– ¿Lo acompaña su novia? -preguntó Kihlgård.
– No, viajará solo. Al parecer suele hacerlo así.
– ¿Qué tiene Gunnar Ambjörnsson en común con Martina Flochten? Esa es la primera pregunta que debemos plantearnos -dijo Karin-. Primero asesinan a Martina, y su muerte presenta elementos rituales, eso es evidente, y luego, apenas una semana después, aparece una cabeza de caballo clavada en un palo en casa de Gunnar Ambjörnsson. Parece de lo más extraño.
– Sería muy raro que estos sucesos no guardaran relación -afirmó también Wittberg-. Pero lo más horrible es que la cabeza no pertenezca al caballo de Petesviken. Alguien anda por ahí fuera degollando caballos y congelando las cabezas. Alguien que también es un asesino ritual. -Asintió con la cabeza hacia la ventana-. ¿Contra quién va a golpear la próxima vez?
El silencio cayó sobre la sala. El verdor estival al otro lado del cristal ya no parecía tan idílico.
– Bueno -intervino Knutas para disipar un poco el sombrío panorama-. Contamos con el testimonio de un profesor, Aron Bjarke, quien declaró que Staffan Mellgren cortejaba a Martina. Él asegura que Mellgren es un auténtico donjuán, y que anda continuamente ligando con sus jóvenes alumnas, a pesar de que está casado. De hecho, incluso llegó a describir a Mellgren como un auténtico salido.
– Lo raro es que nadie más haya mencionado sus infidelidades -señaló Wittberg.
– Sí, especialmente si, como parece, han sido tan frecuentes. ¿Hay alguien más que pueda confirmar esa información? -quiso saber Kihlgård.
– De momento, no. Pero nunca se sabe, el resto de los profesores quizá quieran protegerlo. En estos momentos, claro está, la situación es delicada, con el asesinato y todo eso.
– ¿Y los demás estudiantes?
– Algunos han dicho que sospechaban que Martina se veía con alguien a escondidas. Sin embargo, nadie sabe con quién. Aún no hemos hablado con el resto de los alumnos de la universidad.
Los que van a clase ahora son los que están haciendo algún curso de verano y por lo tanto no conocen a Mellgren.
– ¿Qué dice el propio Mellgren?
– Lo niega rotundamente, claro.
– ¿Y su mujer?
– Lo mismo. Según ella, no tienen ningún problema matrimonial.
Knutas miró seriamente a sus colaboradores.
– El incidente en casa de Ambjörnsson por nada del mundo puede salir a la luz -dijo con mucho énfasis-. Pasado mañana viajará al extranjero, lo cual, cabe suponer, nos permitirá trabajar con tranquilidad. Según parece, ningún vecino se ha percatado de nada; por suerte, Ambjörnsson tiene un jardín privado. Nosotros también nos esforzamos en actuar con discreción cuando estuvimos allí ayer. Ahora de lo que se trata es de seguir en esa línea. A partir de ahora todas las preguntas relacionadas con la investigación deberán ser remitidas a Lars o a mí.
Tras la reunión Knutas se encerró en su despacho. Sacó la pipa y empezó a llenarla. Necesitaba estar tranquilo para poder concentrarse. La calma que reinaba a principios del verano se había transformado en un caos de sucesos excepcionales y por el momento no podía imaginarse qué relación existía entre ellos. Sólo el hecho de que en Gotland, en algún lugar, había otro caballo que había sido degollado… ¿Por qué no lo había denunciado nadie?
Sintió una necesidad imperiosa de encender la pipa en aquellos momentos, se acercó a la ventana, la abrió de par en par y así lo hizo, a pesar de que estaba prohibido fumar dentro del edificio. Salvo en las salas de interrogatorios, donde se podían hacer excepciones.
Knutas pensó en Ambjörnsson. Un político amable y discreto que vivía una vida tranquila y se las arreglaba solo. ¿Pero qué sabía de él en realidad? Que había sido político en el ayuntamiento durante treinta años. De su vida privada Knutas no sabía nada.
