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—No pediré eso —dijo Akmaro—. No soy lo suficientemente sabio para indicar al Guardián cómo hacer su trabajo, sólo lo suficiente para escuchar a mi esposa y no pedir más al Guardián que permita vivir a mi hijo.

—Esto es insoportable —masculló Pabul—. Padre Akmaro, ojalá hubiera muerto en Chelem, antes que ser causa de este día para ti.

—Nadie me ha traído este día —dijo Akmaro—. Akma trajo este día sobre sí mismo. La única esperanza de misericordia para este pueblo es que el Guardián haga justicia con mi hijo. Eso es lo que pediré. —Se incorporó, suspirando—. Eso es lo que pediré con todo mi corazón. Justicia para mi hijo. Espero que él sea capaz de mirar al Guardián cara a cara.

Akmaro se alejó del claro y se dirigió hacia la arboleda que bordeaba las orillas del Tsidorek.

—No sé qué desear —dijo Motiak.

—No importa lo que nosotros deseemos —dijo Shedemei—. Akmaro y Chebeya han tenido el coraje de afrontar lo que debían afrontar. Ahora tengo que regresar a la ciudad y ver si puedo hacer lo mismo, a mi modesta manera.

Sabían que era inútil preguntarle qué se proponía.

—Yo te acompaño —dijo Pabul.

—No —replicó Shedemei—. Quédate aquí. Akmaro te necesitará. Chebeya te necesitará. Yo no te necesito. —Su tono no admitía réplica. Echó a andar por la carretera, sin ni siquiera llevarse una cantimplora.

—¿Estará bien? —preguntó Motiak—. ¿Debo enviar espías para protegerla?

—Ella estará bien —dijo Chebeya—. No creo que quiera compañía. Y aún menos observadores.

Era de noche cuando la lanzadera se elevó en silencio sobre las aguas del Tsidorek y se detuvo en el aire, a un paso de la orilla. Shedemei dio ese paso y entró en la pequeña nave. Pequeña en comparación con Basílica; enorme comparada con cualquier otro vehículo de la Tierra. La nave se elevó sin necesidad de órdenes; el Alma Suprema sabía qué era preciso, y la llevó a un jardín que Shedemei mantenía en un oculto valle elevado por encima de las tierras habitadas de Darakemba. Durante el viaje, el Alma Suprema le habló.

(Hace unos años me pediste que idiotizara a Monush. Ahora no quieres que idiotice a Akma.)

—Así es.

(Podría bloquearlo.)

—No pudiste bloquear a Nafai e Issib en Armonía cuando disponías de todos tus poderes. Akma posee una voluntad férrea. Se resistiría, y creo que incluso se divertiría.

(Esta situación está destrozando a Akmaro. El reino está destruido. Tienes todo mi poder a tu disposición y no haces nada.)

—Lo que importa ahora no es mi plan —dijo Shedemei—. Nunca lo ha sido. Fuimos tan arrogantes y estúpidos como Akma al intentar provocar al Guardián inmiscuyéndonos en la campaña de Monush. No comprendíamos que el Guardián nos permite interferir y trata de sortear nuestra interferencia. Nunca influimos en el plan general. El Guardián quiere que esta sociedad, que esta nación, Darakemba, triunfe. Pero si la gente decide ignorarlo y prefiere la fealdad a la belleza, así será. El Guardián buscará a otros.

(¿Y qué hay de Armonía? ¿Qué hay de mi misión?)

—Tal vez el Guardián esté esperando a ver qué deciden estos hijos de Armonía aquí y ahora, antes de darte las instrucciones que viniste a buscar.

(Conque en realidad no le interesa esta gente. Sólo le interesa en la medida en que se atenga a su plan.)

—Se interesa por ella, sí. Pero ve la imagen global en el curso del tiempo. No está dispuesto a salvar diez, mil o un millón de personas ahora a costa de la felicidad de miles de millones de vidas a lo largo de millones de años. Tiene una perspectiva amplia.

(Entonces Akmaro pierde el tiempo.)

