Gemma miró el jersey gastado y los tejanos y bajando los ojos vio que no llevaba zapatos, aunque sí calcetines gruesos. No era extraño que no lo hubiera oído.
– Estoy bien, de verdad. Yo tampoco estaba prestando atención. -Lo estudió y le gustaron su cara ovalada y sus ojos gris claro. A pesar de que el bigote era una mera brizna aterciopelada, Gemma pensó que debía de tener al menos veintitantos años. En los rabillos de sus ojos grises habían empezado a destacar unas pequeñísimas líneas, y las arrugas entre la nariz y la boca indicaban que el chico era un veterano.
Su estómago empezó a hacer ruido otra vez, lo suficientemente fuerte como para que el chico lo oyera, y Gemma gimió.
– Si me dices cómo improvisar algo para comer por aquí quedaremos en paz.
– Baje conmigo a la cocina y le prepararé un bocadillo -le dijo complacido por librarse tan fácilmente.
– ¿De verdad? ¿Estás seguro? -Justo cuando se estaba preguntando por qué un huésped podía usar tan libremente la cocina del pub, tuvo un momento de desconcierto.
Se miraron sorprendidos, pero de repente Geoff comprendió el origen de la confusión y explicó:
– Vivo aquí. Debería habérselo dicho. Soy Geoff Genovase. Brian es mi padre.
Gemma tardó en procesar la información unos segundos y luego dijo:
– Ah, claro. Que tonta por mi parte el no haberme dado cuenta. -Ahora que lo sabía, lo pudo ver en su postura, la forma de su cabeza, la fugaz sonrisa-. Entonces está bien.
Gemma, un poco vacilante, lo siguió a la cocina. Él la hizo sentar en una mesa pequeña situada en un espacio que había junto a la cocina de gas, luego abrió la nevera y estudió el contenido.
– ¿Le va bien queso y pepinillos en vinagre? Es lo que pensaba tomar yo.
– Perfecto. -Mientras Geoff rebuscaba por la nevera, Gemma miró a su alrededor. La cocina era pequeña, pero el equipo era profesional, desde la cocina de acero inoxidable a la mesa de trabajo llena de marcas.
Geoff cortó rodajas de queso cheddar y juntó los ingredientes con la pericia de alguien que ha crecido ayudando en la cocina. Al poco rato ya llevaba a la mesa dos platos con gruesos bocadillos de pan integral.
– Empiece -insistió-. No sea cortés. He de poner la tetera al fuego y en un minuto tendré listo el té. -Mientras Gemma daba un mordisco al bocadillo, Geoff llenó de agua caliente la tetera de barro para que estuviera templada. Gemma se obligó a masticar despacio, cerrando los ojos y saboreando la suntuosidad mantecosa del queso junto a la dulce intensidad de los pepinillos. Tras unos cuantos mordiscos notó que sus músculos empezaban a relajarse.
Geoff vació la tetera y metió unas cucharadas de té. Le estaba dando la espalda a Gemma cuando dijo:
– Usted es la mujer policía, ¿no? Brian me dijo que llegaron ayer. -Agregó agua hirviendo a la tetera de barro, luego cogió dos tazas y llevó todo a la mesa-. ¿Leche? -Gemma tenía la boca demasiado llena para hablar y simplemente asintió. Él volvió a la nevera a buscar una botella de medio litro-. El azúcar está en la mesa -le dijo mientras se sentaba enfrente de ella.
– ¿Lo conocías? -preguntó Gemma cuando hubo tragado el bocado-. Me refiero al comandante Gilbert.
– Por supuesto. En un sitio como éste no puedes no conocer a la gente. -Incluso con la boca llena de pan y queso, el tono de su voz delató repugnancia.
– Debe de ser difícil para ti -dijo Gemma con curiosidad-. Vivir en un pueblo tan pequeño… no creo que haya demasiada vida social.
Mucha gente joven se quedaba a vivir con sus padres cuando no encontraba trabajo, era una realidad económica. Hubo momentos, después de que Rob se fuera, en que temió que ella y Toby tuvieran que irse al apartamento de encima de la panadería de sus padres, y la idea la horrorizó. Geoff simplemente se encogió de hombros y dijo:
– No está mal.
