Ahí es donde suelen guardarse los objetos que uno aprecia o la foto de algún ser amado, quizá en secreto.
Staffan Mellgren sonreía a la cámara, a los demás se los veía al fondo. Debía de doblarle la edad a Martina. Karin sabía que Mellgren estaba casado y tenía hijos. Era una persona conocida en Gotland por su trabajo en la universidad y por las excavaciones arqueológicas. ¿Habría algo entre ellos? ¿Tendría él algo que ver con la desaparición de la chica?
Se apresuró a salir de allí para ir en busca de Knutas.
A Johan lo despertó un ruido al otro lado de la ventana. Haciendo un esfuerzo, se levantó de la cama y abrió las cortinas.
En la pastelería de enfrente estaban sirviendo el pedido del día. El camión de la panadería estaba aparcado en mitad de la estrecha callejuela y el conductor sacaba cajas y las cargaba en un carro. El pastelero lo recogió y desapareció con gran estrépito por la puerta trasera. Eso significaba que no eran más que las seis. Volvió a la cama lanzando un bufido y se cubrió la cabeza con el edredón. El pan llegaba a las seis los días laborables y los festivos a las ocho, a estas alturas Johan ya estaba al tanto de los horarios. De haber sabido de antemano que este acto de terrorismo iba a tener lugar todas las mañanas, habría exigido a la Televisión Sueca que le buscara otro piso.
Envuelto en el edredón empezó a pensar en Emma y en su hija recién nacida. Durante el fin de semana había estado allí prácticamente todo el tiempo. No le permitieron quedarse a dormir puesto que estaban al completo y Emma tenía que compartir habitación con otras dos mujeres que acababan de ser madres.
El parto era el momento más grande de su vida hasta ese momento. La experiencia de convertirse en padre fue más conmovedora de lo que él podía imaginar.
Su madre y su hermano pequeño habían llegado el sábado en avión desde Estocolmo. Estaba loca de contenta por convertirse en abuela. Aquélla era su primera nieta. Desde la muerte del padre de Johan, dos años antes, su vida se había vuelto más solitaria. Johan siempre había mantenido una relación muy estrecha con su madre y sabía que, ahora que trabajaba en Gotland, lo echaba de menos. En calidad de hermano mayor, en muchos aspectos había reemplazado a su padre desde que éste falleció.
Comprendió que con el niño todo iba a ser diferente. A partir de ahora su nueva familia tenía que ser lo primero. De pronto se había convertido en padre de familia y eso implicaba una nueva responsabilidad. La idea lo atraía y lo asustaba al mismo tiempo.
La redacción de Estocolmo había enviado flores, pero Grenfors contaba con que Johan empezara a trabajar justo después del fin de semana. Estaba destinado en la isla y habían acordado que Johan tendría que esperar al otoño para cogerse los días libres por paternidad que le correspondían. Ahora se arrepentía. Sólo deseaba estar al lado de su nueva familia.
El sonido insistente del móvil interrumpió sus reflexiones. Tenía que cambiar la señal de llamada, se dijo mientras se levantaba y buscaba el aparato en el montón de ropa que había encima de la silla. Ahora estaba más pendiente del teléfono que antes. Podía ser Emma.
Quien llamaba era Niklas Appelqvist, uno de los pocos amigos que Johan tenía en Gotland. Aunque Niklas era diez años más joven que él, habían congeniado, en parte porque a ambos les gustaba el rock de los años sesenta. Conoció al joven estudiante de arqueología el año anterior en relación con el seguimiento de un asesinato. Niklas vivía al lado de un fotógrafo de prensa jubilado al que hallaron muerto en el sótano y había ayudado a Johan durante la investigación del caso con datos interesantes. Cuando Johan se trasladó a vivir a la isla empezaron a verse.
– Hola, ¿qué tal?
– De puta madre -soltó, carraspeó y sobreponiéndose al cansancio se sentó en la cama-. El viernes fui padre.
