– ¿Y quién podría ser esa persona?
Kihlgård lanzó la pregunta pero no obtuvo respuesta.
Knutas rompió el silencio.
– Susanna Mellgren está citada para un interrogatorio, la veré a las diez. Espero que entonces podamos aclarar alguna cosa. Naturalmente se comprobará su coartada durante la tarde en que se cometió el crimen, y también en la fecha en que Martina Flochten fue asesinada.
– Esto hace que tengamos que ver también el incidente de la cabeza de caballo hallada en casa de Gunnar Ambjörnsson con nuevos ojos. Su vida podría estar en peligro también. ¿Deberíamos ponernos en contacto con él?
– En cualquier caso, deberá llevar protección tan pronto como esté de regreso en la isla -aseguró Knutas malhumorado-. Tendremos que ocuparnos de ir a buscarlo al aeropuerto.
Lo interrumpió la señal de llamada del móvil. Al terminar la conversación miró a sus colegas con gesto grave.
– Ha aparecido el teléfono móvil de Martina Flochten en el Hotel Warfsholm, bajo las tablas de madera de la terraza. Debió de perderlo la noche en que fue asesinada. Se han comprobado las llamadas. Lo último que aparece registrado es un mensaje enviado a su buzón de voz la noche del crimen a las diez y treinta y cinco. ¿Sabéis quién llamaba?
Todos esperaron ansiosos sin decir nada.
– Era Staffan Mellgren.
El asesinato de Staffan Mellgren abrió los informativos de televisión a lo largo de la mañana. La policía había enviado un comunicado de prensa a las doce de la noche en el que informaba del suceso y la redacción de noche del Canal Digital 24 Horas de la Televisión Sueca, rápida como un rayo, envió una unidad móvil de retransmisión para emitir directamente desde la isla en el ferry de las tres, y tres horas más tarde, poco después de las seis, la unidad móvil desembarcaba en el puerto de Visby. En ocasiones como ésta, era esencial cubrir la noticia las veinticuatro horas del día.
A Johan lo había despertado a media noche el redactor del Canal 24 Horas, y cuando Pia y él se reunieron en la redacción con el equipo enviado desde Estocolmo, ya había confirmado la noticia y había conseguido una cita para entrevistar a Knutas delante de la comisaría. En el camión venía, entre otros, el reportero Robert Wiklander, con quien Johan había trabajado anteriormente en Gotland. Robert trabajaba para los informativos Aktuellt y Rapport, y ahora ambos iban a colaborar. Lo acompañaba un cámara, a quien Johan sólo conocía de vista, y también un editor, que se instaló en la redacción para hacerse cargo del trabajo desde allí a lo largo de la mañana, que ya se temían iba a ser muy agitada.
Se repartieron el trabajo entre ellos. Pia se fue hasta la granja de los Mellgren para tomar algunas imágenes, mientras que Johan y Robert se turnaron para intervenir en las emisiones de los informativos en directo, que grababa el cámara llegado de Estocolmo. El que no estaba colaborando directamente en los informativos, trabajaba a toda pastilla para conseguir citas con personas a las que querían entrevistar. Consiguieron que tanto el jefe provincial de la policía como el rector de la universidad y el jefe de la Oficina de Turismo fueran hasta la comisaría para ser entrevistados. En Gotland el mundo de la arqueología había sufrido una conmoción colectiva. Las excavaciones en Fröjel quedaron interrumpidas y nadie creía que volvieran a reanudarse a lo largo de aquel verano. A los participantes en el curso se les prohibió abandonar la isla de momento. Se paralizaron incluso las excavaciones de Eksta, donde se trabajaba para sacar a la luz una zona de enterramientos de la Edad de Bronce. Todos cuantos tuvieran la más mínima relación con la arqueología en Gotland se vieron afectados por lo que de momento se había convertido en un doble asesinato.
El jefe de turismo estaba preocupado, porque un asesinato más asustaría a los turistas y los medios de comunicación especulaban con la posibilidad de que anduviera suelto por la isla un asesino en serie. Una persona que seguiría matando hasta que lo detuvieran. Anders Knutas había pedido refuerzos a la Policía Nacional de Estocolmo y ahora trabajaban una treintena de personas en la investigación.
