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– ¿Quiere usted decir que sabía quién lo amenazaba?

– Yo creo que sabía quién había colocado la cabeza de caballo y al parecer lo consideraba una amenaza. En cualquier caso, la discusión terminó con que yo recogí nuestras cosas, cogí a los niños y nos fuimos a casa de mis padres. Y ya ve lo que ha pasado: ahora está muerto. Y lo último que hicimos fue discutir. Si no me hubiese ido quizá aún estaría vivo.

Susanna rompió a llorar. Knutas se levantó y le dio una palmadita en el hombro con torpeza. Fue a buscar servilletas y un vaso de agua y aguardó un momento para que Susanna Mellgren pudiera tranquilizarse.

– ¿A qué hora se fueron usted y sus hijos a casa de sus padres el domingo? -continuó con tiento.

– Fue después de que ustedes estuvieran en nuestra casa. Staffan llegó a casa a las siete y nosotros todavía estábamos allí. Nos fuimos a las ocho o una cosa así -contestó y se sonó ruidosamente.

– ¿Qué hicieron cuando llegaron allí?

– Nos instalamos en la casita de invitados que tienen en el jardín. Después vimos un poco la tele y nos acostamos.

– ¿Y al día siguiente?

– Fuimos a la playa y pasamos allí todo el día los niños, mi madre y yo. Hizo un día estupendo.

– ¿Y por la tarde?

– Hicimos una barbacoa, nos sentamos fuera y bebimos un poco de vino. Mis padres y los niños vieron una película después de la cena, no quisieron acompañarme al pub. Actuaba Smaklösa, uno de mis grupos favoritos. Pensé que me vendría bien un poco de distracción después de todo lo que había pasado.

– ¿Así que fue sola?

– Sí.

– ¿Puede alguien confirmar que estuvo allí?

– No lo sé. El camarero, quizá, nos conocemos de vista.

– ¿Sabe cómo se llama?

Susanna Mellgren tuvo que pensar unos segundos.

– Stefan.

– ¿Y de apellido?

La mujer meneó la cabeza.

– ¿Cuánto tiempo estuvo allí?

– Escuché la actuación del grupo, que duraría unas dos horas, había muy buen ambiente y la gente empezó a pedir canciones. Luego estuve sentada un rato en la terraza tomando una copa de vino, era una tarde muy calurosa y sentí la necesidad de estar sola. Seguro que pasé allí tres horas.

– ¿A qué hora volvió a casa?

– No sé, ¿qué hora sería? Las diez, quizá, las once.

– ¿Volvió sola?

– Sí.

– Esta pregunta tal vez le parezca rara, pero ¿qué número de calzado usa?

Susanna miró sorprendida a Knutas.

– El número treinta y nueve.

Miércoles 28 de Julio

Cuando Knutas se despertó a la mañana siguiente estaba tan ansioso por saber lo que la prensa había conseguido averiguar acerca de la muerte de Mellgren que no pudo dominarse hasta que llegó al trabajo. Rezaba en voz baja para que los medios no se hubieran enterado tampoco en esta ocasión de la existencia de elementos rituales. El teléfono móvil había empezado a sonar la tarde anterior tras la información aparecida en Noticias Regionales, donde Johan Berg informó de que varias fuentes independientes confirmaban la existencia de una relación amorosa entre las dos víctimas. Por puro instinto de supervivencia Knutas apagó el móvil después de la tercera llamada. El portavoz de prensa, Lars Norrby, era el único que tenía la obligación de estar disponible para los medios de comunicación. Knutas había mantenido la tarde anterior una larga conversación con él en la que se pusieron de acuerdo acerca de lo que era oportuno desvelar. La policía, entre otras cosas, no diría nada sobre la posible relación amorosa entre Martina Flochten y Staffan Mellgren. A las seis de la mañana escuchó las noticias financieras de Ekonyheterna, afortunadamente no mencionaron nada de asesinatos rituales ni de la relación entre Mellgren y Martina. Luego se sentó frente al ordenador y ojeó las ediciones nocturnas de los periódicos. Cuando aparecieron en la pantalla las portadas de los diarios de la tarde, suspiró.