—No lo sé. ¿Cómo puedo saberlo? Perdíamos el tiempo cuando intentábamos engañarlo. Pero si Chebeya tiene razón, y no sé cuánta verdad puede vislumbrar una descifradora, entonces es posible influir sobre el Guardián… no por medio de la rebeldía, sino por medio de la lealtad. Es posible que Akmaro haya bloqueado al Guardián, como dijo Chebeya, y es posible que ahora rompa ese bloqueo.

(¿Y entonces me dirá qué hacer?)

—Quizá. ¿Cómo puedo saberlo?

(Crees que algo sucederá, pues de lo contrario no me habrías pedido que enviara la lanzadera.)

—Creo que llegado el momento de dejar este callejón sin salida es posible que el Guardián se sirva de mí. (¿Y cómo lo sabrás?)

—Alguien tendrá un sueño. Así se comporta el Guardián. Verás el sueño, me lo contarás y deduciremos si hay algo que el Guardián desea que yo haga.

(Tal vez ese sueño lo tengas tú.)

—No he tenido un sueño verdadero desde que me vi como jardinera en el cielo. Eso se hizo realidad hace tiempo. No espero tener otro sueño.

(No puedes mentirme, Shedemei. Percibo tus esperanzas, aunque no las expreses verbalmente.)

—De acuerdo. Me gustaría pensar que el Guardián quiere decirme algo, naturalmente. Tengo mi parte de vanidad. (Entonces trata de dormir, así podrás soñar.)

—No funciona así. Todavía no estoy cansada.

Bajó de la lanzadera y se paseó por el jardín en la fría noche, examinando rutinariamente el crecimiento de las plantas, la relativa preponderancia de una especie sobre otra, el número de ramificaciones, el tamaño del follaje. El Alma Suprema anotó las observaciones en el ordenador de la nave. Hacía tiempo que no comentaban lo irónico de que un programa informático diseñado para gobernar todo un mundo estuviera ejerciendo de escriba de una bióloga solitaria.

El Alma Suprema le habló.

(He estado buscando al Guardián, un lugar donde pudiera estar. He buscado los medios que utiliza para enviar sueños a la mente de los humanos, ángeles y cavadores. Pero no puedo descubrir cómo lo hace.)

—¿No te diste cuenta de eso hace cien años? (Sí, y luego esperé.)

—En Armonía esperaste cuarenta millones de años, ¿y ahora estás impaciente?

(En Armonía tenía una ocupación. Me necesitaban.)

—Estabas a cargo de todo, querrás decir. Si había planes, era porque tú te encargabas de la planificación. Y luego la gente comenzó a tener sueños que no procedían de ti. Te inquietaron un poco, ¿verdad?

(Complicaban mi cálculo de probabilidades.)

—Para nosotros siempre es así.

(Tengo algoritmos de compasión incorporados. No tengo que identificarme con vosotros para sentir empatía. Eso es algo biológico.)

—El Guardián actúa a mayor velocidad que la luz, sin que importen las distancias. Ello representa un poder ilimitado. Unos conocimientos inmensos… un saber enorme. Y sin embargo interviene muy poco, y con delicadeza. Nos da muchísima libertad. Respeta nuestras decisiones. Nos escucha. Está al corriente de necesidades y deseos que ni siquiera nosotros conocemos.

(Quienquiera que sea, no es como yo. No es un ordenador.)

—¿Te refieres a que es orgánico? ¿Con herramientas muy potentes?

(¿Orgánico? Quién sabe. Tal vez nadie lo haya construido. Sería como un humano, un cavador o un ángel. Creció, se configuró a partir de su experiencia, igual que tú. En tal caso, no lo habrían programado para diseñar la historia de la vida, sino que se le encomendó esa tarea.)

—O tal vez la descubrió y le gustó y quiso ayudar. Por su cuenta, sin que se lo pidieran.

(Es asombroso que no se aburra. Hablo por experiencia cuando digo que la historia humana es notablemente reiterativa. Cada individuo es singular, pero no todas las diferencias son significativas e interesantes.)

—Ahora te dedicas a criticar.

(Alguien tiene que oficiar de espectador para la obra que la gente improvisa constantemente. Todos vosotros compitiendo por el papel protagonista. Todos procurando atraer la atención del público, alcanzar el estrellato, de tal modo que cuando muera vuestro personaje caiga el telón y termine la obra. Pero nunca termina. A pesar de todo, nadie ha llegado nunca al estrellato.)