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Johan le dio las gracias y colgó el teléfono.

La conversación le había dejado algo desconcertado. ¿Se estaban cometiendo robos sin que nadie se ocupara de ello?

Llamó a la universidad y pidió que le pasaran con un arqueólogo. Sólo pudieron localizar a Aron Bjarke, profesor de teoría. Johan le refirió el artículo que había leído y lo que le había dicho Eskil Rondahl.

Bjarke corroboró en parte la descripción.

– Es posible que se robe algún objeto aislado sin que nadie lo descubra, pero lo peor no es que desaparezcan pequeños objetos aquí y allá. El mayor problema son los buscavidas que vienen hasta Gotland para buscar tesoros de plata. Hace unos años se aprobó una nueva ley para poner fin a los saqueos. En la actualidad está prohibido utilizar detectores de metales en Gotland sin un permiso especial del Gobierno Civil. El año pasado la policía detuvo a dos ingleses sorprendidos con las manos en la masa cuando buscaban tesoros con un detector de metales.

– ¿Adónde van a parar las piezas robadas?

– Hay coleccionistas en todo el mundo dispuestos a pagar sumas considerables por un adorno de plata, por ejemplo, o por una moneda de hace mil años. Por no hablar de todas las maravillosas joyas que encontramos del período vikingo. Es evidente que hay un gran mercado y mucho dinero en juego.

– ¿Se siguen produciendo robos?

– Con toda seguridad, sólo que la policía no se interesa por ellos.

– ¿Puede hablarme de algún caso concreto que conozca?

Bjarke guardó silencio un instante.

– No, la verdad es que no puedo. En este momento, no.

Viernes 23 de Julio

Habían pasado casi dos semanas desde el robo en la Sala de Arte Antiguo. Aún no habían detenido a nadie, ni por el asesinato de Martina, ni por los incidentes con las cabezas de caballo, ni por el robo. Knutas no creía que existiera realmente relación alguna entre los delitos, pero había pedido a la persona que estaba al frente de la investigación del robo que lo mantuviera informado en todo momento de los progresos de las pesquisas. No obstante, todos esos casos tenían una cosa en común: su resolución parecía muy lejana.

Knutas había considerado que no podía viajar a Dinamarca para reunirse con su familia, que pasaba allí las vacaciones, mientras el asesinato de Martina Flochten siguiera sin resolverse. Lo cual no impedía que echara de menos unas vacaciones con golf y pesca y poder sentarse en la terraza con una copa de vino y un buen libro. Estaba agotado y comenzaba a sentirse frustrado de verdad. Nada salía como él esperaba. Cuando apareció la cabeza cortada del caballo en casa de Gunnar Ambjörnsson, pensó que el trabajo de investigación quizá despegaría, pero no había sido así. Line y los niños habían vuelto de las vacaciones, morenos y descansados, sin que él tuviera ninguna noticia alentadora que dar sobre la marcha de la investigación.

El hecho era, en resumidas cuentas, que la policía no había hecho ningún progreso. Los pocos vecinos de Ambjörnsson que se encontraban en casa la tarde en que se produjo el incidente no habían visto ni oído nada, a excepción de una señora mayor que había observado la presencia de un coche desconocido en la calle. De qué marca o qué modelo, eso no lo sabía, sólo que era rojo y grande. Quizá fuera el coche del agresor, una cabeza de caballo no era una cosa con la que uno pudiera ir por ahí dando vueltas a pie. La policía todavía no había recibido ninguna notificación denunciando la desaparición de un caballo o el hallazgo del cuerpo maltratado de un caballo. Knutas se preguntaba cómo era posible. Sólo conocía un lugar donde un caballo podría desaparecer sin que nadie lo descubriera enseguida y ese lugar era la reserva de ponis de Gotland del páramo de Lojsta; la única pega era que la cabeza no pertenecía a esa especie.

