No, no. Akma ya había explicado eso. Bego no lo consideraba un don del Guardián, sino un talento innato de Mon. La habilidad de intuir si la gente creía en lo que decía, eso era. No tenía nada que ver con la verdad absoluta, sino con la certeza absoluta.
Pero si es así, pensó Mon, ¿por qué nunca tengo la sensación de que Akma dice la verdad? Todavía no le he encontrado la lógica. Si mi sentido de la verdad viniera del Guardián, el Guardián podría tratar de volverme contra Akma negándose a confirmar lo que él dice. Pero eso significaría que el Guardián existe, así que no puede ser ésa la causa. Por otra parte, si Akma tiene razón y mi sentido de la verdad es sólo la capacidad de discernir si la gente está segura de decir la verdad, ¿qué sugiere eso sobre mi falta de confirmación de las palabras de Akma? Significa que, por convincente que él resulte —y yo no me entusiasmo con sus discursos como la muchedumbre, que se deja arrastrar y queda totalmente convencida—, mi sentido de la verdad todavía me indica que miente. El no cree una palabra de lo que dice. O, en caso contrario, es más una opinión que una certidumbre. En el fondo de su corazón, en lo más recóndito de su mente, no dice esas cosas porque esté seguro de ellas.
Así pues, ¿en qué cree Akma? ¿Y por qué niego mi sentido de la verdad para creer en las incertidumbres de Akma?
No, no, ya le he planteado esto a Akma, y él me explicó que un hombre verdaderamente culto nunca está totalmente convencido de nada, pues sabe que nuevos conocimientos pondrán en jaque todas sus creencias; así que mi sentido de la verdad sólo responde profundamente con los ignorantes o los fanáticos.
Ignorantes o fanáticos… ¿Como Edhadeya? ¿Bego?
—¿Qué quería Edhadeya? —preguntó Aronha.
Mientras cavilaba, Mon había regresado al lugar donde sus hermanos y Akma hablaban con los dirigentes locales de la Congregación del Antiguo Orden. Aquello era lo que más le molestaba de la fundación de una religión. Aunque recibían muchos donativos de gente rica y educada, los que disponían de más tiempo para dirigir no eran de su agrado. En muchos casos se trataba de ex sacerdotes que habían perdido su trabajo durante la época de las reformas, arrogantes que se consideraban una especie de aristocracia agraviada, unos engreídos llenos de rencor. Otros eran fanáticos que odiaban a los cavadores y, en opinión de Mon, casi con seguridad los mismos que habían ejecutado u ordenado maltratar a los Guardados durante las persecuciones. Sentía un escalofrío en la piel al juntarse con ellos. Aronha le había confesado en privado que él también odiaba tratar con aquella gente. «Podemos decir lo que queramos sobre Akmaro, había comentado Aronha, pero sin duda atrae a sacerdotes mejores.»
Pero no podían decir esto ante Akma, pues todavía se ofuscaba al recordar la boda de Luet con el sacerdote Didul, y habría perdido los estribos al oír un elogio general de los sacerdotes de los Guardados.
—Ella nos traía una advertencia de Padre —dijo Mon.
—¿Qué? ¿Ahora nos amenaza? —preguntó Akma. Apoyaba el brazo en el hombro de un joven bravucón que bien podía haber sido uno de los que habían roto los huesos o desgarrado las alas de aquellos niños.
—Hablemos de ello cuando estemos a solas —dijo Mon.
—¿Por qué? ¿Tenemos algo que ocultar a nuestros sacerdotes? —preguntó Akma.
—Sí —dijo Mon con frialdad. Akma rió.
—Él bromea, desde luego. —Al rato logró librarse del joven y él y los motiaki se retiraron a un lugar próximo a la orilla del río—. Nunca vuelvas a hacer eso, por favor. Llegará el día en que podremos utilizar la maquinaria del estado para respaldar nuestro culto, pero por ahora necesitamos la ayuda de esta gente, y no es aconsejable que se sienta excluida.
—Lo lamento —dijo Mon—. Pero no me inspiraba confianza.
Akma sonrió.
—Claro que no. Es un soplón despreciable. Pero además de soplón es vanidoso, y lo mío me ha costado que no se fuera enojado.
Mon palmeó el brazo de Akma.
—Mientras te bañes después de tocarlo, todo irá bien. —Y les contó lo que había dicho Edhadeya.
—Obviamente trata de engañarnos —protestó Ominer—. ¿Por qué hemos de creer en sus palabras?
