Al otro lado del agua chirriaban las máquinas que trabajaban por la noche en el puerto. Un camión cargado de troncos abandonó el muelle y pasó junto al generador blanco, cuyas aspas se movían indecisas con la suave brisa. Una grúa gigantesca con unas garras enormes se alzaba en el aire como un monstruo. Al parecer, la actividad en el puerto no paraba nunca.
La vegetación se espesaba más adelante. Los sauces que crecían a ambos lados no habían sido podados, sus ramas curvadas caían sobre el sendero extendiéndose las unas hacia las otras como en un efusivo abrazo amoroso. Formaban un túnel natural que en la soledad de la noche daba miedo. Martina se había despejado con el paseo y ahora se arrepentía de haber ido sola.
Se giró pero vio que la distancia para volver con los demás era mayor que la que había hasta su habitación. Era mejor continuar. Y además, tenía muchas ganas de fumar. Aceleró el paso e intentó lo mejor que pudo quitarse de encima esa sensación de desasosiego.
Cuando había avanzado un trecho bajo el túnel formado por los árboles, descubrió, unos treinta metros más adelante, una sombra que se recortaba contra la luz de la salida. El miedo se apoderó de ella y sus pensamientos de repente se volvieron claros y fríos. La figura avanzaba hacia ella y estaba cada vez más cerca.
Martina dominó su primer impulso de volverse. Entornó los ojos para ver mejor. Al principio no estaba segura de si se trataba de un hombre o de una mujer. Todo lo que pudo apreciar fue una silueta oscura, que llevaba cazadora y pantalón negro y una gorra en la cabeza.
No se oían los pasos, aquí el suelo estaba más húmedo.
En cuanto se dio cuenta de que quien venía hacia ella era un hombre, se sintió aterrorizada.
El tipo caminaba con la cabeza agachada y la visera le ocultaba la cara.
Martina siguió caminando inconscientemente, como si no hubiera marcha atrás, nada que hacer. Los pensamientos revoloteaban por su cabeza como gorriones asustados. ¿Qué hacía él allí, en mitad de la noche? Hacía ya un rato que el concierto había terminado. La invadió el pánico y fue incapaz de reaccionar. Siguió hacia delante como un robot dirigido inexorablemente hacia su destrucción.
No se atrevía a levantar la vista para verle la cara ahora que estaban tan cerca. El instante en el que se cruzaron, a ella se le paró la respiración. El hombre pasó a unos centímetros de su brazo, casi rozándola. Martina percibió un olor acre, algo enmohecido, que no pudo identificar.
Se quedó casi sorprendida cuando él pasó a su lado sin que sucediera nada.La distancia iba aumentando entre ellos metro a metro, el desconocido proseguía su camino al mismo paso, alejándose cada vez más. Tímidamente se atrevió a respirar.
Al momento se sintió avergonzada, era absurdo cómo podía llegar a asustarse ella sola. Por favor, un pobre hombre inocente que tal vez trabajaba en el hotel y regresaba a su casa. A veces los hombres le daban pena porque sólo por el hecho de ser hombres sobre ellos caían todo tipo de sospechas.
El sendero se ensanchó y vio la luz de la puerta de entrada del albergue. El alivio la hizo sentirse algo aturdida. Aquel tipo no era peligroso, eran figuraciones suyas. «De todas formas, hoy ya no voy a salir», pensó. Ahora lo único que estaba deseando era llegar a la seguridad de su cama.
No advirtió que el hombre con el que se acababa de cruzar se había dado la vuelta hasta que fue demasiado tarde.
Domingo 4 de Julio
Eva se despertó porque en la habitación hacía un calor insoportable. Haciendo un esfuerzo se puso boca abajo y se colocó la almohada encima de la cabeza para evitar la luz inmisericorde. El dolor estaba alojado en algún rincón detrás de los ojos y era persistente. ¿Cuánto tiempo había dormido? Era domingo y no tenían que ir a excavar, gracias a Dios. Tenía el estómago revuelto y eso le recordó que había bebido más de la cuenta. A juzgar por los rayos del sol debían de ser las doce por lo menos. Miró con los ojos entornados la cama de Martina. Estaba vacía, exactamente igual que cuando Eva llegó a casa de madrugada.
