El estafador sacó una caja de herramientas metida entre los asientos. Abrió la caja y extrajo un paño de fieltro enrollado del cual sacó una serie de objetos: un cincel, algunas hojas de hacha, varias monedas de plata, puntas de lanza y una fíbula.
Johan trató de poner cara de entendido y levantó despacio todas y cada una de las piezas.
Niklas le había dado algunos consejos sobre el tipo de comentarios apropiados. El perista lo observaba atentamente.
– Esto es, como ya le dije por teléfono, una muestra. Tengo mucho más, pero no sé lo interesado que estará.
– Ahora que he visto lo que tiene y que se trata de cosas auténticas, puede que le haga un pedido importante -dijo Johan.
– ¿De cuánto estamos hablando?
– Eso no quiero concretarlo ahora. Cada cosa a su tiempo. ¿Cuánto pide por esto?
– ¿Todo?
– Sí.
– Cien mil.
– Eso es demasiado. Le doy cincuenta.
Niklas le había advertido de que el tipo con toda seguridad le pediría un precio exorbitante, aunque sólo fuera para ponerlo a prueba.
– Noventa.
– Puedo estirarme como mucho hasta setenta y cinco mil, sólo para demostrar mis buenas intenciones esta primera vez. En adelante le agradeceré que me ofrezca precios aceptables desde el principio.
– ¿Cuándo me puede dar el dinero?
– El lunes.
– ¿Al contado?
– En eso quedamos, ¿no?
Aron Bjarke no contestaba al teléfono fijo ni al móvil.
Knutas conectó el ordenador y buscó sus datos personales. Nació en el hospital de Visby en 1961, había hecho el bachillerato en el Instituto Säveskolan de Visby y después había estudiado arqueología en la Universidad de Estocolmo. Vivió durante mucho tiempo en Hägersten, una de las barriadas al sur de Estocolmo. Knutas pudo confirmar que Aron no había estado nunca casado ni había vivido con nadie, y que no tenía hijos. Había vuelto a Gotland hacía algunos años y residía desde entonces en Skogränd.
Aron Bjarke tenía un hermano, un hermano mayor que él que se llamaba Eskil Rondahl. Sus padres habían fallecido en un incendio hacía sólo un año. Knutas recordaba bien aquel incendio en Hall. Pudieron apagarlo pronto, pero murieron dos personas. Así pues, se trataba de los padres de Aron. Arrugó la frente sorprendido ante semejante coincidencia. La policía había realizado una minuciosa inspección técnica, pero la causa del incendio nunca logró esclarecerse.
De la información se desprendía que el hermano seguía viviendo en la granja de los padres, en Hall.
Quizá podría encontrar allí a Aron.
La tensión que Johan había experimentado antes de encontrarse con el vendedor desapareció nada más sentarse en el coche. Le temblaban las piernas y se sentía mal. No porque el hombre ofreciera un aspecto especialmente intimidatorio, más bien al contrario.
Por el momento no quería pensar en las posibles consecuencias. Apagó la cámara con la esperanza de que todo hubiera quedado grabado, y se quitó las gafas y la gorra.
Recogió en Gråbo a Niklas, que llevaba dos botellas de buen vino y un ramo de flores para Emma. Johan quedó impresionado, eso no se lo esperaba de su amigo.
Cuando llegaron a casa se encontraron la música bastante alta. Pia y Emma estaban sentadas en el sofá con una copa de vino escuchando a Ebba Grön. Hacía mucho tiempo que no veía a Emma tan animada. Necesitaba distraerse. Quizá su inseguridad con respecto a su relación tuviera que ver con el cansancio.
Johan decidió en aquel momento invitarla a hacer un viaje, tanto si quería como si no. Iba a ser una sorpresa, con el viaje ya reservado. Elin tenía que ir con ellos, por supuesto, pero él se encargaría de ella la mayor parte del tiempo. Emma sólo tendría que darle el pecho.
Cuando vio aparecer a Johan se acercó bailando hasta él con una sonrisa pícara y le dio un beso. Johan pensó que le había leído el pensamiento.