Los dos rotativos abrían sus ediciones con dos grandes fotografías, una de Martina Flochten y otra de Staffan Mellgren. En uno de ellos habían pintado un corazón rojo alrededor de las fotografías.

«No puede ser verdad», pensó Knutas y continuó leyendo. Le inquietaron los titulares destacados en negro: «Asesinados por su amor», «La policía sospecha que se trata de un drama pasional», y después los artículos estaban llenos de innumerables especulaciones. Casi todo se basaba en el reportaje ofrecido en Noticias Regionales la tarde anterior. Aquello era una catástrofe para la investigación y se preguntaba para sus adentros quién habría puesto a Johan Berg tras aquella pista. Sin preocuparse de que no eran más que las seis y media de la mañana, marcó el número del reportero.

– ¿Se puede saber lo que estás haciendo? -le preguntó secamente cuando oyó la voz medio dormida de Johan al otro lado.

– ¿Quién eres? -preguntó Johan con insolencia.

– Soy el comisario de la Brigada de Homicidios, Anders Knutas, por si no lo sabes. ¿Se puede saber qué pretendes al desvelar datos tan confidenciales como hiciste en tu reportaje de anoche sin hablar antes conmigo? ¿Es que no te das cuenta de que estás saboteando toda la investigación?

– Es que yo no soy responsable de tu investigación. A mí me confirmaron esa información y es tan interesante que, por supuesto, tenemos que publicarla. Se han producido dos asesinatos en el transcurso de unas semanas y resulta que las víctimas mantenían una relación amorosa en secreto. La gente está muerta de miedo porque el asesino anda suelto, está clarísimo que el asunto despierta un interés tan grande entre los ciudadanos que debemos contarlo.

Johan hablaba con irritación contenida.

– ¿Pero no comprendes que eso afecta a nuestro trabajo? ¿Cómo vamos a poder detener al asesino si la información reservada aparece al momento en los medios de comunicación? Esto no es un juego, ¡estamos hablando de un doble asesinato, en el peor de los casos de un asesino en serie, que anda suelto!

Knutas subía la voz cada vez más.

– Oye, yo sólo hago mi trabajo -lo interrumpió Johan con calma-. No puedo ocultar información importante por consideración a vuestro trabajo de investigación. Tú ocúpate de tus asuntos que ya me ocupo yo de los míos. Lo siento, pero no tengo tiempo para seguir hablando contigo.

Para gran disgusto de Knutas, Johan colgó el teléfono.

Le temblaba el cuerpo después de la conversación. Line bajó del piso de arriba.

– ¿Estás hablando por teléfono tan temprano? -le preguntó al tiempo que le alborotaba el pelo.

– ¡Ese maldito periodista! -exclamó Knutas colgando con violencia el auricular, y fue a buscar la chaqueta, aunque fuera hacía demasiado calor para llevarla.

Line salió a la entrada cuando él estaba a punto de marcharse.

– ¿No vas a tomar el desayuno?

– En sueco se dice desayunar -le contestó irritado-. Lo tomaré en el trabajo. Adiós.

Se marchó sin darle un abrazo.

Era un magnífico día de verano, pero lo único que notó fue cómo el sol le quemaba la espalda. Fue consciente de que iba a estar sudoroso antes de llegar al trabajo y aflojó el paso. Ahora se avergonzaba de su conversación con Johan. Le resultaba embarazoso no haber sido capaz de reaccionar de una forma más sensata. No se reconocía a sí mismo. Quizá fuera la frustración de no avanzar nada lo que le sacaba de quicio. Pero lo cierto era que había cambiado durante el último medio año. El caso del pasado invierno le había pasado factura y le costaba superar lo que le sucedió entonces. Incluso su matrimonio se vio afectado negativamente, aunque Line y él en realidad estaban bien. Knutas la quería y ella no le había dado ningún motivo para que dudara de sus sentimientos hacia él. El comisario estaba descontento consigo mismo. Tenía la sensación de haber dado un paso atrás en su recuperación y eso le preocupaba. Había interrumpido sus visitas a la psicóloga durante el verano, pero pensaba llamarla de todos modos. Si no estaba fuera de vacaciones quizá pudiera darle una cita.