—Porque es el rey —dijo Aronha— y no mentiría en semejante asunto.
—¿Por qué no? —preguntó Ominer.
—Porque le avergüenza admitir que quizá no pueda controlar a sus soldados —dijo Aronha—. Lamento que tengamos que hacerle tanto daño a Padre. Si lograra entender que hacemos esto por el bien del reino…
—No podemos cambiar todos nuestros planes —dijo Ominer—. Hay gente que nos espera.
—Oh, no te preocupes por eso —dijo Mon—. Atraeremos una multitud dondequiera que vayamos. Tal vez la incertidumbre añada cierto misterio a nuestros viajes, y despierte incluso mayor entusiasmo.
—Quedaremos como unos cobardes —dijo Ominer.
—No si anunciamos que nos vemos obligados a actuar así porque tenemos información fidedigna de que algunos hombres del rey se proponen matarnos —intervino Khimin.
—¡No! —exclamó Aronha con firmeza—. Eso nunca. La gente se lo tomaría como una acusación contra el rey, y no sería honrado acusarlo cuando ha sido él quien nos ha prevenido para que tratemos de protegernos.
Akma palmeó la espalda de Khimin.
—Ahí tienes, Khimin. Cuando Aronha decide que algo no es honrado, no podemos hacerlo aunque el plan sea prometedor.
—No te burles de mi sentido del honor, Akma —dijo Aronha.
—No me burlaba —repuso Akma—. Te admiro por él. Mon sintió el irresistible impulso de crear problemas.
—En ese aspecto Aronha se parece a Padre. La única razón por la cual hemos tenido éxito es porque Padre es un hombre de honor.
—Pues eso hace del honor una debilidad, ¿no? —dijo Ominer.
Aronha le respondió con un desprecio absoluto.
—A corto plazo, el deshonor te da la ventaja. A la larga, un rey sin honor pierde el amor de su gente y termina como Nuab. Muerto.
—Lo torturaron con fuego, ¿verdad? —preguntó Khimin.
—Trata de no decirlo con tanto deleite —dijo Akma—. Hay gente que se siente incómoda.
Pero lo que más inquietaba a Mon era que Akma parecía más cercano a Ominer cuando éste decía cosas que habrían escandalizado a una persona decente. Ominer decía que el honor era una debilidad. Ahora, aunque no decía una palabra sobre ello, Akma apoyaba el brazo en los hombros de Ominer y Ominer era todo sonrisas. Esto está mal. Muy mal. Akma no era así, ni siquiera el año pasado, antes que todo esto comenzara. Recuerdo que era tan terminante como Aronha en cuanto al honor y la decencia. ¿Será que la gente ruin con la que nos codeamos empieza a influir sobre él? ¿O ésta es la consecuencia natural de contar con la adulación de tantos miles de personas?
Mon no sabía qué le sucedía a Akma, pero no le gustaba. No podía ser que ahora surgiera el verdadero Akma, sino que, al parecer, Akma comenzaba a adoptar aquella postura cínica y amoral porque pensaba que así obtendría su victoria. O tal vez era una parte verdadera de Akma que nunca había aflorado hasta que comenzó a sentirse tan importante y poderoso que ya no necesitaba ser decente con los demás. ¿En qué medida sus comentarios sobre Aronha son bromas, se preguntó Mon, y en qué medida son desprecio por el porte regio de Aronha?
No debo pensar estas cosas, se recordó Mon. Es el Guardián tratando de apartarme de mis hermanos.
No, no es el Guardián, porque el Guardián no existe.
Mon se excusó porque necesitaba dormir. Los otros se lo tomaron como una señal. La conversación derivó hacia temas más frívolos y superficiales mientras regresaban a la casa donde se alojaban. El lugar era demasiado pequeño para albergar a cinco hombres adultos —la mitad de la familia se había mudado a casas vecinas—, pero Akma insistía en que no podían alojarse siempre en la casa de los ricos, pues los Guardados podrían acusarlos de orgullo. Dada la gravedad de las acusaciones de los Guardados, Mon pensaba que bien valía la pena afrontar esa nimiedad con tal de descansar bien una noche; pero Aronha, como de costumbre, veía las cosas a la manera de Akma, así que tuvo que conformarse con un lugar estrecho donde no podía estirarse ni cambiar de posición sin despertar a alguien. Los pobres no construyen casas grandes, se repetía con sorna. Nunca lo habría dicho en voz alta. «La gente no entiende que es sólo una broma», le diría Akma.