¿La amenaza tendría que ver con su trabajo o con su vida privada? Debían investigar inmediatamente los asuntos políticos que Ambjörnsson tenía entre manos. Tal vez la respuesta se encontrase allí.
Aspiró la pipa y expulsó lentamente el humo a través de las comisuras de los labios. La idea surgió de algún resquicio y de pronto lo vio con absoluta claridad. Existía una relación entre Martina Flochten y Gunnar Ambjörnsson: el prestigioso complejo hotelero que se planeaba construir en las afueras de Visby. El padre de Martina, Patrick Flochten, era uno de los arquitectos y de los accionistas del hasta ahora mayor y más exclusivo complejo hotelero de Gotland. El mismo proyecto de construcción al que la Comisión de Urbanismo había dado luz verde justo antes del verano. Gunnar Ambjörnsson era el presidente de la comisión. Por supuesto, la propuesta debía ser aprobada por el pleno del ayuntamiento y ésta pasaba después a la junta municipal, pero el hecho de que la Comisión de Urbanismo la hubiera aprobado era un requisito para continuar con el proyecto.
Knutas rebuscó en su memoria. Se habían producido una serie de protestas en contra del proyecto de construcción, aunque a él le había dado la impresión de que la mayoría de los isleños estaban a favor. Creía que todos los partidos políticos estaban de acuerdo. ¿Qué grupos cabía suponer que se oponían? Los vecinos que vivían en Högklint, y seguro que los ecologistas y los expertos en geografía cultural, pero ninguno de ellos estaría dispuesto a matar por una cosa así. Knutas no sabía si existía algún yacimiento de interés arqueológico en esa zona. Todos los colectivos que de alguna manera se hubieran involucrado en el proyecto de construcción debían ser investigados, quizá hubiera detractores políticos de los que él no tenía conocimiento. Debía ocuparse inmediatamente de que se investigara el asunto.
La tarde no podía presentarse mejor. Se habían preparado bien. Cada uno sabía lo que tenía que hacer, todo estaba perfectamente estudiado y dispuesto hasta el más mínimo detalle.
Iban a pasar la noche en ese lugar solitario, cerca de los dioses y bajo la protección de las fuerzas de la naturaleza. Cada tronco, cada bloque de piedra y cada arbusto tenían vida y los acompañaría en su ceremonia. Habían levantado carpas y tenían la comida preparada, y dentro de cada uno de ellos crecía la expectación ante lo que les aguardaba.
Los grillos cantaban en los matorrales que bordeaban el angosto sendero que subía hasta la cima. El ascenso fue arduo, la montaña era alta e inaccesible. El grupo de gente formaba una unidad debido a su indumentaria. Todos iban vestidos con mantos largos ajustados a la cintura con cintas negras. Los hombres llevaban la cabeza cubierta con capuchas y las mujeres con pañuelos. Todos avanzaban con la cabeza ligeramente inclinada, tal vez para no tropezar con las raíces de los árboles o para rezar.
Un murmullo ininterrumpido se mezclaba con el tamborileo del hombre que iba en cabeza, el cual portaba un tambor de piel plano en una mano y un palo de madera forrado de cuero en la otra e iba golpeando el tambor a intervalos regulares.
Cuando llegaron al espacio abierto, que era su meta, uno de los hombres se apartó del grupo. Sacó de debajo del sayo un cuerno natural de medio metro de largo, se lo acercó a la boca y sopló directamente hacia el mar. El sonido era monótono y lastimero. Un cuerno con vino pasaba de mano en mano. Con los ojos cerrados y el semblante serio bebieron todos de él y cuando todos lo hubieron hecho arrojaron las últimas gotas a la tierra. El hombre que había tocado el cuerno, que al parecer era el líder, se puso delante de los participantes. Pronunció unas palabras y volvió el rostro hacia el Este al tiempo que sonaban los golpes del tambor. Gritó en mitad de la noche luminosa, y con voz alta y clara invocó a las fuerzas ocultas. Después se volvió sucesivamente hacia el Sur, el Oeste y el Norte mientras seguía hablando. Al terminar se dirigió hacia el centro del círculo, donde habían levantado un altar con las imágenes de los dioses pintadas con sangre.