Akma los sorprendió. Incluso sorprendió a Shedemei, aunque el Alma Suprema le había informado de lo que él pensaba decir. Pero Shedemei no estaba preparada para tanta elocuencia, tanta vehemencia. Akma no se valía de gestos grandilocuentes, sólo miraba al público con penetrante intensidad y todos y cada uno sentían en uno u otro momento que Akma posaba sus ojos en ellos, que hablaba directamente con ellos, y que conocía el corazón de cada uno.
Hasta Shedemei sintió la mirada de Akma cuando él dijo:
—Algunos habéis oído decir que no creo en el Guardián de la Tierra. Me alegra deciros que no es verdad. No creo en el Guardián tal como algunos lo definen, no creo en la primitiva idea de una entidad que envía sueños a ciertas personas pero no a otras, buscando favoritos entre los hombres y mujeres del mundo. No creo en un ser que traza planes para nosotros y se enfada cuando no los llevamos a cabo, que rechaza a ciertas personas porque no le obedecen con prontitud o no aman a sus enemigos más que a sus amigos. No creo en un ser omnisciente que transformó a los humanos y ángeles en amantes de la luz y el aire, y luego les exigió convivir con criaturas que viven en túneles de fango y suciedad. El Guardián de la Tierra no puede ser tan inepto en su planificación.
Todos rieron, complacidos. Aquel pequeño insulto a los cavadores demostraba que la nueva religión iba bien encaminada.
—No, el Guardián de la Tierra en el que yo creo es la gran fuerza de la vida que mora en todas las cosas. Donde cae la lluvia, allí está el Guardián de la Tierra. Cuando sopla el viento, cuando brilla el sol, cuando crecen el maíz y las patatas, cuando el agua corre sobre las rocas, cuando los peces brincan en el aire, cuando los niños cantan su primera y alegre canción de vida… creo en ese Guardián de la Tierra. El orden natural de las cosas, las leyes de la naturaleza… no hay que pensar en ellas para obedecerlas. No se requieren soñantes que os transmitan los deseos del Guardián. El Guardián quiere que todos comamos, y lo sabemos porque sentimos hambre. El Guardián quiere que riamos, y lo sabemos porque disfrutamos de la risa. El Guardián quiere que tengamos hijos, y lo sabemos porque no sólo amamos a los pequeños, sino el modo de engendrarlos. Los mensajes del Guardián de la Tierra llegan a todos y, excepto las entrañables y antiguas historias y ceremonias que nos unen como pueblo, no hay nada que enseñar que no aprendamos simplemente estando vivos.
Shedemei trató desesperadamente de pensar réplicas para todo lo que Akma había dicho, como había hecho con los hijos de Motiak, pero notó que el hechizo de esa voz era tan subyugador que no podía oponerse. Él dominaba su mente mientras decidiera hablar con ella. Shedemei sabía que no le creía, pero por el momento no podía recordar por qué.
Él seguía hablando, pero su discurso no resultaba largo. Cada palabra era fascinante, conmovedora, graciosa, alegre, sabia, y uno no quería perderse ninguna. No importaba que Shedemei supiera que él mentía, ni que ni siquiera él creyera en lo que decía. Aun así las palabras eran bellas, musicales; la rapsodia de esas palabras mecía a la gente como una corriente de las heladas aguas del Tsidorek, aturdiéndola al tiempo que la conmovía.
Sólo se libró de la magia de ese discurso cuando, hacia el final, Akma propuso su solución definitiva para el problema de los cavadores.
—A todos nos repugnan los actos de despiadada crueldad de los últimos meses. Esos actos atentaban contra las leyes existentes, y nos alegra que nuestro sabio rey haya fortalecido esas leyes al prohibir la persecución en nombre de las ideas religiosas. No obstante, no habría habido persecución si no hubiera habido cavadores que vivieran, contra natura, entre los hombres y mujeres de Darakemba.
En ese momento Shedemei reaccionó y dejó de ver la belleza en esa voz. Pero no eran tan lúcidos quienes la rodeaban y tuvo que codear a sus maestras y mirarlas con severidad para cerciorarse de que no creyeran en lo que él estaba diciendo.
