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– ¿A qué te refieres?

– Estaba enamorado de Martina, aunque es algo de lo que no le gusta hablar.

– ¿Hay alguien más que esté al tanto de ello?

– Por supuesto, era muy evidente.

– ¿Y Martina le correspondía?

Mark negó con la cabeza.

– No, no tenía ninguna posibilidad.

Karin decidió cambiar de tema.

– ¿Es la primera vez que vienes a Suecia?

– ¿Por qué me pregunta eso?

– ¿Y por qué no debería preguntártelo?

– ¡Bah!, no sé, me parece que no viene a cuento.

– ¿Qué tal si me respondieras?

– Sí, la verdad es que he estado aquí antes.

– ¿Cuándo?

– Estuve en Gotland el año pasado y el anterior.

– ¿Y eso?

– La primera vez estuve aquí con un amigo que tenía una novia de Gotland. Se conocieron cuando ella estuvo en Estados Unidos en un programa de intercambio universitario. Yo lo acompañé y nos lo pasamos tan bien que quise repetir. Cuando le tocó volver otra vez aquí, me vine con él.

– ¿No resulta muy caro para un estudiante viajar hasta aquí?

– Lo pagan mis padres -dijo Mark sin inmutarse.

– ¿Desde cuándo estudias arqueología?

– Con intermitencias, desde hace tres años.

– ¿Qué es eso de con intermitencias?

– He hecho un poco de todo, he viajado, navegado en un velero… También participo en bastantes competiciones de windsurf.

De ahí esos músculos y el aspecto deportivo, pensó Karin.

– ¿Has hecho amigos durante tus viajes a Gotland?

– Sí, claro que he conocido a gente. Pero la que uno conoce durante el verano en las playas y en los bares normalmente no es de aquí, así que no se puede decir que haya conocido a muchos isleños.

– ¿Puedes nombrar a alguno?

– Claro, unos que viven en Visby.

Karin anotó sus nombres y números de teléfono.

– ¿Cuánto tiempo has pensado quedarte esta vez?

– El curso dura hasta mediados de agosto, después me quedaré un par de semanas más.

– ¿Dónde te vas a alojar?

– Tengo amigos en Visby.

– ¿Estos de los que me has dado el número de teléfono?

– Sí, voy a vivir en casa de Niklas Appelqvist.

– ¿Conociste a Martina en tus anteriores estancias en Gotland?

– No.

– ¿Qué hiciste la noche en que ella desapareció?

– ¿Por qué me lo pregunta?

– Es una pregunta rutinaria.

– Después del concierto estuve tomando cervezas con el resto del grupo en la terraza del hotel. Martina también estuvo.

– ¿Hasta cuándo estuviste allí?

– Como los demás, hasta las tres o las cuatro. Después nos fuimos a la cama. Jonas y yo compartimos habitación, así que estuvimos juntos todo el tiempo.

– ¿Es decir, que él puede confirmar que estuviste con él toda la tarde y toda la noche?

– Por supuesto. Lo mismo que yo puedo responder por él.

Jueves 8 de Julio

Al día siguiente llegó Martin Kihlgård acompañado por una colega de la Policía Nacional. Agneta Larsvik era especialista en psiquiatría y la habían llamado para que los ayudara a interpretar las circunstancias especiales que rodeaban aquel asesinato, sobre todo la forma de actuar.

Kihlgård fue recibido con cálidas aclamaciones y palmadas en la espalda cuando apareció en los pasillos de la Brigada de Homicidios; el alegre comisario se había hecho muy popular en Visby en sus anteriores visitas, en las que había ayudado a Knutas en algunas investigaciones de casos de asesinato. Karin, en particular, parecía encantada de verlo.

– ¡Qué sorpresa! -exclamó en cuanto apareció en el vano de la puerta. Se lanzó a sus brazos y desapareció totalmente envuelta por su imponente corpachón.

– ¡Jesús, qué recibimiento! -respondió satisfecho-. ¿Cómo van las cosas aquí en el campo?

– Así, así, gracias, aquí pasa una cosa rara tras otra -dijo Karin-. Vamos a tener una reunión enseguida y así te enterarás de más cosas.

