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—Edhadeya —dijo Motiak—, sé que te pido algo difícil al enviarte a verlos. ¿Pero a quién más puedo mandar? ¿Akma-ro? ¿Pabul? A ti Akma te permitirá acercarte para que hables en privado con tus hermanos.

—Lo soportaré. Será más soportable que ver a esta gente exhausta abandonando su terruño.

Mientras ella se alejaba, Motiak la vio aproximarse a Shedemei. Al llamarla, regresó.

—No creo que debas hablar de esto con extraños —dijo.

—No pensaba hacerlo —respondió Edhadeya un tanto molesta. De nuevo partió, de nuevo caminó hacia Shedemei, y esta vez le habló. Shedemei cabeceó, negó con la cabeza. Sólo entonces Edhadeya se despidió del grupo, escoltada por dos ángeles que volaban sobre ella.

Motiak se enfureció, aun sabiendo que su furia era absurda. Chebeya notó de inmediato que estaba de mal talante y se le acercó.

—¿Qué ha pasado con Edhadeya? —preguntó.

—Le he pedido que no hablara con extraños sobre su misión, y ha ido a hablar con Shedemei. Chebeya se echó a reír.

—Oh, Motiak, tendrías que haber sido más concreto. Shedemei no es una extraña para nadie, salvo para ti.

—Edhadeya sabía a qué me refería.

—No, no lo sabía, Motiak. De haberlo sabido, te habría obedecido. No todos tus hijos se han rebelado. Además, Shedemei no es Bego ni Akma. Ella sólo contribuye a que Edhadeya se acerque más al Guardián y a ti.

—Quiero hablar con Shedemei. Es hora de empezar a conocerla.

Poco después Shedemei se sentó junto a él a la sombra, con Akmaro, Pabul y Chebeya. Los soldados estaban a cierta distancia y no podían oírles.

—Basta de evasivas —dijo Motiak—. Podía tolerar tus evasivas y que fueras misteriosa hasta que mi hija ha empezado a confiarte mis misiones secretas.

—¿Qué misiones secretas? —preguntó Shedemei.

—La razón por la cual la he enviado de regreso a Darakemba.

—No me ha dicho nada sobre eso.

—¿Piensas fingir que no sabes qué está haciendo?

—De ningún modo —dijo Shedemei—. Sé exactamente lo que está haciendo. Pero no me lo ha contado ella.

—¡Basta de acertijos! ¿Quién eres?

—Cuando lo considere de tu incumbencia, Motiak, te lo diré. Hasta entonces, te basta con saber que sirvo al Guardián del mejor modo que puedo, como tú; eso nos convierte en amigos, te guste o no.

Nadie le había hablado nunca con tanta desvergüenza. Sólo una suave caricia de Chebeya le impidió pronunciar palabras de las que pronto se habría arrepentido.

—¡Trato de ser un hombre decente y de no abusar de mis privilegios como rey, pero todo tiene un límite!

—Al contrario —dijo Shedemei—. No hay límite para tu decencia, es total. Akma y tus hijos no habrían logrado ni la mitad de lo que han logrado si así fuera.

El airado y desconcertado Motiak le estudió el rostro.

—Se supone que soy el rey, pero nadie me dice nada.

—Si de algo te vale —dijo Shedemei—, no sé nada que pueda ayudarte, porque tampoco me ayuda a mí. Ansío tanto como tú terminar con este embrollo. Veo tan claramente como tú que si todos los planes de Akma tienen éxito, tu reino quedará convertido en ruinas, con tu pueblo disperso y esclavizado, y este gran experimento de libertad y armonía será apenas un recuerdo, una leyenda, más tarde un mito, luego una fantasía.

—Siempre ha sido una fantasía.

—No, no es verdad —dijo Akmaro, tratando de impedir que Motiak se regodeara en su amargura, como a menudo sucedía en los últimos tiempos—. No te valgas de las mentiras de Akma para excusar tu propia falta de entendimiento. Sabes que el Guardián de la Tierra es real. Sabes que los sueños que envía son verdaderos. Sabes que el futuro que le mostró a Binaro era bueno, esperanzado y luminoso, y lo escogiste, no por temor al Guardián, sino por amor a su plan. No pierdas eso de vista.

Motiak suspiró.

