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Akma bailó en el aire un instante, como ceniza suspendida sobre el fuego. Luego se desplomó. La enorme piedra rugió de nuevo, y de nuevo el polvo y el humo los cegaron a todos. Cuando se dispersó, la piedra había desaparecido, también el mensajero, y la tierra no temblaba.

Khimin sollozaba.

—¡Padre! —exclamó—. ¡Madre! ¡No quiero morir! Mon se habría burlado, pero los mismos sentimientos le embargaban el corazón.

—Akma —dijo Aronha.

Desde luego, pensó Mon. Mi hermano mayor es quien tiene la decencia de recordar a nuestro amigo en vez de pensar en sí mismo. Mon se avergonzó nuevamente. Se levantó y se acercó al inconsciente Akma.

—Hay un Guardián —repetía Ominer—. Sé que hay un Guardián, ahora lo sé, lo sé, lo sé.

—Cállate, Ominer —le ordenó Mon—. Ayúdanos a llevar a Akma hacia el sol, hacia la hierba. Arrastraron el cuerpo fláccido.

—Está muerto —dijo Khimin.

—Si el hombre de luz se proponía matarlo —dijo Mon—, ¿por qué le dijo entonces que dejara de molestar a los Guardados? A un muerto no hace falta darle instrucciones.

—Si está vivo —dijo Aronha—, ¿por qué no respira? ¿Por qué no tiene pulso ni le late el corazón?

—Os digo que está vivo —insistió Mon.

—¿Cómo puedes saberlo? —preguntó Ominer—. Ni siquiera lo has mirado.

—Porque mi sentido de la verdad así me lo indica. Sí, está vivo.

—¿De pronto has recobrado tu sentido de la verdad? —preguntó irónicamente Aronha.

—Nunca lo perdí. Yo lo negaba, lo ignoraba, peleaba contra él, pero nunca lo perdí. —Le dolía decir estas palabras, pero también era un alivio hacerlo.

—¿Tu sentido de la verdad te decía que las cosas que enseñábamos eran mentiras? —preguntó Aronha.

El tono de Aronha era como una bofetada en la cara.

—Akma me dijo que mi sentido de la verdad era un embuste, una ilusión. Me avergonzaba hablar de ello. —Vio el desprecio en la cara de Aronha—. ¿Me echarás la culpa de esto, Aronha? ¿Eres de ésos? ¿Es culpa de Mon que hicieras esto? El Guardián nos envía un ser de luz para decirnos que estábamos mintiendo, destruyendo algo importante, ¿y tú me señalas con tu dedo acusador?

Ahora fue Aronha quien sintió vergüenza.

—Yo elegí por mi cuenta, lo sé. Pensaba que si tú decías que estaba bien, tenía que estar bien… pero sabía que estaba mal, y me valía de mi confianza en ti como excusa. En cuanto a los más jóvenes, no podemos considerarlos responsables. Tú, Akma y yo los presionamos demasiado y…

—¡Yo también tomé mi propia decisión! —chilló Khimin—. El mensajero no vino a deteneros a vosotros, sino a todos. —Mon comprendió que Khimin estaba orgulloso de haber recibido la visita de un mensajero del Guardián. Aquello era mejor que un sueño verdadero. Examinando su propio corazón, Mon notó que él sentía lo mismo.

—Puede que el mensajero haya venido para detenernos a todos —dijo Ominer—, pero sólo le ha hablado a Akma. Porque la verdad es que todos seguimos a Akma desde el principio.

—Vaya, el valiente echándole la culpa a él —dijo Khimin—. Todo es culpa de alguien que está tumbado como un muerto.

—No digo eso como excusa —dijo Ominer—. En lo que a mí concierne, debería hacernos sentir mayor vergüenza. ¡Somos los hijos del rey, y hemos permitido que alguien nos indujera a retar y a avergonzar a nuestro padre, a rechazar todas sus enseñanzas!

—La culpa ha sido mía —dijo Aronha. Hablaba con firmeza, pero no se atrevía a mirarlos a los ojos—. Puede que creyera en algunas de las ideas de Akma, pero cuando se habló de fundar nuestra propia religión, de restaurar el antiguo orden, supe que estaba mal. Supe que trabajábamos con oportunistas despreciables. Sabía que los cavadores que expulsábamos de Darakemba eran mejores personas que nuestros presuntos amigos. Y yo fui educado para ser rey. No lo merezco. Os prohíbo que me llaméis Ha-Aron. Sólo soy Aron. Mon ya no podía contener su frustración.