– El bocadillo está buenísimo -dijo Gemma, acompañando la comida con un trago del té que él le había servido. El joven sonrió satisfecho y ella se atrevió a preguntar-: ¿A qué te dedicas? Quiero decir, ¿en qué trabajas?
Esperó a acabar de masticar antes de responder.
– Un poco de esto, un poco de aquello. Lo que más hago es ayudar a Brian en el pub. -Se apartó de la mesa y se levantó. Fue al armario que había encima de la cocina-. Mire. -Cogió un paquete de galletas y se lo alargó para que Gemma las inspeccionara-. Ya sé lo que necesitamos para concluir el ágape.
– ¿Galletas integrales de chocolate? -dijo Gemma con un suspiro de satisfacción-. Sin leche, mis favoritas. -Comió en silencio durante unos minutos y cuando terminó su bocadillo tomó una galleta del paquete y la mordisqueó. Sin duda Geoff había evitado hablar de cosas personales, así que trató de hablar de nuevo sobre temas generales-. Te debió impactar bastante lo del comandante. ¿Estabas aquí ayer por la noche?
– Estaba en mi cuarto, pero Brian vio los coches de policía, las luces y sirenas. Me llamó para que bajara a ayudarlo en el bar, luego cruzó la calle pero no lo dejaron pasar. Lo único que le dijeron era que había habido un accidente y volvió hecho un manojo de nervios. No supimos nada hasta que Nick Deveney envió un agente para reservarles habitaciones a ustedes y explicó que había sido el comandante y no Lucy o Claire.
– Eso era distinto, ¿no? -preguntó Gemma y pensó lo mucho que revelaban las personas sin darse cuenta, simplemente por la construcción de las frases o el énfasis puesto en ciertas palabras.
– Por supuesto. -Geoff se volvió a sentar en la silla y cruzó los brazos-. Lo que digo, éste es un lugar pequeño, y todos se conocen, especialmente los vecinos. Lucy es una buena chica, y Claire… todo el mundo aprecia a Claire.
Gemma pensó que era raro que, siendo Claire Gilbert tan bien considerada, hubiera preferido confiar en Will Darling en lugar de aceptar el consuelo de algún vecino comprensivo.
– ¿Pero no a Alastair Gilbert? -preguntó-. ¿Él no te importaba?
– No es lo que he dicho. -Geoff frunció el ceño. El placer y la camaradería habían desaparecido-. Se trata de que simplemente no está aquí -es decir, no estaba aquí- con su trabajo y pasando en Londres la mayor parte del tiempo.
– Yo lo conocí -dijo Gemma colocando los codos sobre la mesa y apoyando la barbilla en una mano. Se preguntó por qué no se lo había mencionado a Kincaid y se encogió de hombros. Sencillamente no había tenido ganas de explicarle nada que fuera remotamente personal.
– Fue mi comisario en Notting Hill cuando entré en el cuerpo -prosiguió. Geoff se relajó. Parecía interesado y se puso cómodo en la silla, como si la confesión de Gemma los hubiera puesto en igualdad de condiciones. Gemma sorbió su té y dijo-: Pero no lo conocía de verdad, claro. Había más de 400 agentes en Notting Hill y yo era demasiado modesta como para llamarle la atención. En todo ese tiempo puede que me dirigiera diez palabras. -El hombre que ella recordaba parecía no tener relación con el cuerpo desagradablemente despatarrado en el suelo de la cocina de los Gilbert. Había sido un hombre de pequeña estatura, prolijo, de voz suave y muy maniático con su vestimenta y su dicción. En ocasiones había dado charlas a los agentes sobre la importancia de las normas-. Mi sargento solía decir que era muy exigente y estricto. Aunque no creo que lo dijera en un sentido positivo.
– Le gustaba hacer las cosas a su manera. -Geoff rompió otra galleta en dos y se metió una mitad en la boca. Prosiguió de manera apenas inteligible-: Siempre estaba a malas con el consejo del pueblo por cualquier cosa, como que hicieran respetar las restricciones de aparcamiento alrededor del prado comunal, o cosas así. -Comió a continuación la segunda mitad de la galleta y luego llenó las tazas de té de ambos-. Y se peleó con nuestro médico hace un par de semanas. Eso si considera una pelea cuando nadie levanta la voz.