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Pero cada vez que creía haber llegado a la cúspide de la pesadumbre, otra imagen acudía a su mente, otra persona cuyo sufrimiento él había causado, y sentía aún más vergüenza y dolor que un instante antes, aunque entonces ya le había parecido infinito e insoportable.

Shedemei entró en la silenciosa casa donde tanta gente iba y venía discretamente, realizando sus tareas. Vio a cuatro jóvenes, los hijos de Motiak. No la reconocieron, pues lo único que habían visto de ella en la carretera era un resplandor cegador con forma humana. Y en cierto modo ella tampoco los reconoció, pues los jóvenes jactanciosos, risueños y prepotentes que había conocido ya no estaban, y tampoco esos jóvenes aterrados que temblaban temiendo cada palabra, dicha por un micrófono diminuto a partir del cual el equipo de traducción amplificaba y distorsionaba la voz hasta volverla desgarradora. Ahora veía a cuatro humanos con un cierto aire de virilidad. Sus rostros demacrados evidenciaban que habían derramado muchas lágrimas, pero ya no demostraban pesar ni remordimiento. Cuando la gente se les acercaba —muchos de ellos cavadores, aunque no la mayoría—, los recibían con elegancia.

—Ahora sólo esperamos que el Guardián decida perdonar la vida de Akma, para que él pueda sumarse a nosotros en el intento de tratar de reparar el terrible daño que hemos causado. Sí, sé que me perdonas, eres más generoso de lo que merezco, pero acepto tu perdón y te juro que durante lo que me queda de vida haré cuanto pueda para ganar lo que me has dado libremente. Pero por ahora esperamos y velamos con la familia de Akma. El Guardián lo abatió porque Guardados leales y obedientes como tú habían implorado ayuda. El Guardián os oye. Os rogamos que volváis a implorar la vida y el perdón de nuestro amigo.

Las palabras no siempre eran tan claras, pero el sentido era el mismo. Trataremos de reparar el daño que causamos; os rogamos que supliquéis al Guardián que salve a nuestro amigo.

Shedemei no sentía un especial deseo de hablar con ellos. Sabía por el Alma Suprema que eran sinceros, que nuevamente había aflorado su verdadera naturaleza, ahora más sabia, transida de recuerdos dolorosos, pero consagrada al bien. ¿Entonces para qué hablar con ellos? Había ido a ver a Akma.

Chebeya la encontró en la puerta de la cámara de Akma. La habitación era pequeña y austera. Akmaro y Chebeya vivían con auténtica modestia.

—Shedemei —dijo Chebeya—, me alegro de que hayas sabido la noticia y de que hayas venido. Estábamos a un día de marcha de la capital cuando nos enteramos de que el Guardián había abatido a nuestro hijo. Llegamos a casa pocas horas antes de que los hijos de Motiak lo trajeran aquí. Esperábamos cruzarnos contigo en la carretera.

—Cogí otro camino —dijo Shedemei—. Debo examinar algunos especímenes botánicos, entre otras cosas. —Se arrodilló frente al cuerpo inerte de Akma, que parecía muerto.

(Prácticamente lo está. Como una víctima de hipotermia. Como alguien en animación suspendida durante un viaje. La actividad celular es baja. Lo sorprendente es que la acción bacteriana también es nula. El Guardián no piensa matarlo.)

¿La actividad cerebral?, preguntó Shedemei.

(La hay, pero es puramente límbica. Ninguna función superior. Nada que yo pueda leer, más allá de las sensaciones más primitivas.)

Bien, ¿qué sensación detectas?

(Es como si… estuviera gritando.)

Está claro que no les diré eso a sus padres.

(El Guardián le está haciendo algo, pero ignoro qué.)

¿Ningún pronóstico?

(Todavía no está muerto, y no puedo predecir si se recobrará. No sé cómo sobrevive, ni cuánto se prolongará este estado.)

Lo cual me hace sospechar que Sherem no sufrió simplemente un infarto en medio de su discusión con Oykib.

(Bien, fue un infarto, sólo que muy conveniente. Por lo que sabemos, el Guardián puede hacer que la gente sienta lo que desea.)