—¿Es culpa de los cavadores estar aquí? ¡De hecho nunca tuvieron esa intención! Algunos habitan en la zona desde la antigua época en que los cavadores y ángeles vivían tan cerca que los cavadores podían robar a los hijos de los ángeles y devorarlos en sus húmedas cavernas. ¡Difícilmente podemos considerar que eso los hace dignos de obtener la ciudadanía! Además, la mayoría de los cavadores de Darakemba viven aquí porque ellos o sus padres participaron en una incursión en las fronteras de nuestro territorio, tratando de robar a hombres y mujeres honestos el fruto de su labor. O bien fueron capturados en cruentas batallas o cuando una expedición punitiva dominó una aldea de cavadores. Entonces los trajeron aquí como esclavos. ¡Eso fue un error! ¡Eso estuvo mal! No porque a los cavadores no les convenga ser esclavos, pues son esclavos por naturaleza, y así es como los tratan los monarcas de los elemaki. Pero, a pesar de ser esclavos, a pesar de ser un botín de guerra, fue un error traer cavadores a una nación de gente, ya que eso podía inducir a engaño. Sí, algunos podían pensar que los cavadores, por poseer una especie de lenguaje, eran capaces de pensar, sentir y actuar como personas. Pero no cabía engañarse. Nuestros ojos nos decían que eso era mentira. ¿Qué humano no se regocijaba al ver un ángel en vuelo o al oír el canto nocturno de nuestros hermanos? ¿Qué ángel no se deleitaba con los conocimientos que los humanos traían consigo, con las potentes herramientas que los fuertes brazos humanos podían fabricar y empuñar? Podíamos convivir y ayudarnos, aunque con ello no estoy diciendo que nuestros hermanos de Khideo no deban seguir privándose de la buena compañía de la gente del cielo, si así lo prefieren.
Otra risa apreciativa del público.
—¿Pero os regocijáis al ver a un cavador contoneando el trasero en el aire mientras perfora la tierra? ¿Os encanta oír su voz disonante y áspera, u oír sus zarpas tocando la comida que debemos comer? ¿No es una burla cuando sus dedos afilados aferran un libro? ¿No queréis marcharos de la habitación si uno de ellos intenta cantar?
Cada insulto era saludado con una risotada.
—Ellos no eligieron vivir con nosotros, y ahora, castigados con la pobreza que siempre será la suerte de quienes no cumplen los requisitos mentales de la auténtica ciudadanía, no poseen los medios para marcharse. ¿Y cómo iban a poseerlos? La vida en Darakemba, aun para un cavador, es mucho mejor que la vida entre los elemaki. Pero debemos tener respeto por el Guardián de la Tierra y obedecer la natural repugnancia que es el claro mensaje que nos envía el Guardián. ¡Los cavadores deben largarse! ¡Pero no por la fuerza! ¡No con violencia! ¡Somos civilizados! ¡No somos elemaki! He sentido el látigo de los cavadores elemaki en la espalda, y prefiero dar la vida antes que ver a un humano o a un ángel tratar aun al cavador más vil de esa manera. La gente civilizada repudia esa crueldad.
La gente lo aclamó y aplaudió. Qué nobles somos, pensó Shedemei, en repudiar la persecución mientras Akma nos sugiere una manera de reiniciarla, pero más eficazmente.
—¿Qué hacer, pues? ¿Qué hay de esos cavadores que entienden la verdad y quieren irse de Darakemba, pero no pueden costearse el viaje? Ayudémosles a entender que deben irse. Señalémosles amablemente el camino. Lo primero es que comprendáis que los cavadores sólo se quedan aquí porque seguimos pagándoles para hacer el trabajo que humanos y ángeles pobres y esforzados harían gustosamente. Claro que podemos pagar menos a los cavadores, pues no necesitan más que abrir un agujero a orillas de un riachuelo para tener casa. Pero debemos hacer un sacrificio, por ellos tanto como por nosotros, y dejar de contratarlos. Pagad un poco más para que un hombre cave esa zanja. Pagad un poco más para que una mujer os lave la ropa. Valdrá la pena porque no tendréis que volver a pagar para rehacer un trabajo mal hecho.
Hurras. Risas. A Shedemei, la injusticia de aquella mentira le daba ganas de llorar.