de Edhadeya? Mon sonrió.
—Regresaron con los zenifi que no debían, ¿recuerdas?
—No trates de eludir la pregunta, Mon. Tú sabes que tanto Ilihiak como Khideo confirmaron que el sueño de Edhadeya se relacionaba con un ex sacerdote de Nuab llamado Akmaro.
—Bego, sólo puedo decirte esto: si intentaras decirme que las palabras asociadas con esa marca no son nombres, yo tendría que jurar que te equivocas.
—Con eso me basta. No son nombres de reyes, pero son nombres. Eso está bien. Eso es lo más importante. ¿Ves, Mon? El Guardián quiere que interpretemos esta lengua. Bien, veamos, este nombre es el que más aparece en la piedra, y también es bastante común al final del escrito de las planchas.
—¿Cómo sabes que se trata del final?
—Porque creo que el nombre es Coriantumr: el último rey, o al menos el último hombre, del grupo de humanos que pereció en Opustoshen. Así que el lugar donde se menciona su nombre tendría que estar al final, ¿no crees?
—¿Y quién escribió las planchas de oro?
—¡No lo sé! Mon, ni siquiera he empezado a descifrarlo. Sólo quiero que me confirmes si éste es el nombre de Coriantumr.
—Sí —dijo Mon—. Sin duda alguna. Bego asintió.
—Bien, bien. Esto es lo obvio. Lo deduje hace unas cuantas semanas, pero me conviene que puedas confirmarme que voy por buen camino. Ahora lo intentaré con otras palabras. Creo que ésta, por ejemplo, significa batalla.
Al principio a Mon no le parecía atinado. Por último, sin embargo, después de varias pruebas, decidieron que lo más aproximado al significado de la palabra era «lucha». Al menos a Mon le parecía correcto.
Pero los aciertos fueron cada vez más infrecuentes. A medida que Bego se sumía en nuevas especulaciones, éstas eran cada vez menos acertadas, o al menos Mon no podía confirmar su veracidad. Era una tarea lenta y frustrante. Más tarde, Bego envió a su criado cavador a informar a Motiak de que Mon y Bego no asistían al consejo aquella noche, y de que comerían en sus habitaciones mientras trabajaban en «el problema».
—¿Tan importante es? —preguntó Mon, cuando se marchó el criado—. ¿Tan esencial que no debes dar más explicaciones? ¿Que ni siquiera debes pedir permiso a Padre para no asistir?
—Aunque termine por decirle que sólo podemos leer estos fragmentos, es más de lo que sabíamos antes. Y como el Guardián desea que sepamos todo lo que podamos saber sobre estos escritos, sí, es importante.