Karin entró en el despacho de Knutas y éste le preguntó si sabía si el veinte de marzo era alguna fecha especial. Ella hojeó en su agenda.
– En realidad nada especial, aparte de que es el equinoccio de primavera.
Knutas se retrepó en su silla.
– ¿Puede tener algún significado? ¿Algún tipo de rito que se celebre el día del equinoccio? ¿Quiénes conmemoran ese día?
– No tengo ni la menor idea, pero no será tan difícil averiguarlo. ¿No puedes preguntarle a ese experto en religiones si ese día tiene algún significado especial para los que practican la religión vikinga?
Cinco minutos después ya tenía la respuesta de Malte Moberg desde Estocolmo. El equinoccio de primavera era ciertamente uno de los días más importantes del año para los adoradores de los dioses Ases.
– Todas las piezas del rompecabezas encajan en su sitio -dijo Knutas-. Esto es obra de fanáticos religiosos que han ido demasiado lejos. Lo que no puedo precisar es qué motivos podían tener para matar a estas personas.
– Ese estonio puede que viera precisamente a la secta a la que pertenece el asesino y que ha conseguido permanecer tan en secreto que nadie conoce ni siquiera su existencia. De alguna manera sonaba a ocultismo con fuego y gente bailando. La conexión entre Martina Flochten y Gunnar Ambjörnsson ya la tenemos con lo de la construcción del complejo hotelero de Högklint. Y el hecho de que él apareciera muerto allí confirma que esa relación puede significar algo.
– Nos queda Staffan Mellgren. Aparte de que mantuviera una aventura con Martina, tiene que haber algo más.
– ¿Puede haber sido miembro de esa secta?
– Me atrevería a decir que es probable y que ahí es donde vamos a encontrar al asesino.
Sábado 7 de Agosto
Cuando Johan se despertó, al principio no sabía dónde se encontraba. Entonces sintió un cuerpecillo al lado del suyo y comprendió que estaba en casa de Emma y de Elin. Su pequeña dormía pegada a él respirando acompasadamente. Emma también dormía. Las dos yacían de costado con la cara vuelta hacia él y le sorprendió lo mucho que se parecían. El seguimiento informativo a lo largo de los últimos días en relación con el asesinato de Gunnar Ambjörnsson había sido intenso y lo había dejado agotado. Le fastidiaba no haber conseguido antes información sobre las cabezas de caballo cortadas, pero los demás periodistas estaban en la misma situación. Ahí la policía se había mostrado muy hábil. Lo habían hecho bien, la verdad.
Por suerte habían llegado a Gotland varios reporteros de la Televisión Sueca para ayudar en el seguimiento de la noticia. Johan había pedido poder dedicar el fin de semana a su reportaje relacionado con los robos de los tesoros arqueológicos, aunque lo consideraban un tema aparte. Grenfors se había mostrado razonable. Tal vez tuviera algo que ver con los asesinatos.
La cita con el perista se había fijado el día antes de que Ambjörnsson apareciera muerto y Johan no quería perder la oportunidad de encontrarse cara a cara con él.
Puso la cafetera, se duchó y salió a buscar el periódico antes de despertar a Emma con un beso.
– Buenos días. Yo puedo cambiar a Elin. -Se ofreció voluntariamente.
– Gracias -susurró ella, se dio la vuelta y se hundió aún más profundamente bajo el edredón.
De camino al cuarto de baño besó a su hija en las mejillas todavía calientes tras el sueño y le sopló en la nuca. A Johan le parecía muy agradable el momento del cambio de pañales. Entonces hablaba y le hacía carantoñas a Elin mientras dejaba que se le airease un poco el culito.
Cuando terminó de cambiarle el pañal, la levantó y colocó su cuerpecillo bien pegado a él mientras le canturreaba bajito al oído.
Antes de tener a su hija jamás habría podido imaginarse lo divertido que era. La mayoría de las veces de lo que hablaban los padres con hijos pequeños era de lo complicado y estresante que era; noches en vela, cambios de pañales, gritos y cólicos. Claro que comprendía que era diferente cuando uno se hacía cargo de un bebé todo el tiempo, pero Emma decía lo mismo, que Elin era una niña increíblemente buena.
Tomaron el desayuno y leyeron el periódico tranquilamente. No se sabía nada nuevo del asesinato de Ambjörnsson. Según el portavoz de la policía, trabajaban en un frente amplio y estaban realizando indagaciones tanto internas como externas, pero de momento no tenían ningún sospechoso de los crímenes. No obstante, la policía reconocía que partían de la hipótesis de que era el mismo asesino el que estaba detrás de las tres muertes. No quiso confirmar aún si las cabezas de caballo habían aparecido en las casas de las víctimas poco antes de su muerte, ya que la investigación se encontraba en una fase muy delicada.
«En una fase delicada -pensó Johan-. Me pregunto qué significará eso exactamente.»
Después de desayunar acostó a Elin, que se había quedado dormida después de mamar por segunda vez. La niña tenía una cuna al lado de la cama y solía quedarse dormida sin problemas. Johan atrapó a Emma, que sólo llevaba puesta la bata, y la atrajo hacia sí. Miró dentro de sus cálidos ojos, había en ellos algo vulnerable que lo atrajo ardientemente. Así era desde la primera vez que la vio.
Ahora la abrazaba con fuerza y ella se apretaba contra su cuerpo. Sin necesidad de que ella hiciera nada más, supo lo que quería. Su respuesta fue apasionada cuando él la besó. A Johan le daba vueltas la cabeza y se sintió de inmediato enormemente excitado. Cayeron en la cama y se besaron con más pasión que nunca, quizá tuviera que ver con lo mucho que la había echado de menos.
Emma lo buscaba y se agarró a él, apretándose como si estuviera salvándole la vida. Aquella intensidad lo sorprendió y perdió la noción del espacio. Se oyó inmediatamente a sí mismo gimoteando en voz alta y le quitó la bata. Su suave cuerpo, todavía caliente tras el sueño, estaba más redondeado que de costumbre y tenía los pechos llenos de leche. Johan se enterró dentro de ella, hundió los dedos en su carne y le acarició los pechos con los labios. La buscó y entró en ella como si fuera la primera vez y casi perdió el conocimiento cuando los dos alcanzaron el clímax a la vez.
Se había imaginado que ella lo sentiría de una manera distinta, pero en realidad su cuerpo no era tan diferente. Se trataba de otra cosa.
Knutas nunca había visto tantas carreras en los pasillos un sábado. La investigación se había ampliado y todo el mundo estaba trabajando.
Aquel verano era el más deplorable que había pasado en muchos años. No había tenido apenas tiempo de disfrutarlo, sólo se había bañado un par de veces en el mar y se podían contar con los dedos de una mano las veces que la familia había hecho una barbacoa en el jardín, a pesar de que el verano había sido el más hermoso en muchos años.
De todos modos ahora parecía que la investigación empezaba por fin a moverse e indudablemente flotaba en el aire una energía nueva.
Cuando Knutas regresó a su despacho, después del almuerzo, alguien le había dejado encima del escritorio, como él había pedido, las listas de pasajeros de la compañía naviera Destination Gotland. Los agentes ya habían comprobado el viernes esas listas, sin que apareciera en ellas Ambjörnsson ni nadie relacionado con él, pero, para mayor seguridad, Knutas quería revisarlas personalmente. Allí estaban los nombres de los pasajeros de todas las líneas, desde el domingo uno de agosto, fecha en la que se esperaba el regreso de Ambjörnsson de su viaje al extranjero.