Menos mal que la gente no posee ese poder. Con mi temperamento, dejaría un reguero de cadáveres.

(Oh, no exageres. Dudo de que mataras a más de un par por día.)

Suspirando, Shedemei se incorporó.

—Está estable, pero es imposible predecir cuándo despertará.

—Pero no está agonizando —dijo Chebeya.

—Tú eres la descifradora —dijo Shedemei—. ¿Todavía está ligado a este mundo?

Chebeya se llevó la mano a la boca para sofocar un sollozo.

—No. No está ligado a nada. Es como si no estuviera, como si ahí no hubiera nadie.

Rompió a llorar, apoyándose en Akmaro.

—Su cuerpo no está muerto ni se está deteriorando —dijo Shedemei, sabiendo que eran palabras crudas, pero no se le ocurría una manera más suave de decir lo que debía decir—. Ahora está en manos del Guardián.

Chebeya asintió.

—Gracias, Shedemei —dijo Akmaro—. No creíamos que fuera algo que tú pudieras curar, pero queríamos estar seguros. Se rumorea que eres capaz de cosas extraordinarias.

—Nada tan extraordinario como lo que puede hacer el Guardián.

Los abrazó a ambos y siguió su camino, volviendo a la escuela. Mientras regresaba, habló con el Alma Suprema sobre el sentido de todo aquello, sobre lo que podrían haber hecho de otra manera, sobre lo que podría suceder con Akma.

Me pregunto, pensó Shedemei, si el Guardián le habrá enviado el mismo sueño que a mí; si le mostró su plan para el mundo, lo poseyó con su amor, y él se llenó tanto de odio que la experiencia lo consumió.

(Tal vez sucedió así, pero nunca le vi entrar en el estado de sueño en que estuviste tú.)

¿A veces no desearías ser una persona común, sin fuentes especiales de información? Nos enteraríamos de estos hechos como si sólo fueran habladurías sobre gente famosa.

(Esos anhelos inconducentes no forman parte de mí. Nunca he deseado ser nada más que lo que soy.)

Tampoco yo, dijo Shedemei, comprendiendo por primera vez que estaba realmente satisfecha con su vida y que le alegraba el papel que el Guardián le había asignado en sus planes. Con ese pensamiento se echó a reír, lo que atrajo la mirada extrañada de un par de niños. Les hizo una mueca, y ellos echaron a correr, pero pronto se detuvieron y siguieron riendo y charlando. Ese es el plan, pensó Shedemei. El Guardián sólo desea que vivamos con la simplicidad y la inocencia de esos chiquillos. ¿Por qué nos resulta tan difícil?

Toda la vida de Akma había desfilado ante sus ojos, con el recuerdo de cada dolor que había causado. Y el recuerdo permanecía con él en todos sus detalles, sin disiparse en un piadoso olvido. Ahora comprendía muchas cosas que antes no comprendía, pero no soportaba comprenderlas. Su culpa por el dolor que habían sufrido los Guardados a quienes habían golpeado, por los cavadores a quienes habían expulsado de sus hogares, era leve en comparación con la culpa de haber inducido a tantos hombres y mujeres a hacer cosas que les arrancaban al Guardián del corazón. Causar dolor a un hombre bueno era terrible, pero instigar a un hombre a hacer el mal era mucho peor.

Cuando el Guardián lo había abandonado, Akma había ansiado su retorno. Ahora, tras ver las tremendas consecuencias de su orgullo, no soportaba la idea de que alguien lo mirase de nuevo, y mucho menos el Guardián de la Tierra. El único alivio que podía esperar era la extinción, y eso era lo que ansiaba. No soportaba regresar al mundo que había ensuciado tanto, no soportaba quedarse como estaba, totalmente solo. Si pudiera hallar un camino que condujera a la aniquilación, correría hacia él, hacia el olvido.

Uno de sus recuerdos era aquel terrible último encuentro con sus padres y el rey. Había sentido la angustia de esas buenas personas que, mientras afrontaban la posibilidad de que él destruyera todo cuanto habían tratado de crear, aún se preocupaban más por él que por sí mismas. Pero había algo más en ese recuerdo. Su padre había dicho algo.