Выбрать главу

La denunciante se llamaba Katja Rönngren. A Johan pareció que le sonaba el nombre y buscó entre sus papeles. Encontró la lista de las personas que habían participado en mismo curso de excavación que Martina y, efectivamente, allí estaba su nombre.

Katja Rönngren era una de las alumnas que había abandonado el curso tras la muerte de Martina.

Vivía en Gotemburgo, y a través del servicio de información telefónica consiguió su número de teléfono; la llamó inmediatamente, se presentó y le explicó el motivo de su llamada.

– Yo soy la madre de Katja, ella no está aquí.

– Es bastante urgente, ¿dónde puedo localizarla?

– Katja está en Gotland.

– Pero ¿no abandonó el curso hace varias semanas?

– Sólo estuvo en casa un par de días. Después volvió para tratar de terminarlo a pesar de todo.

– ¿Ha estado en contacto con ella desde entonces?

– Varias veces. Me dijo que ya no podía quedarse en el albergue porque estaba lleno, así que vive en Visby, en casa de unos amigos. Puede llamarla al móvil, ¿quiere que le dé el número?

Habían comprobado las listas de pasajeros de la compañía naviera Destination Gotland sin ningún resultado. Por lo visto Ambjörnsson no había cambiado de idea y había decidido regresar en barco en vez de hacerlo en un vuelo nacional.

Se habían realizado un gran número de interrogatorios, pero no conducían a ningún sitio. Los compañeros de la Policía Nacional eran expertos de reconocido prestigio, pero tampoco conseguían averiguar nada. Agneta Larsvik se había visto obligada otra vez a hacerse cargo de otro caso en Estocolmo.

Tras la reunión de las ocho, Knutas decidió abandonar la comisaría y lanzarse en solitario tras las huellas del asesino. Comunicó a la centralita que estaría fuera unas horas, se montó en su viejo Mercedes y salió resoplando. El tiempo se había vuelto más inestable. Había llovido por la noche y las capas de nubes se tornaban oscuras y amenazantes en el cielo mientras conducía hacía el sur por la carretera de la costa. Un poco antes de llegar a Klintehamn giró hacia Warfsholm y aparcó junto al hotel. Aquello estaba bastante vacío, sin duda los turistas se habrían acercado a Visby ahora que el tiempo era malo.

Se dirigió a la terraza del hotel y se sentó a la misma mesa a la que se habían sentado Martina y sus amigos un mes antes. Soplaba un aire frío y empezaba a chispear. El agua era gris y desde el puerto llegaba el rugido de las máquinas. Muy lejos del paraíso turístico que le pareció la última vez que estuvo aquí con Karin. Se levantó y observó el camino que conducía al albergue. Probablemente allí se encontró Martina con su asesino. ¿Por qué precisamente allí?

Paseó por el sendero en la misma dirección en la que habría ido Martina, y se paró en mitad del camino, donde los sauces de ambos lados formaban un túnel que protegía del viento y la lluvia. Aquí, en algún sitio, había sido agredida. Luego el asesino debió cruzar el aparcamiento arrastrándola hasta el césped salpicado de enebros y hasta el agua donde apareció el anillo. Knutas siguió el mismo camino que creía había tomado el asesino. La orilla de la playa no se veía desde este lado. Aquí pudo actuar con total tranquilidad. Después de ahogarla tuvo necesariamente que esconder el cuerpo en el coche y marcharse de allí. Knutas se detuvo y observó la zona un momento. ¿Habrían quedado en verse? ¿Guardaba Martina algún secreto que no estuviera relacionado con sus aventuras amorosas? ¿Habría conocido, durante sus anteriores visitas a Suecia, a alguien del que nadie sabía nada?

La Brigada de Homicidios había investigado todas las posibilidades relacionadas con la universidad y con el curso de excavación. Tenía que existir algo más, algo oculto.