—Menos mal que al menos no debo sobrellevar el peso de una conciencia. Akmaro carga con una mucho mayor de lo que yo podría soportar, y la saca a relucir cuando es necesario. —Se echó a reír, y también los demás, hasta que las risas murieron en un reflexivo silencio—. Amigos míos, creo que somos testigos de mi impotencia. Aunque yo fuera como el difunto Nuab de los zenifi, al cual nadie llora, y estuviera dispuesto a matar a quien me irritara, él no tenía que enfrentarse a un enemigo tan tenaz como Akma.

—La espada de Khideo estuvo a punto de alcanzarlo —señaló Akmaro.

—Khideo no hizo lo que ha hecho Akma: decir a la gente aquello que los más despreciables quieren oír. Nuab no tuvo a sus hijos en contra, para que el pueblo los viera como el futuro y a él como el pasado, y lo ignorase como si ya estuviera muerto. ¿No crees que es irónico, Akmaro, que lo mismo que le hiciste al monstruo de Pabulog, robarle los hijos, haya terminado por ocurrirme a mí?

Akmaro soltó una carcajada amarga.

—¿Crees que no he visto el paralelismo? Mi hijo cree odiarme, pero sus actos han sido un perverso eco de los míos. Incluso ha llegado a ser líder de un grupo religioso, y se pasa la vida predicando y enseñando. Debería sentirme orgulloso.

—Sí, somos unos fracasados —ironizó Chebeya—. Quejémonos de nuestra ineptitud. Shedemei, que parece conocer todos los secretos del universo, no sabe qué hacer. El rey deplora la impotencia de los reyes. Mi esposo, el sumo sacerdote, confiesa que es un chasco como padre. Y yo debo resignarme a ver cómo se deshilachan las hebras que unen el reino, cómo la gente forma tribus que sólo están ligadas por el odio y el temor, y saber que quienes han recibido todo el poder que hay en esta tierra no hacen nada más que llorar su suerte.

Su virulencia sorprendió a todos.

—Sí —dijo Motiak—, somos patéticos. ¿Adonde quieres llegar?

—Estás enfadada con nosotros porque no podemos hacer nada —dijo Akmaro—. Pero precisamente por eso estamos afligidos… porque no podemos. Daría lo mismo enfadarse con la ribera porque no puede detener el curso del río.

—¡Necios hombres que poseen el poder! —exclamó Chebeya—. ¡Estáis tan habituados a gobernar con leyes y palabras, soldados y espías! Ahora estáis furiosos u os sentís heridos porque vuestras herramientas habituales resultan inútiles. Siempre lo han sido. Todo ha dependido siempre de la relación entre cada persona de este reino y el Guardián de la Tierra. Muy pocos entienden los planes del Guardián, pero saben reconocer la bondad, y conocen el mal… saben qué construye y qué destruye, qué trae felicidad y qué trae desdicha. ¡Confiad en ellos!

—¿Confiar en quién? —dijo Motiak—. ¿Cuando Akma les enseña a negar la decencia más elemental?

—¿Quiénes son esas personas que conduce Akma? Vosotros veis multitudes que marchan en tropel y tenéis la sensación de que todos os han traicionado. Pero cada uno tiene sus motivos individuales para seguir a Akma. Sí, algunos odian a todos los cavadores con pasión irracional, pero ésos siempre han existido, ¿verdad? No creo que su número haya aumentado, ni siquiera en uno. Más aún, creo que después de las persecuciones había menos de los que realmente odian a los cavadores, porque aprendieron a sentir compasión por ellos. Akma lo sabe. Sabe que no quieren ser como esos energúmenos que atormentaron a los niños. Así que les dice que el problema no es culpa suya, ni siquiera culpa de los cavadores. Sólo es el curso natural de las cosas, no se puede evitar, todos somos víctimas del curso natural de las cosas, todo es voluntad del Guardián, necesitamos ceder y expulsar humanitariamente a los cavadores para librarnos de su fealdad. La mayoría de sus seguidores sólo tratan de deshacerse del problema. Creen que la paz volverá si dejan que las cosas sucedan. ¡Pero se avergüenzan! Yo lo veo. ¿Por qué vosotros no podéis verlo? Saben que está mal. Pero es inevitable, y no vale la pena oponerse. Ni siquiera el rey, ni siquiera el sumo sacerdote de los Guardados pueden hacer nada al respecto.