Una especie de abatimiento cayó sobre la sala. Quizá los mismos pensamientos ocupaban todas las mentes. La imagen de Martina, luchando inútilmente por su vida junto a las cañas, mientras sus compañeros estaban de fiesta a tan solo unos cientos de metros de allí y no tenían ni idea de lo que estaba ocurriendo.
– Parece planeado -afirmó Kihlgård-. A sangre fría. Tiene que haber calculado la manera de encontrarse con ella a solas, de manera que pudiera perpetrar la agresión. Lo que quiero decir es que nadie va por ahí con un cuchillo, una soga y ese tipo de cosas en el coche si no tiene un motivo.
– Quizá llevaba un tiempo espiándola -sugirió Karin-. No sabemos cuánto tiempo ha estado esperando la ocasión. Tal vez lo único que sucedió es que aquella noche tuvo suerte.
– ¿Estamos seguros de que era justo a Martina a quien acechaba? -preguntó Kihlgård-. ¿Quién nos dice que no buscaba solamente una víctima, la que fuera?
– También puede ser así, desde luego -admitió Knutas.
– Otra cosa que me llama la atención es que perpetrar este crimen tiene que haber llevado tiempo -continuó Kihlgård-. Habrá necesitado dos horas como mínimo para poder hacer todo eso.
– Y luego tenemos ese componente ritual. ¿Qué nos sugiere?
Knutas dirigió la mirada hacia la especialista en psiquiatría.
– Es demasiado pronto para que pueda pronunciarme -dijo Agneta Larsvik-. Quiero ver más fotografías de la víctima y tener más datos, así como dar tiempo a que llegue el informe de la autopsia. Además, quiero ver el lugar del crimen para poder decir algo con seguridad.
– ¿Pero cuál es tu primera reacción? -insistió Karin.
– Lo que vemos aquí -dijo con la mirada puesta en la foto de Martina que ocupaba toda la pantalla- es una expresión de violencia extrema, inverosímil. Esa forma de actuar tan extraña me lleva a pensar en un agresor solitario, gravemente enfermo y con un terrible desprecio hacia las mujeres. Quizá sin experiencias sexuales. El cuchillo en la tripa puede indicar cierta curiosidad por el cuerpo femenino, de la misma manera que hay agresores que introducen objetos en la vagina para examinarla. El hecho de que esté desnuda podría significar algún tipo de conexión sexual, pero como ya he dicho, en estos momentos es imposible sacar conclusiones claras.
– ¿Es una persona sin antecedentes? -preguntó Karin.
– Probablemente no. Me inclinaría a pensar en un criminal joven que ha cometido graves actos violentos con anterioridad, un asesinato tan macabro no se comete la primera vez.
– ¿Por qué piensas que es joven?
– Una persona tan enferma que es capaz de cometer un crimen de este tipo no pasaría desapercibida mucho tiempo entre la gente. Sencillamente, no podría haber llegado a cumplir muchos años sin acabar en la cárcel. Pero recuerda, no es más que una primera impresión.
– ¿Te dice algo el modus operandi? -preguntó Knutas con gesto decidido.
Todas las miradas estaban fijas en Agneta Larsvik.
– El hecho de que el asesino haya colgado el cuerpo puede inducir a pensar que quiere ser visto. Al exponer a su víctima quiere decirnos que es peligroso, algo así como: «¡Mira lo que soy capaz de hacer!». Podría significar que el asesino pretende comunicarnos que es mejor que lo paremos a tiempo, antes de que vuelva a hacer lo mismo de nuevo.
A última hora de la tarde llegó por fax el resultado preliminar de la autopsia desde la Unidad del Instituto Forense de Solna. Knutas pensó con gratitud en el forense, cerró la puerta de su despacho y empezó a hojear los papeles.
Martina había muerto, en efecto, ahogada. Sus pulmones estaban gravemente hinchados, tenía espuma en los bronquios y agua salada en el estómago. Habían encontrado restos de esperma en la vagina, pero no había ninguna lesión que hiciera sospechar la existencia de violencia sexual. Habían enviado una prueba de esperma al Instituto Forense de Linköping. El corte del abdomen era profundo y había afectado a la arteria aorta y al intestino. Tenía una tasa de 1,2 de alcohol en sangre, lo cual indicaba claramente que estaba bajo los efectos de la bebida cuando la asesinaron.
