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—No compréis a comerciantes cavadores. Ni siquiera compréis a tenderos humanos o ángeles, si sus mercancías fueron fabricadas usando mano de obra cavadora. Pedid garantías de que todo el trabajo sea obra de hombres y mujeres, no de criaturas inferiores. Si un cavador quiere vender su tierra, sí, compradla, y a su justo precio. Que los cavadores vendan todas sus tierras, hasta que ningún trocito de Darakemba esté a nombre de un cavador.

Aplausos. Ovaciones.

—¿Padecerán hambre? Sí. ¿Se volverán más pobres? Sí. Pero no los dejaremos morir de inanición. Pasé años de mi infancia constantemente hambriento porque nuestros capataces cavadores no nos daban suficiente comida. ¡Nosotros no somos como ellos! Recogeremos alimentos, utilizaremos fondos donados a la Congregación del Antiguo Orden, y alimentaremos a cada cavador de Darakemba si es preciso, pero sólo el tiempo suficiente para que todos emprendan el viaje hacia la frontera. Y los alimentaremos sólo mientras estén en marcha. Pueden recibir alimentos de las despensas del Antiguo Orden, pero sólo en los límites de la ciudad, y luego ellos y sus familias deberán emprender la marcha hacia la frontera. A lo largo del camino les ofreceremos lugares seguros donde acampar, y comida, y serán tratados con benevolencia y cortesía, pero por la mañana se levantarán, comerán y continuarán la marcha. Y al final recibirán comida suficiente para otra semana de viaje hasta algún lugar en territorio elemaki, que es donde deben estar. ¡Que trabajen allí! ¡Que preserven esa preciosa «cultura» que tanto valoran algunos, pero no en Darakemba! ¡No en Darakemba!

Como sin duda planeaba Akma, la gente coreó el estribillo, y le costó silenciarla para poder concluir. El discurso no se prolongó demasiado, y Akma dedicó lo que de él faltaba a ensalzar la belleza de las antiguas costumbres nafari y darakembi, el amor y la tolerancia que reinarían en la Congregación del Antiguo Orden, y a proclamar que sólo entre los Antiguos, como se denominarían, podía hallarse auténtica justicia y bondad, tanto para los cavadores como para los ángeles y humanos. Todos gritaban asintiendo, aclamaban su nombre, proclamaban su amor por él.

(Akma sabía que lo haría bien, pero hasta él está sorprendido de tanta adulación.)

No cuenta con la mía, respondió Shedemei en silencio.

(Si de algo vale, la mayoría de la gente no comparte las cosas más ofensivas que dijo sobre los cavadores. Pero el proyecto de Akma cuenta con el apoyo de todos. Por el momento, al menos, la mayoría la considera una solución sencilla y humanitaria.)

¿Y qué le parecerá a la gente del suelo?

(Como el fin del mundo.)

Motiak detendrá esto, ¿verdad?

(Lo intentará, sin duda. Sus agentes ya le están informando de lo que han dicho sus hijos y Akma. Estudiarán la ley. Pero no podrá oponerse a este plan para siempre, si la gente realmente lo apoya.)

¿Acaso no ve que arrebatarle el sustento y expulsarlos de sus hogares es igualmente cruel, a la larga?

(Discute con él, no conmigo. Tal vez, si revelaras a la gente quién eres e hicieras una demostración del poder del manto…)

El Guardián no obra de esa manera. Quiere que la gente lo siga por amor.

(Bien, pero cuando Nafai zarandeó un poco a sus hermanos, obtuvo de ellos la colaboración suficiente para preparar la nave estelar.)

Y en cuanto pudieron volvieron a las andadas.

—Vamos a casa, Shedemei —dijo una de sus alumnas.

—Ha estado maravilloso —comentó otra, sacudiendo la cabeza con amargura—. Lástima que sus palabras sean pura mierda.

Shedemei reprobó aquel comentario grosero, pero de inmediato se echó a reír y la abrazó. Las alumnas de su escuela podían quedar fascinadas momentáneamente, pero la suya era una verdadera educación y no una simple asistencia a la escuela; así que podían oír algo, analizarlo y saber si era indigno, peligroso, ruin…

Tal vez su alumna había usado la única palabra apropiada para el caso.

Cuando llegaron a la escuela, había oscurecido. Las niñas se apresuraron a contar a sus compañeras lo dicho en la asamblea. Shedemei pasó los primeros minutos hablando con las maestras que eran gente del suelo. Les explicó la estrategia de Akma de boicotear a los cavadores para obligarlos a marcharse.