La policía no quiso emitir ninguna orden de búsqueda porque en ese caso el incidente habría salido a la luz pública. Una cabeza de caballo clavada en el extremo de una estaca colocada en la puerta de un alto cargo político provocaría sin duda gran inquietud, tanto entre los turistas como entre los residentes. En el peor de los casos podría significar un golpe mortal para la construcción del complejo hotelero. Los capitales extranjeros quizá se retrajeran y Gotland no podía permitirse eso. Knutas se había reunido tanto con el jefe de la policía provincial como con el gobernador civil y con el presidente de la comisión municipal de gobierno, y todos coincidían en que el incidente debía mantenerse en secreto.

Que los medios no se hubieran enterado del asunto era tan sorprendente como providencial. Quizá tuviera que ver con el hecho de que el delito hubiera ocurrido justo en la época veraniega. Muchos de los periodistas locales con amplias redes de contactos estaban de vacaciones y sus puestos los ocupaban sustitutos. Knutas estaba muy impresionado de que todos los implicados hubieran mantenido efectivamente su promesa de no decir nada.

En cambio, con el trabajo de la policía no se sentía tan satisfecho. En lo referido al trágico y brutal asesinato de Martina Flochten se movían todavía a ciegas. La policía había interrogado a los pocos conocidos que la joven tenía en la isla, entre ellos a Jacob Dahlén, el dueño del hotel. Por desgracia sus declaraciones no sirvieron para hacer avanzar la investigación y aseguró que ese verano ni siquiera había visto a Martina.

Tampoco los colegas de la Policía Nacional habían aportado nada particularmente interesante. Agneta Larsvik se había ido a pasar el fin de semana a Estocolmo y Kihlgård, aunque era un tipo competente, en esta ocasión su aportación al trabajo policial había sido, por decirlo suavemente, más limitada que de costumbre. Sin embargo, había conseguido una cosa, animar a Karin. Había estado mucho más contenta desde que él llegó a Gotland. A veces a Knutas le daba por pensar que entre ellos dos había algo, pero seguro que no era más que su sensiblería habitual cuando se trataba de Karin.

Johan y Pia habían preparado una serie de reportajes sobre el recalentamiento del mercado inmobiliario en Visby, que habían sido muy bien acogidos por la redacción de Noticias Regionales en Estocolmo. En pleno verano era difícil encontrar temas interesantes que no trataran del turismo, el ocio nocturno o la calidad de las playas.

En Estocolmo, Grenfors, el redactor jefe, estaba de vacaciones y lo sustituía una reportera que solía incorporarse como redactora cuando era necesario. Por lo general, dejaba a Johan trabajar en paz. Él sólo podría disfrutar de algunos días sueltos libres, puesto que tenía un trabajo temporal de verano en Gotland. Hasta septiembre no podía contar con coger días de vacaciones. Con cautela le había comentado a Emma que sería divertido que pudieran viajar juntos a algún sitio. Ella parecía indecisa. Elin quizá era demasiado pequeña para volar.

En ocasiones Johan estaba sinceramente cansado de Emma; de que no acabara de aceptar que él era su pareja y le permitiera trasladarse a vivir con ella. No es que pensara conformarse con vivir en la casa donde ella y Olle habían creado su vida en común, pero era lo que había para empezar. Por el bien de Sara y de Filip tendría que aceptarlo. Y estaba dispuesto. Pero empezaba a estar harto de la matraca de Emma sobre lo complicada que era su vida. Estaba hasta la coronilla. ¿Y él? Lo había sacrificado todo por ella. Había dejado su trabajo, su piso, sus amigos y toda su vida en Estocolmo para trasladarse a vivir a una isla donde casi no conocía a nadie. Nunca se quejaba. Era como si no hubiera espacio para él.

Al principio le pareció comprensible. Emma estaba en los últimos meses de embarazo y luego llegó el parto, con todo lo que eso implicaba. Pero en algún momento debería estar dispuesta a seguir adelante con su vida y permitirle que ocupara un lugar en ella. Habían discutido la tarde anterior cuando Johan sacó el tema y no habían hablado desde entonces. En ese momento lo que más le apetecía era salir y emborracharse como una cuba.