Akma sacudió la cabeza.
—Al cabo de tantos años, ¿todavía crees que puedes asustarme con advertencias sobre el Guardián?
—No —dijo Akmaro—, no creo que pueda asustarte. Pero tengo el deber de decirte lo que sé. Anoche tuve un sueño verdadero.
Akma gruñó para sus adentros. Oh, Padre, no te humilles aún más. ¿No puedes afrontar tu derrota como un hombre?
—El Guardián te ha escogido. Te reconoció en la infancia y te preparó para tu papel en la vida. Nunca entre los nafari nació alguien dotado de tanta inteligencia, sabiduría y poder.
Akma se echó a reír, tratando de eludir aquella obvia adulación.
—¿Por eso tratas mis ideas con tanto respeto?
—Tampoco hubo nadie dotado de tanta sensibilidad. Cuando eras pequeño, eso te inclinaba a la compasión. Los golpes que recibía Luet te dolían más que los que recibías tú. Sentías el dolor de cuantos te rodeaban, de todo el mundo. Pero junto con la sensibilidad vino el orgullo. Tenías que ser tú quien salvara a los demás, ¿verdad? Ése es el crimen que no puedes perdonarnos. Que fuera tu madre y no tú quien se enfrentó a Didul ese día en los campos. Que fuera yo, y no tú, quien les enseñó, quien los conquistó. Todo cuanto ansiabas sucedió: nuestro pueblo se salvó, el tormento cesó. Lo único que no pudiste tolerar fue la sensación de que tú no habías tenido nada que ver con aquella victoria. Y por eso tienes ese sueño de guerra. Aunque nuestro pueblo ya está a salvo, no descansarás hasta que conduzcas un ejército para vengarlo.
Luego habló Madre, la voz trémula de emoción.
—¿No sabes que fue tu coraje lo que nos sostuvo a todos?
Akma sacudió la cabeza. No soportaba el patetismo de aquellos tortuosos intentos de persuasión. ¿Por qué se ponían en ese trance? Le decían que era inteligente, pero no comprendían que esa misma inteligencia le permitía adivinar sus intenciones.
—El Guardián te observa —continuó Padre— para ver qué harás. El momento de la elección llegará. Dispondrás de toda la información que necesites para tomar una decisión.
—Ya he tomado mi decisión.
—Ni siquiera se te ha dado a escoger, Akma. Lo sabrás cuando llegue el momento. Por un lado estará el plan del Guardián: crear un pueblo de paz que celebre las diferencias entre la gente del suelo y del cielo y de todo lo que está en medio. Por el otro, estará tu orgullo, y el orgullo de todos los humanos, nuestro aspecto más despreciable, el aspecto que incita a hombres adultos a agujerear las alas de los niños ángeles. Ese orgullo te hace rechazar al Guardián porque el Guardián te rechazó, así que ahora finges no creer en él. Tu orgullo te pide guerra y muerte; como unos cuantos cavadores te pegaron cuando eras pequeño, todos los cavadores deben ser expulsados de sus hogares. Si te decides por ese orgullo, si escoges la destrucción, si rechazas al Guardián, el Guardián considerará que este experimento es un fracaso. Tal como los rasulum fracasaron en su día, habremos fracasado. Y terminaremos como los rasulum. ¿Me comprendes, Akma?
—Te comprendo. No creo ni una palabra de lo que dices, pero te comprendo.
—Bien. Porque yo también te comprendo a ti. Akma rió despectivo.
—Muy bien. ¡Entonces podrás decirme qué camino escogeré, así me ahorrarás molestias!
—Cuando estés sumido en la desesperación, hijo mío, cuando veas la destrucción como la única opción deseable, recuerda esto. El Guardián nos ama. Nos ama a todos. Valora cada vida, cada mente, cada corazón. Todos somos preciosos para él. Incluso tú.
—Qué amable de su parte.
—Su amor por ti es la única constante, Akma. Él sabe que siempre has creído en él. Él sabe que te rebelaste porque te creías más facultado que él para cambiar este mundo. Él sabe que has mentido una y otra vez, que te has mentido incluso a ti mismo, especialmente a ti mismo, y te repito que aun sabiendo todo esto, si te vuelcas en él, él te acogerá.