A las nueve y media de la mañana, cuando terminaron las emisiones de los informativos matutinos, llamaron los redactores desde Estocolmo y elogiaron el buen trabajo periodístico que habían realizado. Al instante llegaron nuevas exigencias. Querían reportajes para la hora del almuerzo, para todas las emisiones de la tarde y una crónica algo más extensa para las emisiones de la noche, tanto para Aktuellt como para Rapport, y a ser posible que fueran variados.
Naturalmente, Max Grenfors, que ya había vuelto de vacaciones, quería dar prioridad a la emisión de Noticias Regionales. Aquello era siempre un dilema. Cada redactor ponía su programa en primer lugar y con tantos informativos y tantos redactores se pasaban el día colgados del teléfono. Como reportero era fácil sentirse dividido. Acordaron que Robert y el cámara de Estocolmo se harían cargo de los informativos de ámbito nacional, y que Johan y Pia se concentrarían en los informativos de Noticias Regionales. Después de esto, el material que recogieran y las entrevistas que hicieran a lo largo del día siempre podían intercambiarlas entre ellos. El editor llegado de Estocolmo se encargaría de montar el material que entraba continuamente en la redacción.
Por la tarde Johan recibió una llamada inesperada. Era de su amigo Niklas Appelqvist, que estudiaba arqueología en la universidad.
– ¿Sabes que corren rumores de que Martina Flochten era la amante de Staffan Mellgren?
– ¿Es verdad?
– Se rumorea en tantos sitios que debe haber algo de cierto.
– ¿Conoces a alguien que pueda corroborarlo?
– Quizá, tendré que comprobarlo. Mellgren era, por lo visto, un auténtico casanova. Ha tenido aventuras con varias alumnas de la universidad, por lo que he oído.
– ¿No me digas? Pero yo no puedo especular con eso en un informativo. Necesito que me lo confirmen dos fuentes independientes. De lo contrario, no puede ser.
– Voy a tratar de conseguir esas fuentes, luego te llamo.
Susanna Mellgren parecía agotada cuando entró en el despacho de Knutas por la mañana. Se sentó con las manos cruzadas recatadamente sobre las rodillas y la mirada baja, como si estuviera a punto de ponerse a rezar.
– La acompaño en el sentimiento -comenzó Knutas.
Ella agachó levemente la cabeza.
– ¿Cuándo fue la última vez que vio a su marido?
– El domingo por la noche, cuando decidí irme a casa de mis padres.
– ¿Por qué?
– Me pareció que era espantoso lo de la cabeza del caballo. No quería exponerme a mí misma ni a los niños a ningún peligro.
– ¿Por qué creyó que sería peligroso quedarse en la casa?
– Parecía como si alguien estuviera amenazándonos. Lo había leído y también había visto el reportaje en televisión, me refiero a lo del caballo decapitado y todo eso…
– ¿Por qué iba a querer alguien amenazarlos?
– Ni idea -respondió meneando la cabeza.
– ¿Y a su marido?
– No sé tampoco por qué querría alguien hacerle daño -respondió sosteniendo la mirada de Knutas-. Que yo sepa no tenía enemigos.
– ¿Cómo se encontraba él aquella noche? ¿Qué ocurrió entre ustedes?
– Como ya he dicho antes, parecía frío e indiferente. Dijo que lo del caballo no era nada por lo que debiéramos preocuparnos.
– ¿Le preguntó por qué no se sentía preocupado?
– Lo intenté, pero sólo se enfureció. Repitió que no era nada que tuviéramos que tomarnos en serio y que haríamos como si nada y seguiríamos como siempre. Estoy convencida de que no me contó la verdad. Al final me enfadé yo, porque tenía miedo más que nada por los niños, pero no quiso saber nada y me aseguró que eso sólo tenía que ver con él. Es decir, que se descubrió a sí mismo, seguro que sabía de qué iba todo.