—Habrá muchos de los que persiguieron a los Guardados. Odian a la gente del suelo, y no sabemos si podremos protegerte. No permitiré que mis cavadores nos acompañen esta noche.
—Oh, lo había entendido mal —dijo Voozhum—. Oí que hablarían los hermanos de Edhadeya. Siempre fueron muy buenos niños, muy amables conmigo.
Shedemei no tuvo el valor de explicarle cuánto habían cambiado aquellos niños. Voozhum no tenía por qué mantenerse al corriente de las noticias. Su materia eran las antiguas tradiciones de la gente del suelo, y podía prescindir de los discursos de esa noche.
Cuando comenzó la reunión, el orden de intervención de los oradores le sorprendió. Aronha era la figura de mayor fama y prestigio, amado por la nación desde su infancia. ¿No tendrían que haberlo puesto en último lugar? No. Cuando le oyó hablar, Shedemei comprendió. Despertaba entusiasmo, pero no acertaba a dejar claras las cuestiones sustanciales. Los reyes no necesitaban saber enseñar, sólo decidir e inspirar. Aronha sería un buen rey. Lo que dijo, en síntesis, fue que amaba a su padre y que respetaba sus creencias religiosas, pero que también respetaba las antiguas tradiciones nafari y agradecía que ahora pudiera haber más de un sistema de creencias y rituales.
—Siempre sentiré gran respeto por la Congregación de los Guardados, pues mi padre siente gran devoción por las enseñanzas del mártir Binaro. Pero hoy estamos reunidos aquí para fundar otra congregación, que denominaremos la Congregación del Antiguo Orden. Deseamos preservar los viejos ritos públicos que han formado parte de nuestra vida desde la época de los Héroes. Y, a diferencia de otros, no deseamos que esta congregación sea exclusiva. Damos la bienvenida a los Guardados que también deseen honrar las antiguas tradiciones. Podéis aceptar las enseñanzas de Binaro y sin embargo ser acogidos en nuestra congregación. Sólo pedimos respeto mutuo y la preservación del modo de vida que dio grandeza a Darakemba y nos mantuvo en paz durante muchos siglos.
Ovaciones. Murmullos sobre la sabiduría y tolerancia de Aronha. Será un rey sabio, un rey grande. ¿Cuántos de ellos entienden, se preguntó Shedemei, que por «antiguo orden» se refiere a la esclavitud o expulsión de los cavadores? Ningún Guardado podía secundarlos en aquel proyecto pero, al invitarlos, Aronha transmitía la falsa idea de que en su congregación cabían todos.
¿Y cuántos comprendían, pensó Shedemei, que la paz en Darakemba sólo había durado tres generaciones, pues hasta la época del abuelo de Motiak la nación de los nafari había vivido en los confines más lejanos del Gornaya y sólo se había unido al pueblo de Darakemba hacía menos de un siglo? Y aun así siempre hubo descontento entre los viejos aristócratas de Darakemba, que se sentían desplazados por el ascenso de la clase dominante nafari. No, eso no se comentará. Akma se jacta de ser estrictamente honesto al hablar de historia, pero está dispuesto a manipular la verdad para apoyar su causa.
El discurso de Mon fue más concreto, y se refirió a los ritos que intentarían preservar.
—Pedimos a los viejos sacerdotes que se acerquen para participar en estos rituales. Algunos de ellos requieren la presencia del rey, y no se celebrarán a menos que nuestro amado Motiak decida dirigirlos. —Se sobreentendía que si Motiak decidía no participar en los rituales, Aronha los celebraría en el futuro, cuando fuera Aronak—. Mantendremos los viejos días festivos, con celebraciones en vez de ayunos, con alegría en vez de melancolía.
En efecto, pensó Shedemei. Que la gente entienda que no se le exigirá ningún sacrificio para pertenecer a esta congregación. Una religión que sea pura dulzura, pero sin luz; toda forma, pero sin sustancia; toda tradición, pero sin precepto.