—Vuestro puesto aquí está seguro —dijo—. Y dejaré de cobrar la educación de nuestras alumnas, para que sus padres dispongan de más dinero para contratar cavadores y ayudar a los que no pueden contratar. Haremos todo lo que podamos.

Cuando llegó al patio, las alumnas que habían escuchado el discurso repetían los comentarios de Akma sobre los cavadores. Tenían buena memoria, y algunas lo repitieron todo, palabra por palabra. Edhadeya era una de las que no había asistido al acto; como le dijo a Shedemei, no sabía si podría controlarse, y además tenía que demostrar que la hija de Motiak, al menos, no había perdido el sentido de la decencia. Pero, al enterarse de las declaraciones de Akma sobre la inferioridad de la inteligencia de los cavadores, sobre su ineptitud para la sociedad civilizada, perdió el control.

—¡El conoció a Voozhum! No tanto como mis hermanos, pero la conoció. Sabe que todo lo que dice es mentira, lo sabe, lo sabe.

Agitaba los brazos, protestando, gritando. Las niñas se asustaron un poco, pero también admiraron aquel arrebato de pasión, tan alejado del carácter cortante pero mesurado de Shedemei.

Shedemei se le acercó y la abrazó.

—Duele más cuando el mal es cometido por gente que amamos —le dijo.

—¿Cómo puedo responder a sus mentiras? ¿Cómo puedo impedir que la gente le crea?

—Ya lo estás haciendo. Enseñas. Hablas allí donde puedes. Te niegas a tolerar que otros repitan estas vilezas en tu presencia.

—¡Lo odio! —exclamó Edhadeya, la voz ronca de emoción—. Nunca lo perdonaré, Shedemei. El Guardián nos pide que perdonemos a nuestros enemigos, pero no lo haré. Si con eso también me vuelvo mala, pues seré mala, pero lo odiaré siempre por lo que ha hecho esta noche.

Una de las alumnas, confundida, preguntó:

—Pero en realidad no ha hecho nada, ¿verdad? Sólo hablar. Shedemei, aún estrechando a Edhadeya, respondió:

—Supongamos que señalo a un hombre que camina por la calle y le grito a todo el mundo: «Allá va el hombre que quiso abusar de mi hijita. Allá va el hombre que violó, torturó y mató a mi hija, allá va, le conozco.» Si la muchedumbre lo despedaza, y yo sabía que él no era culpable, que era mentira… ¿me he limitado a hablar, o he hecho algo?

Dejando que las niñas reflexionaran sobre aquello, condujo a Edhadeya al cubículo donde dormía.

—No te mortifiques, Edhadeya. No dejes que esto te desgarre.

—Lo odio —repitió Edhadeya.

—Ahora que las demás no nos oyen, permíteme insistir en que afrontes la verdad de tu propio corazón. Si estás tan furiosa, si te sientes tan traicionada que no puedes dominar tus emociones, que te hacen perder la compostura y te enloquecen de pesar… si ocurre todo eso, mi querida amiga, mi colega, mi hija, mi hermana, es que todavía lo amas y eso es lo que no puedes consentir.

—No lo amo —dijo Edhadeya—. Es terrible que me acuses de eso.

—Trata de dormir, Dedaya. Por la mañana debes dictar clases. Y necesitaré mucha ayuda de ti. Esta noche puedes llorar, cavilar, maldecir y rabiar hasta agotarte. Pero después de eso necesitamos que seas útil.

Por la mañana Edhadeya fue de utilidad, y demostró la serenidad, el ahínco y la compasión de costumbre. Pero Shedemei notó que la turbulencia de su corazón no se había calmado. Tu nombre es apropiado, pensó. El nombre de Eiadh, que cometió el trágico error de amar a Elemak. Pero tú no has cometido todos los errores de Eiadh. Has tenido un corazón constante, mientras que Eiadh insistía en enamorarse de Nafai. Y tal vez hayas elegido más sabiamente, porque aún no sabemos si Akma es tan obstinado en su orgullo como lo era Elemak. Elemak recibió una prueba tras otra del poder del Alma Suprema y del Guardián de la Tierra, pero aun así los desafiaba y odiaba sus designios. Pero Akma no ha tenido una experiencia consciente del poder del Guardián. Es una ventaja que Akmaro y Chebeya, Edhadeya y Luet, Didul e incluso yo tenemos sobre él. Así que tal vez, pobre Edhadeya, tal vez no hayas entregado tu corazón tan trágica y neciamente como Eiadh.