– Hola, soy Jonnsson, te llamo desde el aeropuerto.
– ¿Sí?
– Oye, que estamos aquí, Ek y yo, para recibir a Gunnar Ambjörnsson. Su novia también está aquí.
– ¿Y?
Knutas mismo se dio cuenta de lo impaciente que sonaba.
– Que no está aquí.
– ¿Qué?
– Que no ha llegado desde Estocolmo en el avión en el que debía llegar.
– ¿Estáis seguros de que no os habéis equivocado?
– Hemos estado aquí los tres, es imposible que haya pasado delante de nosotros sin que lo hayamos visto.
– ¿Sabéis si ha llegado en el avión procedente de Marruecos?
– No lo sabemos, no lo hemos comprobado.
– Pues hacedlo ahora mismo y llamadme inmediatamente cuando sepáis algo.
Knutas se levantó, fue al cuarto de baño y se refrescó la cara con agua fría. ¿Dónde demonios se había metido Ambjörnsson? ¿Habría decidido quedarse en Marruecos?
Cuando volvió a salir, sonó el teléfono. Jonnsson había sido increíblemente rápido.
– Venía a bordo del avión procedente de Marruecos, facturó, pasó el control de pasaportes y mostró su tarjeta de embarque, así que podemos estar absolutamente seguros de que iba en ese avión. Debe de haber desaparecido en el aeropuerto de Arlanda entre la terminal de salidas internacionales y la de salidas nacionales. Al parecer no llegó a facturar en el vuelo para Visby.
– ¿Estás seguro?
– Desde luego, he hablado con el personal del aeropuerto.
– ¿Cómo ha podido desaparecer entre las terminales?
– Cambiaría de planes, son cosas que pueden pasar.
Knutas se retrepó en la silla y empezó a pensar. ¿Habría decidido Gunnar Ambjörnsson de pronto quedarse en Estocolmo?
Desde luego, podía haberlo hecho. Quizá había conocido a alguien en el viaje y por eso había decidido quedarse en la capital. Aunque, teniendo en cuenta todo lo que había sucedido, era inquietante que aquel hombre hubiese desaparecido.
Knutas marcó el número de teléfono de la policía de Estocolmo.
Lunes 2 de Agosto
El fin de semana había superado todas sus expectativas y hacía mucho tiempo que Johan no se sentía tan bien como el lunes por la mañana cuando se dirigía al trabajo. Emma y él no habían hecho nada especial, habían dado largos paseos, preparado comidas ricas y se habían relajado frente al televisor. Como una familia normal. De lo que más había disfrutado era de haber podido pasar las veinticuatro horas del día con Elin. Despertarse con ella por la mañana, darle de comer, ponerle y quitarle la ropa, cambiarle el pañal. Se dio cuenta de lo mucho que había echado de menos poder cuidar de su hija y aunque había disfrutado del fin de semana, éste también iba a significar nuevas exigencias por su parte. No iba a aceptar por más tiempo quedar excluido. Si Emma no quería que él se trasladara a vivir con ella tendría que aceptar que se llevara a Elin de vez en cuando.
Una de las razones que contribuyeron a su bienestar después del fin de semana era lo bien que había salido todo con Sara la primera noche. Se reavivaron sus esperanzas de llegar a ser un buen padrastro. Ya estaba pensando en volver a ver a Sara y a Filip.
Como de costumbre, comenzó el día hablando con Grenfors, en Estocolmo, y por una vez el redactor le dijo que si no ocurría nada especial se lo podía tomar con calma.
Johan empezó por limpiar su escritorio, que estaba completamente abarrotado.
Pia aprovechó para irse a lavar el coche y ponerlo en condiciones. Él revisó los montones, tiró la mayoría y guardó lo que era importante en una carpeta. Se veía revolotear el polvo, hacía falta una limpieza a fondo.
Atrajo su mirada un recorte del periódico Gotlands Allehanda que trataba del descarado robo en la Sala de Arte Antiguo dos semanas antes. Los dos asesinatos habían hecho que un gran suceso como aquel robo pasara casi desapercibido.