Ominer se dedicó a hablar del modo de hacerse miembro.
—Escribid vuestro nombre en los rollos. No es preciso que lo hagáis hoy, podéis hacerlo una de estas semanas. Os pedimos que donéis lo que podáis para ayudarnos a pagar un terreno donde podamos reunimos y para mantener las escuelas que fundaremos para educar a nuestros hijos según la antigua tradición, tal como nos educaron en la casa del rey. De algo podéis estar seguros: una vez inscritos en los rollos de la Congregación del Antiguo Orden, nunca os expulsarán de ella por tener alguna diferencia de opinión con un sacerdote.
Otro ataque contra la Congregación de los Guardados. En cuanto a las donaciones, Shedemei sintió ganas de reírse de tanto cinismo. La mayoría de los Guardados eran pobres, y donaban trabajo y dinero con gran sacrificio de su parte para pagar los edificios y los maestros. Pero lo hacían por el fervor de su fe y la sinceridad de su compromiso. La Congregación del Antiguo Orden nunca obtendría tantas aportaciones. Sin embargo no les faltarían fondos, porque todos los empresarios y propietarios ricos sabrían que el futuro rey y sus hermanos tendrían en cuenta esas contribuciones. No, no habría limitaciones presupuestarias, y los sacerdotes que antes de las reformas de Motiak eran asalariados gozarían nuevamente de pingües rentas. Basta de sacerdotes trabajando entre plebeyos. Sería un sacerdocio de clase alta.
Khimin, debido a su juventud, titubeó un poco en su discurso, pero el público parecía considerar simpáticos sus errores. Se limitó a afirmar que estaba de acuerdo con lo que habían dicho sus hermanos y a anunciar que en cuanto la Congregación estuviera bien organizada en Darakemba, Akma y los hijos de Motiak viajarían a todas las ciudades importantes de cada provincia para hablar con la gente y organizar el Antiguo Orden dondequiera que los invitaran a hacerlo. Lamentablemente, no tenían dinero propio, y no estaría bien servirse de la riqueza de sus padres para sostener una religión que éstos no aprobaban, así que Khimin, sus hermanos y su amigo Akma dependerían de la hospitalidad de otros en esos parajes remotos.
Shedemei se preguntó si vivirían el tiempo suficiente para pasar la noche en cada casa que estuviera patéticamente ávida de recibirlos. Familias ricas que no darían una torta de maíz a un mendigo suplicarían la oportunidad de demostrar su generosidad a aquellos jóvenes que no habían padecido necesidad jamás en su vida.
(Sé generosa, Shedemei. Akma ha padecido necesidad.)
Y no aprendió nada de ello, respondió Shedemei en silencio.
(Akma no es tonto. Permanecerán en casas de gente pobre con frecuencia, para resultar convincentes, y tanto en casas de ángeles como de humanos. No permitirán que Akmaro y Motiak dominen en nada, si pueden evitarlo.)
Entre todos, los cuatro hijos de Motiak habían tardado sólo media hora en terminar. Era evidente que cuando Akma se puso de pie para hablar nadie sabía qué esperar. Los hijos del rey eran celebridades, pero Akma era el hijo de Akmaro, y los rumores que lo precedían eran negativos. Algunos le tenían antipatía porque se oponía a las reformas religiosas de su padre. Algunos le tenían antipatía porque había repudiado el trabajo del padre, algo que los hijos de Motiak no habían hecho, pues incluso habían reiterado su absoluta lealtad al rey. Otros le tenían antipatía porque era un estudioso, con fama de ser una de las mentes más brillantes que frecuentaba la biblioteca de la casa del rey; existía cierta desconfianza natural hacia quienes sabían mucho de libros. Y otros no estaban dispuestos a simpatizar con él porque sabían que no creía en el Guardián de la Tierra, una postura absurda para alguien que estaba a punto de fundar una nueva religión.