La siguiente parada fue en Vivesholm y allí paseó a través del bosque hasta llegar a la torre desde donde observaban a los pájaros. Se detuvo en el lugar donde Martina apareció colgada. Jamás iba a olvidar la escena que vio aquella mañana.

Caminó hasta el extremo del cabo. El paisaje era agreste y árido y le recordaba a los páramos de Irlanda del Norte donde él y su familia habían ido de vacaciones con el coche unos años antes. El viento le obligó a entornar los ojos y la llovizna le mojó la cara cuando levantó el rostro hacia el cielo. El tiempo frío y gris hacía que pareciera otoño. Contempló las casetas de los pescadores en Kovik. La pequeña capilla solitaria que había allí apenas se distinguía con la bruma. El entierro de uno de sus mejores amigos se había oficiado en aquella capilla hacía solo medio año. Era un edificio pequeño de piedra caliza, aislado y con pequeños tragaluces orientados hacia el mar. Allí habían sido enterrados muchos marineros a lo largo de los años.

Algo cobró vida en lo más profundo de su subconsciente mientras estaba allí, en medio de la lluvia y el viento. Reflexionó acerca de lo que había dicho Agneta Larsvik sobre el modus operandi del asesino. De pronto supo exactamente lo que tenía que hacer.

Ratja Rönngren no respondía. Johan le dejó un mensaje pidiéndole que lo llamara lo antes posible.

El periodista se retrepó en la silla y se cruzó las manos detrás de la cabeza. ¿Qué significaba aquello de que Katja había denunciado un robo, que había abandonado el curso y que luego había vuelto? Tal vez no quisiera decir nada. Pero el asunto de los robos lo inquietaba.

Se sentó frente al ordenador y entró en Internet. Buscó al azar varias palabras relacionadas con los tesoros arqueológicos de Gotland. Obtuvo un montón de entradas, aunque la mayor parte las pudo descartar porque no parecían interesantes. De pronto se sobresaltó. Una página web americana se anunciaba como un sitio donde se vendían objetos antiguos procedentes de Gotland. Se ofrecían abiertamente a la venta piezas como utensilios, herramientas, monedas y joyas. Aparecía una dirección de contacto. A Johan se le ocurrió una idea, tecleó un nombre falso y escribió que estaba interesado en la compra de objetos, pidió que le contestaran con rapidez.

Sonó el teléfono. Era Katja Rönngren. Le confirmó que había presentado una denuncia en la policía, pero que luego no había pasado nada más y que no tenía ni idea de quién podía andar detrás de los robos, ni la más mínima sospecha. Sin embargo, le contó que Martina también había descubierto que faltaban algunos objetos que ella había descubierto y que había hablado de poner una denuncia. Katja no sabía si había llegado a hacerla. A ella le había parecido que Martina sospechaba de alguien pero no había querido decirle de quién.

Johan se quedó pensativo después de aquella conversación. Así pues, Martina había estado a punto de presentar una denuncia ante la policía, pero no había llegado a hacerlo. Quizá lo habría hecho si no hubiera muerto asesinada. ¿Podían ser los robos el móvil, alguien que quería seguir robando a costa de lo que fuera, y que había visto peligrar su negocio porque las jóvenes le seguían la pista? En ese caso Katja también estaría amenazada, y supuestamente debería haber sido asesinada antes, dado que ella llegó incluso a poner la denuncia. ¿Y cómo encajaba Staffan Mellgren en todo eso? ¿Estaba involucrado en los saqueos? Johan sospechaba que la respuesta acerca de quién era el asesino podría encontrarse investigando más cómo estaba montado el negocio de los robos. Todo aquello tenía que guardar alguna relación: el golpe en la Sala de Arte Antiguo, los robos en el almacén y los que tenían lugar en las excavaciones, y ahora había descubierto que los objetos se vendían incluso en la red. Para la policía aquello debía de tratarse, sin duda, de una actividad delictiva. ¿Cómo habrían conseguido los norteamericanos hacerse con restos arqueológicos que no fueran robados?