Johan llamó a la policía, pidió hablar con el responsable de la investigación, le pasaron con un tal Erik Larsson y le planteó el asunto.
– Estamos investigando el robo, pero mentiría si dijera que hemos avanzado en la resolución del caso -dijo un preocupado policía.
– ¿Hay algún sospechoso?
– La verdad es que no.
– ¿Alguna pista?
– Nada que nos haya permitido detener al culpable.
– Este tipo de robos, ¿se han producido anteriormente?
– No, en la Sala de Arte Antiguo, no.
– ¿Qué puede hacer el ladrón con el brazalete de oro que ha robado? Será difícil vender ese tipo de cosas.
– O se queda con ello, cosa poco probable, o lo vende a otras personas. Creemos que se trata de un robo por encargo, es decir, que ya tenía un comprador. Puede tratarse de un coleccionista, quizá extranjero. Sabemos que se venden hallazgos arqueológicos de Gotland en el mercado internacional.
– ¿Cuánto puede valer un brazalete como ése?
– Imposible de decir. Un coleccionista seguramente pagaría casi cualquier suma. En el caso de las monedas se calcula que una moneda poco común y bien conservada de la época vikinga puede valer unas diez mil coronas. Imagínate lo que se puede sacar por un hallazgo de cientos de monedas. Sabemos que quedan tesoros de plata sin desenterrar. En Gotland aún se sigue encontrando, por término medio, un tesoro de plata al año.
– ¿Y por qué se investigan tan poco estos robos? -preguntó Johan asombrado-. ¡Es una locura que desaparezcan de aquí un montón de cosas y que nadie reaccione!
– Claro que perseguimos a quienes roban tesoros arqueológicos, pero es complicado. Y, si te he de ser sincero, creo que hay una cosa que contribuye a la pasividad de la policía, y es que, cuando alguno de estos casos excepcionalmente acaba en los tribunales, los saqueadores son condenados a penas irrisorias. Se les juzga por delitos contra el patrimonio cultural y las penas son tan bajas que a la policía le parece que no vale la pena derrochar un montón de energía para detener a unos delincuentes que, de todos modos, van a volver a estar en la calle al cabo de unos pocos meses.
– ¿Tú eres de la misma opinión?
– Yo no he dicho eso, pero es difícil detener a estos ladrones si no los coges in fraganti.
Johan le dio las gracias y terminó la conversación. El policía le prometió concederle una entrevista en los próximos días. Johan quería informarse más acerca de los robos antes de hacer la entrevista. Llamó a la centralita de la policía y pidió una copia de todas las denuncias presentadas durante el último año que estuvieran relacionadas con el robo de tesoros o restos arqueológicos. La encargada del registro prometió enviarle las denuncias por fax lo antes posible. Creía que no se trataba de más de diez, a lo sumo.
Mientras esperaba puso la cafetera. Pensó en la desidia con que se tomaba la policía estos robos. A él le parecía horrible que los tesoros del patrimonio histórico y cultural se vendieran en un mercado lucrativo y desaparecieran, no sólo fuera de Gotland sino de Suecia.
Cuando el fax empezó a chirriar corrió hasta allí. Sólo había siete denuncias. Incluían el último robo en la sala de Arte Antiguo y el resto eran robos semejantes cometidos en el almacén del museo y en las excavaciones.
Una denuncia atrajo su atención. Había desaparecido una torques de las excavaciones de Fröjel. La denuncia estaba fechada el jueves veintinueve de junio. Se trataba de un collar de ámbar engastado en plata que la denunciante había encontrado en la tierra el día anterior. Esta había metido la joya en una bolsa que se depositó en una caja, en uno de los carros que había a unos metros de la zona de excavación propiamente dicha, donde los arqueólogos guardaban lo que encontraban, un ordenador y material diverso e instrumentos. Cuando la denunciante, al día siguiente, quiso volver a mirar su hallazgo, éste había desaparecido. Nadie pudo explicar cómo era posible. El carro había estado cerrado por la noche y no se apreciaba desperfectos en la cerradura.