—No son los únicos —dijo Edhadeya.
—No estoy muerto. Tengo compasión, a pesar de lo que creas de mí. Recuerdo mis propios sufrimientos, recuerdo el sufrimiento de otros. También recuerdo que te amaba.
—Ojalá lo olvidaras. Si alguna vez fue cierto, lo echaste a perder hace mucho tiempo.
—Todavía te amo. Te amo tanto como puedo amar a alguien. Pienso continuamente en ti, en la alegría que sentiría si pudiera contar contigo una sola vez tal como Padre puede contar con Madre en todo lo que hace.
—Puede contar con ella porque lo que hace es bueno. Akma cabeceó.
—Ya entiendo. Pero no finjas que no estamos juntos por culpa de mis creencias. Eres tan obstinada como yo.
—No, Akma, no soy obstinada. Sólo soy franca. No puedo negar lo que sé.
—Pero puedes ocultarlo —comentó Akma, con una sonrisa amarga.
—¿Qué quieres decir?
—Durante esta conversación, ni te has molestado en mencionar que mi hermana se casará con el ser humano más aborrecible que he conocido.
—Creía que tu familia te lo había dicho.
—He tenido que enterarme por Khimin.
—Lo lamento. Fue elección de Luet, sin duda. Tal vez ella no quería hacerte daño.
—Para mí ella ha muerto. Se ha entregado a los torturadores y me ha rechazado. En lo que a mí concierne, tú estás haciendo lo mismo.
—Eres tú quien se ha entregado a los torturadores, Akma; tú me has rechazado a mí. Didul no es un torturador. Es el hombre que tú debiste haber sido. Lo que Luet ama en él es lo que amaba en ti. Pero eso ya no existe.
Elegantemente, él le concedió la última palabra, mirando el vacío mientras Edhadeya se marchaba.
Minutos después, Bego y Mon oyeron un gran estrépito en la biblioteca y allí encontraron a Akma, partiendo sillas contra la mesa. Estaba llorando, y lo miraron horrorizados mientras rugía como un animal y destrozaba los muebles.
Pero Mon notó que antes de su arranque había puesto en un estante todas las cortezas sobre las que escribía. Akma se había entregado a un arrebato de cólera, pero no al extremo de derrochar un día de estudio.
Más tarde Akma ofreció una breve y seca explicación. Su hermana se casaría con uno de los torturadores. Se negaba a pronunciar el nombre, pero Mon sabía que Luet había pasado las últimas semanas en Bodika y no era difícil de adivinar. Didul no significaba nada para Mon. Lo que más le sorprendía era que Luet se casara. Él tenía la intención, cuando todo aquello terminara, cuando se asentara el polvo, cuando ya no le diera vergüenza enfrentarse a ella… Era eso, comprendía ahora. Por eso estaba esperando. Porque no podía hablarle, no podía decirle lo que sentía, cuando había negado su sentido de la verdad, cuando cada palabra que pronunciaba estaba manchada por la mentira.
No, no eran mentiras. Las cosas que creemos Akma y yo son ciertas. Esta sensación que tengo es una ilusión, sé que lo es. No podía enfrentarme a Luet teniendo esta sensación de ser un farsante. Sólo necesitaba más tiempo, más fuerza. Más coraje.
Ahora ya no importa. Ahora puedo atacar la religión de Akmaro con la conciencia tranquila. Cuando Padre decrete que todas las religiones son iguales, que todos los cultos cuentan con la protección de la ley, entonces saldremos al descubierto y todo quedará claro. Es bueno no tener lazos de afecto que compliquen la situación. Es bueno que participe en esto junto a mis hermanos, a mi amigo, y no arrastrado por una mujer que no puede elevarse sobre esa voz interior que le han enseñado a identificar con el Guardián de la Tierra. Luet habría sido una mala elección. Y yo habría sido mala elección para ella.
Yo habría sido mala elección para ella. Cuando ese pensamiento le cruzó la mente, su sentido de la verdad al fin le brindó cierta calma. Al fin decía la verdad ante el Guardián.