Bostezó, se levantó y salió al pasillo para ducharse. Al volver descubrió que sólo eran las diez.
La noche anterior, a Mark y a Jonas les costó disimular su decepción cuando se dieron cuenta de que Martina no iba a volver tras su visita a los lavabos. Era evidente que los dos querían liarse con ella. Eva, como ellos, supuso que Martina habría ido a acostarse. Desde luego estaba de todo menos sobria. Pero evidentemente no era eso lo que había sucedido. Se habría ido con alguien.
Eva se quedó mirando por la ventana como si Martina fuera a aparecer allí caminando por el sendero. Fue a la cocina, sacó las cosas del desayuno y puso una cafetera bien cargada. Al poco tiempo apareció Jonas y se sentó a su lado con una taza de café y un par de tostadas. Charlaron de la noche anterior y no pasó mucho tiempo antes de que Jonas preguntara dónde estaba Martina.
– Pues la verdad es que no sé dónde esta. En cualquier caso, no ha dormido en casa esta noche.
Que se fastidiara. A ella no le caía bien Jonas, era un tipo engreído y testarudo, no le vendría mal sufrir un poco.
– ¿No ha dormido aquí? -Se quedó inmóvil con la taza en la mano.
– No, su cama está sin deshacer -le informó Eva con mal disimulado regodeo.
– Pero entonces puede que le haya pasado algo.
– Ah, déjalo. Habrá dormido en casa de algún chico que ha conocido, lógicamente; en el concierto había unos cuantos que, al parecer, querían ligar con ella. ¿No viste a ese tipo de Estocolmo, alto y rubio, con el que estuvo bailando? Seguro que está con él, le parecía que estaba buenísimo.
Jonas palideció.
– Pero puede ser un tío asqueroso, no sabemos nada de él. ¿Vive aquí?
– Pero, por favor, encanto, no nació ayer. Martina sabe cuidarse, es una persona adulta, ¡por Dios! Además, no tengo ni idea de dónde vive.
Eva volvió a concentrarse tan tranquila en su yogur.
Los participantes en el curso se reunieron el domingo por la tarde para jugar un partido de voleibol y para entonces Martina todavía no había aparecido. Eva había intentado llamarla al móvil varias veces pero sin obtener respuesta. Al menos, podría llamar, pensó enojada. En realidad, no conocía mucho a Martina, sólo habían vivido juntas unas pocas semanas. Cierto que lo habían pasado muy bien juntas, tanto en las excavaciones como en su tiempo libre, pero, en realidad, no sabía mucho de ella. Al parecer, a los demás no les resultaba extraño que aún no hubiera vuelto.
Eva intentó librarse de su creciente preocupación, quizá fuera ridícula. Sin embargo, no pudo evitar empezar a preguntarse en serio si le habría pasado algo a su amiga. El hecho de que Jonas y Mark rondaran todo el tiempo a su alrededor preguntándole dónde podía estar Martina, no contribuía precisamente a tranquilizarla.
Lunes 5 de Julio
Cuando a la mañana siguiente Martina todavía no había vuelto, Eva decidió llamar a Staffan Mellgren, el encargado de las excavaciones, aunque no eran más que las seis. No se preocupó de si iba a despertarlo. Se había pasado buena parte de la noche en vela presa de una inquietud cada vez mayor. Staffan contestó adormilado después de diez tonos. Se despabiló rápidamente al oír que una de sus estudiantes había desaparecido.
– ¿Ha estado fuera desde el sábado por la noche? -preguntó Staffan indignado.
– Sí.
Eva se arrepintió de no haberlo llamado antes.
– Fuimos al concierto y luego unos cuantos nos quedamos en la terraza del hotel. Martina fue al servicio y después no volvió. Pensamos que se habría ido a la cama.
– ¿Qué hora era entonces?
– La una quizá, o las dos. No miré el reloj.
– ¿Qué hicisteis los demás?
– Nos quedamos charlando.