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Rieron juntos. Sólo entonces, al reír, Akma alzó la mirada y comprobó que ya no estaban solos. Edhadeya estaba en el pasillo, a poca distancia, con semblante indeciso y tímido. En cuanto notó que él la había visto, miró a la anciana cavadora cuya mano sostenía. Luego avanzó hacia él despacio, conduciendo a la tambaleante anciana.

—Akma —dijo Edhadeya—. Ésta es Voozhum. Ella fue mi… esclava. También es la maestra más grande en una escuela de grandes maestras.

La anciana lo miró con ojos turbios, y Akma notó que estaba casi ciega. Aunque marchita y encorvada, seguía siendo una cavadora; todavía tenía las piernas macizas y el hocico puntiagudo. Contra su voluntad, Akma vio por un instante la imagen de un cavador gigantesco que se erguía sobre él con un látigo en la mano, amenazándolo porque se atrevía a descansar un momento bajo el caliente sol. Sintió el ardor en la espalda y, peor aún, vio que el látigo mordía la espalda de su madre sin que él pudiera hacer nada. Sintió una punzada de rabia.

Y de pronto desapareció. Pues ahora veía que esa mujer no era igual que el guardia que lo había azotado, regodeándose en su crueldad y su autoridad. ¿Cómo podía haber odiado a todos los cavadores por los actos de unos cuantos? Y ahora comprendía que había sido igual que ellos. Cuando la senda de su vida le dio poder e influencia, ¿en qué se había diferenciado de ellos, salvo en que había cometido crímenes peores y se había engañado en cuanto a sus propósitos? He sido un cavador multiplicado por mil; he visto sus padecimientos sabiendo que yo los causaba. Perdono a los guardias cavadores que nos maltrataron. Valoro incluso sus míseras vidas. El daño que causaron sólo nos costó dolor, mientras que a ellos les costó el amor del Guardián, un precio mucho más terrible, aunque no comprendieran el motivo del vacío y el dolor de sus corazones.

Akma se arrodilló ante la anciana, de modo que su cabeza encorvada y la de Akma quedaron a la misma altura. Ella se le acercó, rozándolo con la nariz como si lo olfateara. No, sólo trataba de verle el rostro.

—Éste es el que vi en mi sueño —dijo—. El Guardián cree que eres digno de muchos problemas.

—Voozhum —dijo él—, fui malvado contigo y con tu pueblo. Dije terribles mentiras sobre vosotros. Provoqué odio y temor, y tu pueblo sufrió hambre y dolor por mi causa.

—Oh, no eras tú —dijo Voozhum—. Ese niño murió. Creo que has pasado todos estos años tratando de hallar un modo de matar a ese niño, y al fin lo has conseguido; ahora eres un hombre nuevo. Estás muy crecido para ser un recién nacido, y eres más elocuente que la mayoría de ellos. Pero el nuevo Akma no me odia.

Impulsivamente él expresó el pensamiento que se le acababa de ocurrir.

—Creo que nunca he visto a una mujer tan bella.

—Pues debes de estar mirando por encima de mi hombro. Debes de estar mirando a Edhadeya —dijo Voozhum.

—Edhadeya y yo tenemos muchos años por delante, mientras ella adquiere una belleza como la tuya —dijo Akma—. Creo que la adquirirá, ¿verdad, Voozhum?

—Sin duda. Creo que la joroba de mi espalda es mi principal atractivo —dijo Voozhum, riendo de su propia broma con voz cascada.

—¿Me enseñarás a deshacer toda mi vida pasada? —preguntó Akma.

—No —dijo ella—. No toda. Sólo las partes malas.

—Sí, en efecto, las partes malas.

—No quiero que deshagas a ese niño valiente, ni a ese inteligente estudioso. Ni al joven que tuvo el buen tino de enamorarse de Edhadeya. —Voozhum cogió la mano de Akma y con cuidado y torpeza le puso encima los dedos de Edhadeya—. Ahora, Edhadeya, deja de fingir que no sabes lo que quieres. Lo seguiste amando mientras se comportaba con increíble estupidez, y ahora ha vuelto a sus cabales y ha reencontrado su verdadero yo, el yo del cual te enamoraste. Así que dile que ambos encontraréis una solución. Díselo.

Akma sintió que los dedos de Edhadeya se cerraban sobre los suyos.