—Y si no lo hago, el Guardián liquidará a todo el mundo, ¿verdad?
—Retirará su protección, y entonces seremos libres de destruirnos.
Akma rió de nuevo.
—¿Y me dices que este ser está lleno de amor? Padre cabeceó.
—Sí, Akma. Tanto amor que nos deja escoger por nuestra cuenta. Aunque escojamos la destrucción y le rompamos el corazón.
—¿Y viste todo esto en un sueño? —preguntó Akma.
—Te vi en el fondo de un pozo tan profundo que ninguna luz llegaba allí. Te vi sollozando, gritando de dolor, rogando al Guardián de la Tierra que te eliminara, que te destruyera, porque eso sería mejor que vivir con tu vergüenza. Y pensé: Sí, Akma es tan orgulloso que preferiría morir a sufrir vergüenza. Pero junto a ti, en ese pozo oscuro, Akma, vi al Guardián de la Tierra. O más bien le oí, diciendo: Akma, extiendo mi mano para sacarte de este lugar. Coge mi mano. Pero tu llanto era tan fuerte que no podías oírle.
—Yo también tengo pesadillas, Padre —dijo Akma—. Trata de cenar más temprano, para digerir bien la comida antes de acostarte.
Y Akma pensó que el silencio que siguió evidenciaba su triunfo.
Motiak miró a Padre, quien sacudió la cabeza. Madre rompió a llorar.
—Te amo, Akma —dijo.
—Yo también te amo, Madre —respondió él. Y a Motiak le dijo—: Y a ti, mi señor, te honro y obedezco como rey. Ordéname que calle y no diré nada. Sólo te pediré que también ordenes a mi padre que guarde silencio. Pero si le permites hablar a él, permíteme hablar a mí.
—Eso es lo que dice el decreto —respondió Motiak—. No hay religión estatal. Plena libertad de culto. Libertad para fundar congregaciones de creyentes. Las congregaciones elegirán sus dirigentes según sus propias normas. No habrá sumo sacerdote designado por el rey. Y se prohíbe perseguir a nadie por sus creencias. Tu padre me dice que aquí hemos logrado todo lo que él esperaba. Ya puedes marcharte.
Akma sentía la victoria resplandeciendo en él como un amanecer de verano, cálido y dulzón.
—Gracias, señor.
Dio media vuelta para marcharse. Cuando llegó a la puerta, Motiak le dijo:
—De paso, tú y mis hijos varones tenéis prohibida la entrada a mi casa. Mientras no estéis entre los Guardados, ninguno de vosotros volverá a ver mi rostro hasta que yo sea cadáver.
La voz era contenida y serena, pero las palabras hirientes.
—Lamento esa decisión —dijo Akma. Y luego añadió—: ¿Lo mismo le ocurrirá a Bego?
Vio que Bego lo miraba con ojos lastimeros.
—Eso no es cosa tuya —dijo Motiak.
Akma se marchó, cerrando la puerta. Regresó deprisa a la biblioteca, donde lo aguardaban Aronha, Mon, Ominer y Khimin. Les dolería que los expulsaran de casa, pero Akma se sabía capaz de convertir su consternación en renovada determinación. Ésa sería una noche triunfal. El principio del fin de aquella tontería de tomar decisiones políticas basadas en sueños. Y, ante todo, el principio de la justicia en todo el Gornaya.
Habrá paz y libertad cuando todo haya concluido, pensó Akma. Y recordarán que fui yo quien les dio seguridad. Y no sólo seguridad mientras viva para conducirlos a la guerra, sino seguridad para siempre, porque sus enemigos habrán sido totalmente destruidos. ¿Qué ha hecho ese mítico Guardián que sea comparable?
Shedemei regresó a Darakemba con el propósito de asistir esa noche a la primera asamblea de Akma. Por lo que otros le habían dicho —más la información que le pasaba el Alma Suprema— ya sabía lo que dirían Akma y los hijos de Motiak, y qué significaría. Pero había ido a la Tierra para vivir una temporada en sociedad. Tenía que experimentar los grandes acontecimientos, aunque le repugnara lo que sugerían acerca de la naturaleza humana. Asistió, pues, con algunas alumnas y un par de maestras. Voozhum quería ir, pero Shedemei decidió disuadirla.