– ¿Qué fuerte, no me digas? ¡Enhorabuena! ¿Niño o niña?
– Una niña -dijo Johan, sonriendo.
– ¿Fue todo bien?
– Hubo un momento bastante dramático, pero al final logró salir. Es preciosa, pesó 3,7 kilos y midió 51 centímetros.
– ¡Qué bien! ¿Cómo está Emma?
– Bien, pero algo cansada, claro.
– Esto hay que celebrarlo -Niklas parecía entusiasmado-. Te invito a una cerveza esta tarde.
– Gracias, pero no puede ser. Tengo que ir a buscar a Emma y a la niña a la maternidad. Tendrá que ser otro día.
– Está bien. Oye, he oído una cosa que igual puede interesarte.
– ¿Ah, sí?
– Ha desaparecido una estudiante de arqueología. Participa en el curso de excavación que organiza la universidad. Hay gente de todo el mundo que viene a excavar durante el verano.
– ¿Cuánto tiempo lleva desaparecida?
– Desde el sábado por la noche. En el albergue de Warfsholm, que es donde se aloja, están bastante preocupados. Al parecer desapareció el sábado después del concierto de Eldkvarn y desde entonces nadie la ha visto. Conozco a una chica que colabora en ese curso y acaba de contármelo.
– ¿Recibes visitas tan temprano?
– Digamos que mejor tan tarde.
– ¿Cómo se llama?
– ¿La chica que ha desaparecido o la que ha venido a visitarme?
– La que ha desaparecido, claro.
– Martina no sé qué.
Johan lo oyó hablar con alguien al otro lado de la línea.
– Martina Flochten. Es holandesa.
– Flochten -repitió Johan-. ¿Cuántos años tiene?
– Bastante joven, veintipocos.
– Está bien, muchas gracias.
Joder, qué inoportuno. Lo que más deseaba era ir a ver a Emma y al bebé, pero era el único reportero de televisión en la isla. Había que comprobar lo de la desaparición, aunque el asunto parecía bastante flojo. Llamó al hospital y, según la enfermera que atendió el teléfono, Emma y la niña se encontraban bien y ambas dormían en ese momento. Tenían que quedarse en la maternidad más tiempo del previsto porque habían surgido algunos problemas a la hora de dar el pecho a la niña.
La angustia debió de notársele en la voz, porque la enfermera le aseguró que era normal y que no tenía que preocuparse por ello. La lactancia seguro que funcionaría con normalidad dentro de unos días. Johan se preguntó si su vida iba a ser así ahora que era padre. Una preocupación constante por todo.
Eran las nueve menos cuarto. Llamó a Knutas pero le informaron de que el comisario estaría ocupado toda la mañana y ningún otro agente podía ni quería hacer declaraciones acerca de la chica desaparecida. Se duchó, se afeitó, se tomó un café y un bocadillo, y luego llamó a Pia. Pasaría a buscarlo un cuarto de hora más tarde. Decidieron salir inmediatamente hacia el hotel y el albergue juvenil de Warfsholm.
El hotel consistía en un edifico de madera amarillo de principios del siglo pasado, con una hermosa torre, y estaba situado en un saliente al borde del mar. A uno de los lados del edificio se extendía una playa de arena paradisiaca y más allá se divisaba la reserva de aves de Vivesholm, una lengua de tierra que se adentraba directamente en el mar. Hacia el otro lado se encontraba el puerto, cuyos silos y generadores constituían un acusado contraste con el mar.
Cuando Johan y Pia se bajaron del coche en el aparcamiento descubrieron un vehículo de la policía y dos agentes que caminaban por la playa y hablaban con las familias. Bajaron hasta la playa y admiraron la vista de las islas Stora y Lilla Karlsö, conocidas como las islas de los pájaros.
– ¿Qué es eso? -preguntó Johan señalando algo que sobresalía por encima del agua justo después de la bocana del puerto.
– Son los restos de un buque de carga que se llamaba Benguela que naufragó ahí mismo. Hará por lo menos veinte años de aquello.