Este último fue el pensamiento más devastador: Si el Guardián existía, a pesar de todo, había juzgado a Mon y lo había juzgado indigno del amor de la mujer que él amaba. Pero Mon no podía escapar de la duda incisiva de que las cosas habrían sido distintas si no hubiera participado en los planes de Akma. ¿Habría sido tan terrible seguir creyendo en el Guardián y tener a Luet como esposa y vivir en paz? ¿Por qué Akma no pudo dejarme en paz?
Ahuyentó de su mente estos pensamientos desleales y no reveló sus sentimientos a nadie.
10. EL ANTIGUO ORDEN
Akma buscó a Bego toda la mañana, pero no pudo encontrarlo. Necesitaba el consejo de Bego; el rey lo había llamado e ignoraba lo que le esperaba. Si lo acusaban de un delito, ¿Motiak lo habría citado en sus aposentos privados? Akma necesitaba asesoramiento, y los únicos que podían dárselo sabían menos que él. Bien, Aronha sabía más que nadie acerca de la administración del reino, pues se había preparado toda su vida para eso. Pero Aronha sólo pudo decirle que no creía que Akma corriera peligro.
—Padre no es de los que te citan en sus aposentos para acusarte de un delito. Él actúa abiertamente, utilizando el procedimiento normal. Debe de querer hablar acerca del decreto que le sugeriste anoche a Edhadeya.
—No te necesitaba para que me dijeras eso. No quería encontrarme con una sorpresa por ir desprevenido.
—¿Por qué no admites que tienes miedo? —dijo Khimin—. Sabes que te has portado mal, y que el rey estará tan enfadado que te haría trizas si no fuera un déspota amable y benévolo. —En las últimas semanas Khimin había descubierto en los antiguos documentos que un consejo electo gobernaba la ciudad de Basílica, y ahora sugería continuamente la abolición de la monarquía. Nadie le prestaba la menor atención.
—Nadie impedirá que hablemos esta noche, ¿verdad?
—preguntó Ominen Hacía meses que ansiaba hablar en público, pero durante las persecuciones más cruentas habría sido contraproducente manifestarse contra los Guardados; era natural que ahora temiera que Akma postergara su pronunciamiento una vez más.
—Podrás dar tu discurso —dijo Akma—. Tal como está escrito, recuérdalo. Nadie debe improvisar.
Ominer puso los ojos en blanco, pero Akma se volvió Jiacia Mon.
—Tú estás muy callado. Mon se sobresaltó.
—Sólo pensaba. Hemos estado mucho tiempo esperando. Ahora actuaremos. Está bien, y es un alivio, ¿no crees?
—¿Qué hay de mi entrevista con tu padre? —preguntó Akma.
—Te irá bien. Siempre te va bien. Tratarán de disuadirte. Tú serás cortés y rehusarás cambiar de parecer. Es sencillo. Sólo me decepciona que no nos hayan invitado a verlo.
—Sonrió.
Akma oyó las palabras de Mon. No había nada de malo en lo que decía, pero algo le molestaba. Algo le pasaba a Mon. ¿Ya no sería de fiar? ¿Y si esa noche Mon se levantaba para anunciar que estaba de parte de su padre? Una división entre los hijos de Motiak lo arruinaría todo. La gente comprendería que el hijo leal sería el heredero y que las reformas de Akmaro serían permanentes. Entonces los Guardados contarían con el beneplácito del gobierno, sería conveniente estar de su parte, y la religión de Akmaro seguiría dominando. Akma no se hacía ilusiones. La doctrina que enseñaría a partir de esa noche no era la clase de ideología que llegaba al alma; nadie moriría por una religión que se limitaría a atraer conversos prometiendo un retorno a la antigua tradición y aparentando ser la religión del futuro, concretamente, cuando Aronha subiera al trono. Sin duda se convertiría en la religión predominante de inmediato, en cuanto al número de fieles. Más importante aún, los dirigentes del nuevo culto constituirían el núcleo del futuro gobierno. Akma se encargaría de que Aronha, una vez en el trono, sólo oyera el consejo de librar una guerra contra los elemaki. Basta de posturas defensivas: había que expulsar a los elemaki de sus escondrijos de las serranías. La tierra de Nafai sería redimida con sangre de cavadores, y en el lugar donde Akma había sido esclavo los esclavos cavadores trajinarían bajo los látigos nafari. Entonces el triunfo de Akma sería total. La debilidad de su padre ante la persecución quedaría redimida por el coraje de Akma.