El hallazgo del anillo apuntaba a que el asesinato propiamente dicho había tenido lugar en Warfsholm, en concreto, en la orilla de la playa delante del albergue. No muy lejos de la entrada y del aparcamiento, pero en una zona oculta tras los matorrales de enebro que crecían entre ellos. El asesino probablemente había tenido la audacia de aparcar ahí mismo. Una vez que la hubo asesinado, le resultaría de lo más sencillo llevarla y cargarla en el coche. Los arbustos impedían que alguien lo viera. Luego, sin duda, se dirigió directo a Vivesholm. Debían de ser las dos o las tres de la madrugada. A esas horas los veraneantes dormían profundamente en sus casas.
El asesino tuvo que aparcar el vehículo junto a la valla, lo bastante alejado como para que no se viera desde la verja ni desde las viviendas. Luego sacó el cuerpo y lo trasladó hasta el bosquecillo.
Con toda seguridad había preparado el lugar con anterioridad. Colgar un cadáver era un trabajo duro. Una mujer difícilmente habría tenido fuerzas para hacerlo, al menos ella sola. Pero, claro está, podía tratarse de dos o más agresores.
¿Por qué habría elegido el asesino colgar el cuerpo y hacerlo así más visible y más fácil de descubrir? Eso no sólo aumentaba el riesgo de que lo descubrieran, sino que además se expuso a que lo vieran al llevar a cabo la maniobra. ¿Sería aquello, como pensaba la experta en psiquiatría, una manera de llamar la atención? Knutas albergaba ciertas dudas.
Luego estaba lo del corte en la tripa. En el caso de que no tuviera nada que ver con las teorías de Agneta Larsvik que lo relacionaban con la curiosidad sexual, ¿qué podía significar eso? ¿Quería el criminal humillar a su víctima, era la propia violencia extrema lo que lo excitaba?
En caso contrario, y tal como Knutas lo veía, sólo quedaba otra posibilidad: desangrar el cuerpo, exactamente igual que había sucedido con el caballo. La sangre se utilizaría después para algún fin concreto.
La pregunta era cuál.
Gunnar Ambjörnsson, político socialdemócrata del ayuntamiento, vivía solo. Lo había hecho desde que era mayor de edad y se sentía a gusto así. Poder estar a su aire y no tener que estar constantemente poniéndose de acuerdo con la gente acerca de diferentes cosas, transigir, dar y recibir. Eso ya se había visto obligado a hacerlo demasiadas veces de pequeño con sus cuatro hermanos cuando vivían en un pequeño piso de alquiler en los bloques de viviendas de la calle Irisdalsgatan, en Visby. Siempre había compartido habitación, en el cuarto de estar el sofá delante del televisor estaba continuamente ocupado, se producían apreturas alrededor de la mesa a la hora de comer, nunca había dispuesto de un rincón para él solo. El único lugar donde se podía estar en paz era en el baño y no mucho tiempo.
No se marchó de casa hasta que se fue a estudiar a Gotemburgo. Allí vivía en una residencia de estudiantes y compartía baño y cocina con el resto de los estudiantes de su pasillo, así que tampoco disfrutó de mucha privacidad. Al terminar sus estudios consiguió inmediatamente un empleo fijo en el ayuntamiento de Gotland y allí seguía desde entonces. Encontró un piso en la calle Stenkumla, bien situado, pero no justo en el centro de la ciudad. Era un apartamento de un dormitorio, cuarto de estar y cocina con vistas a la calle. En el tercer piso. Nunca olvidaría la sensación que tuvo al entrar por primera vez en aquel apartamento. Vacío, recién renovado y como nuevo. Recordaba cómo pasó el dedo por los azulejos relucientes del baño, inhaló el olor a pintura en la cocina y admiró las molduras sin marcas de la sala de estar. Disfrutó de la soledad y el orden.