—Sé que ambos podemos encontrar una solución, Akma. Si tú quieres.

Él le estrujó la mano.

—Me he sentido solo —comentó, incapaz de decir más sobre su experiencia de la soledad—. Eso ha terminado para mí. —Luego llegaría el momento de hablar acerca de la familia que crearían juntos, de la vida que compartirían. Sabía que ella estaría con él, que él estaría con ella. De momento era suficiente.

—Dame tu mano de nuevo —dijo Voozhum—. Y coge la mano de ese ratón de biblioteca que tienes al otro lado. Había un antiguo sueño del Guardián y esta mañana he recibido un eco de él, así que ahora sigamos el libreto que nos ha dado y mostrémonos ante la multitud.

—¿Multitud?

—No sirve de nada montar un espectáculo sin público —dijo Voozhum—. Los fanáticos necesitaban verte aferrando las manos de un ángel y un cavador. Y mi pueblo necesita ver que esta anciana, al menos, te ha perdonado y te acepta como a un hombre nuevo. Y podemos transmitir toda esa información con sólo cruzar aquella puerta.

Shedemei les abrió la puerta. La multitud de curiosos se había reunido en la calle, llenaba el cruce esperando a Akma, el hijo del sumo sacerdote a quien el Guardián había abatido y resucitado. Al abrirse la puerta y aparecer Voozhum, Akma y Bego, un murmullo se elevó desde muchas gargantas. Vieron que los tres iban cogidos de la mano. Vieron que Akma se arrodillaba, de modo que su cabeza quedaba a la misma altura que las de la encorvada filósofa y el frágil erudito. Él les aferró las manos y los besó.

—Mi hermano y mi hermana me han perdonado —anunció a la multitud—. Imploro el perdón de todos los hombres y mujeres buenos. Todo lo que enseñé era mentira. El Guardián vive, y el Guardián nos mostrará el camino hacia la felicidad. Si aquí hay alguien que haya aprobado mis palabras y actos de los últimos años, le ruego que aprenda de mis errores y cambie de rumbo.

Shedemei notó con alivio que prescindía de la retórica. Su discurso era sencillo, directo, sincero. Aun así, no se hacía ilusiones. Las personas ruines que lo habían considerado un héroe ahora lo considerarían un traidor. Pocas se convertirían. La esperanza, como de costumbre, estaba en la nueva generación, para la cual la historia de Akma sería fresca y elocuente.

En cuanto a la Congregación del Antiguo Orden, ya se había desmoronado. Aronha la había disuelto oficialmente antes de que Akma despertara del coma, y aunque algunos fanáticos empecinados habían organizado una nueva versión, no contaban con el apoyo popular. Todos los que habían respaldado el Antiguo Orden porque parecía la ola del futuro ya comenzaban a recordar que siempre habían preferido a los Guardados. Los que habían mantenido el boicot contra los cavadores por miedo o porque estaba de moda ya buscaban a sus viejos proveedores y empleados entre la gente del suelo y contrataban a los que estaban dispuestos a perdonar y volver al trabajo, y compraban las mercancías acumuladas. Nadie cometía la tontería de creer que esto representaba un gran cambio de actitud en la población. Los Guardados que realmente deseaban servir al Guardián no eran más numerosos ahora que antes de la aparición de Shedemei ante Akma y los motiaki en la carretera. Pero mientras los hipócritas moderados estuvieran dispuestos a fingir que creían, había esperanza de que sus hijos aceptaran con el corazón los planes del Guardián. Entretanto, aun la vacía proclama de que los tres pueblos de la Tierra eran hijos del Guardián bastaría para brindar paz y libertad dentro de las fronteras de Darakemba. Es un punto de partida, pensó Shedemei. Un comienzo, y podemos construir a partir de aquí.

Fuera de la escuela se levantó un nuevo murmullo, y Shedemei salió con Edhadeya para ver qué sucedía. La multitud abría paso a los cuatro hijos de Motiak. Todos habían visitado la escuela en los últimos días, y todos se habían reconciliado con Edhadeya. Shedemei notaba que estaban aliviados de contar nuevamente con el beneplácito de su hermana y, ni que decir tiene, con el de su padre. Los cuatro subieron la escalinata y abrazaron a Voozhum, Bego, Akma y Edhadeya. La fiesta de la reconciliación estaba saliendo a pedir de boca.