—¿No veis lo que estáis haciendo, todavía ahora? Seguimos a Akma porque él nos aduló y alimentó nuestro orgullo. Nos encantaba. Nos encantaba ser importantes y poderosos. Nos encantaba que Padre respetara nuestras decisiones, nos encantaba cambiar el mundo, nos encantaba pensar que éramos más listos que los demás, y también que la gente nos admirase y nos tratase con deferencia. El orgullo nos movía. ¿Y qué hacemos ahora? Khimin se pavonea porque somos tan importantes que el Guardián envió a un hombre de luz a detenernos. No discutas conmigo, Khimin, pues yo he sentido lo mismo que tú. Y Aronha quiere echarse toda la culpa, porque él es quien debió ver que estaba equivocado. ¿No lo entendéis? ¡Todavía es orgullo! ¡Sigue siendo lo mismo que nos causó problemas!

—Yo no estoy orgulloso —dijo Aronha con voz trémula—. No soporto la idea de enfrentarme a nadie.

—Pero lo haremos —dijo Mon—. Porque tenemos que revelar que somos unos canallas.

—¿Y eso no es también una forma de orgullo? —preguntó Ominer con acritud.

—Tal vez, Ominer. ¿Pero quieres saber de qué estoy realmente orgulloso? ¿Qué es lo único que hace que me alegre de teneros por hermanos, de ser uno de vosotros?

—¿Qué? —preguntó Aronha.

—Que ninguno de vosotros ha sugerido que sigamos luchando contra el Guardián. Que no se os haya pasado por la cabeza pensar que podemos seguir perteneciendo a la Congregación del Antiguo Orden.

—Eso no significa que seamos buenos —dijo Ominer—. Tal vez sólo signifique que estamos aterrados.

—Sólo podíamos rebelarnos cuando logramos convencernos de que el Guardián no existía. Ahora sabemos que no es así. Hemos visto cosas que nunca imaginamos, cosas que sólo habían sucedido en tiempos de los Héroes. ¡Pero recordad esas historias! Elemak y Mebbekew vieron cosas igualmente fuertes. Y sin embargo se empeñaron en rebelarse hasta el final de su vida. ¡Nosotros no! Nuestra rebelión ha terminado.

Aronha cabeceó.

—Aun así, era sincero al decir que ahora soy sólo Aron.

—Seguirás siendo Aronha hasta que Padre te diga lo contrario —replicó Mon—. El no te retiró el honorífico ni siquiera cuando eras su vergüenza.

Aronha cabeceó de nuevo.

—Esto matará a Madre —dijo Khimin, sollozando. Mon abrazó a su hermano menor.

—No sé si podemos tener el descaro de pedir a Padre que nos reciba. Pero debemos ir a verle, para que al menos se dé el gusto de expulsarnos.

—Padre nos recibirá —dijo Aronha—. Así es él. La pregunta es si podemos deshacer parte del daño que hemos causado.

—No —dijo Ominer—. La pregunta es si Akma vivirá o no. Debemos llevarlo de vuelta a Darakemba. ¿Lo mantenemos aquí y esperamos a que se recobre? ¿O buscamos ayuda para trasladarlo?

—Somos cuatro —dijo Khimin—. Podemos llevarlo.

—He oído decir que Shedemei, la profesora, es una sanadora —dijo Mon.

—Ahora necesitamos la ayuda de una mujer a la que hemos tildado de criminal por mezclar las especies —comentó Aronha con amargura—. En nuestra hora de necesidad, ni siquiera pensamos en acudir a la Congregación del Antiguo Orden. Sabemos, siempre hemos sabido, que no podemos esperar otra ayuda que la de los Guardados.

Sentían en la boca el regusto amargo de la vergüenza mientras improvisaban una litera para Akma con sus chaquetas y con palos, y luego se lo cargaron a hombros para llevarlo. Cuando se aproximaban a una región más poblada, la gente salió al encuentro de aquellos cuatro hombres que llevaban lo [ í, que parecía ser un cadáver, como si lo fueran a sepultar.

—Id —les decía Aronha a todos los que se acercaban—, id a anunciar que el Guardián envió un mensajero para abatir a los motiaki e impedir que siguieran mintiendo. Somos los hijos de Motiak, y regresamos avergonzados a ver a nuestro padre. Id a anunciar a todos que Akma, el hijo de Akmaro, fue abatido por el mensajero del Guardián, y nadie sabe si vivirá o morirá.