– Ya me he enterado de bastantes. Parece jodidamente desagradable.

– Realmente lo es. Ven a saludar a Anders, creo que está ahí dentro.

Cogió a su corpulento colega del brazo y se dirigió con él al despacho del jefe.

– Hola, Knutte. -El rostro de Kihlgård se iluminó con una cordial sonrisa en cuanto vio a Knutas detrás del escritorio.

Knutas le estrechó la mano y puso buena cara. Martin Kihlgård era la única persona a la que se le había ocurrido llamarlo por ese detestable apodo.

Su colega, Agneta Larsvik, tenía modales suaves y menos bruscos. Era una mujer morena, alta y delgada, con el pelo recogido en un moño, que respondió al saludo de Knutas con una sonrisa.

Después de charlar un ratito de temas sin importancia, el grupo encargado de la investigación del caso se reunió para informar a sus compañeros de la Policía Nacional de los últimos acontecimientos.

– ¿Os apetece comer algo?

Karin conocía el insaciable apetito de Kihlgård.

– Sí, no estaría mal, ¿no? -contestó volviéndose hacia Agneta Larsvik que, al parecer, se quedó asombrada. Ella hizo ademán de ir a decir algo, pero Karin la interrumpió.

– Voy a pedir unos bocadillos.

– Muchas gracias.

Con expresión satisfecha, Kihlgård consiguió acomodarse en la silla, entre Lars Norrby y Birger Smittenberg. Al momento ya estaban los tres enzarzados en una discusión sobre cuál de las islas griegas era el mejor destino para pasar unos días de vacaciones.

Entró alguien con una bandeja repleta de sándwiches de gambas y una caja de cervezas sin alcohol y agua de Ramlösa. Después aparecieron también en la mesa café y galletas de chocolate. No estaban acostumbrados a semejante derroche. Knutas lanzó una mirada a Karin. Aquí, por lo visto, no se reparaba en gastos con tal de que Kihlgård se sintiera bien recibido.

Observó a sus colegas. Todos charlaban y reían con el simpático comisario de la Policía Nacional impacientes por conocer el último cotilleo de Estocolmo. Siempre pasaba lo mismo. Tan pronto como aparecía Kihlgård las reuniones se convertían en auténticos festines.

Knutas carraspeó en voz alta para captar la atención de sus compañeros y dio la bienvenida a Martin Kihlgård y a Agneta Larsvik. Luego el grupo dedicó más de una hora a repasar la información que los investigadores habían recabado hasta ese momento. Examinaron también los interrogatorios de la tarde anterior. Lo más interesante que habían conseguido era lo que había contado el profesor Aron Bjarke acerca de las infidelidades de Staffan Mellgren. Se pusieron de acuerdo sobre la conveniencia de investigar aquella pista.

Cuando ya casi habían terminado, llamaron a la puerta y entró Erik Sohlman. A juzgar por su gesto tenía algo importante que contar.

– Tengo una cosa que añadir -dijo cuando Knutas terminó de hablar.

– Cuenta.

– Los buzos que han rastreado en las proximidades de Warfsholm han encontrado un anillo que pertenece a Martina.

– ¿Dónde?

– Junto al albergue, en el fondo del agua al borde del cañaveral, es decir, que se encontraba en aguas poco profundas. Se trata de un anillo de plata grande y bastante pesado, con piedras de diferentes colores. Hemos ampliado el cordón policial en esa zona y en estos momentos estamos buscando más rastros. Yo tengo que regresar allí.

– ¿Dónde está el anillo?

– En el laboratorio.

Knutas se retrepó en la silla.

– Eso coincide bastante bien con la hipótesis del forense, según la cual a la chica la ahogaron allí, luego el asesino cargó el cuerpo en un coche y condujo hasta Vivesholm para rematar su obra.

– Es de suponer que sólo mantendría la cabeza de la chica bajo el agua el tiempo necesario -añadió Sohlman-. Tenía arena y algas marinas bajo las uñas que seguramente se le metieron mientras él la sujetaba. El fondo es cenagoso allí también, así que ella debió de hundir los dedos en el fango. Puede que fuera entonces cuando perdió el anillo, que es uno de esos que se aprietan por los extremos y está abierto en el centro.