Tras la cena se sentaron en el sofá del cuarto de estar para ver lo que Johan había grabado. La calidad visual dejaba mucho que desear, las imágenes se movían, pero pudieron escuchar con claridad lo que se decía en la cinta.
Johan respiró aliviado cuando constató que el material era lo suficientemente bueno para hacer un reportaje para la televisión. De pronto apareció en la pantalla la cara del vendedor, al principio borrosa y luego con nitidez. Niklas lanzó un gritó.
– ¡Joder! Pero si es el del almacén, Eskil, Eskil algo.
Todos miraron a Niklas sorprendidos.
– Ya me acuerdo, se llama Eskil Rondahl. Trabaja en el almacén de la Sala de Arte Antiguo, lleva allí mucho tiempo. No es tan raro que pueda coger las cosas.
– ¡Anda, claro! -exclamó Johan excitado-. Si incluso lo he entrevistado por teléfono sobre el tema de los robos. ¡Dios mío!, ese viejo tan seco y tan triste. ¿Estás seguro de que es él?
– Claro que lo estoy. Todos los estudiantes de arqueología tienen algunas clases con él. Enseña cómo se conservan y archivan los hallazgos arqueológicos.
– Así que se trata de un trabajo realizado desde dentro. Si él está vendiendo cosas, igual hay allí más gente que lo hace.
– ¡Joder! Esto es totalmente absurdo -exclamó Niklas meneando la cabeza-. Me pregunto cuánto tiempo llevará haciéndolo.
– ¿Qué sabes de él?
– No mucho. Parece una persona anónima, muy reservada. Apenas habla. Un bicho raro, sencillamente.
– ¿Sabes si tiene familia o dónde vive?
– Ni puñetera idea, pero me cuesta mucho creer que tenga una familia.
– Tengo que comprobarlo.
Johan se levantó y se conectó al ordenador que Emma tenía en su estudio. Buscó Eskil Rondahl en el Registro Civil y consiguió su dirección.
– Vive en Hall, eso está al norte, ¿no?
– ¿Cuál es la dirección? -preguntó Niklas, que lo había seguido y estaba detrás de él mirando la pantalla.
– Sólo pone Sigvards, Hall.
– ¿Dónde será? La mayor parte de Hall es una zona protegida junto a «la costa de piedra». Allí no hay apenas nada, es una zona desolada y yerma.
Johan miró el reloj. Eran las nueve y cuarto
– Voy a ir allí.
– ¿Ahora?
Johan anotó los datos de Eskil Rondahl.
– Te acompaño -dijo Niklas con decisión.
– No, es mejor que me acompañe Pia, así podrá filmar en caso de que sea necesario -repuso Johan-. Tú mientras tanto puedes hacer compañía a Emma.
Pia conducía exaltada y superaba con mucho el límite de velocidad. Había bebido poco vino en la cena porque tenía que madrugar al día siguiente y ahora se alegraba de ello. Cruzaron Visby y Lickershamn en dirección norte. Todavía era de día y cuando pasaron Ireviken el paisaje empezó a cambiar. La naturaleza se volvió más árida y, la vegetación, más baja. Por todas partes se veían árboles secos que extendían sus ramas desnudas hacia el cielo. Buscaron un buen rato y preguntando encontraron por fin la granja al final del camino. Había empezado a anochecer y no se atrevieron a conducir hasta la casa. Tan pronto como apareció la granja detrás de un recodo, Pia frenó y dio marcha atrás. Aparcó un poco más arriba, en el bosque.
La granja era inmensa, pero con signos evidentes de que necesitaba una reparación. Para su sorpresa vieron que había cinco o seis coches aparcados en el patio. Al parecer Eskil Rondahl tenía visita. Al fondo se veía una furgoneta roja y un viejo remolque oxidado para transportar caballos. Pia llevaba consigo la cámara pequeña por si tenía ocasión de usarla. En todo caso tendría que ser dentro, fuera estaba ya demasiado oscuro. Se acercaron con cuidado a la casa y la tenían a la vista cuando de repente oyeron el ruido de un motor a sus espaldas. Johan se estremeció, ¿sería otra visita?
Se quedó pasmado cuando vio quién se bajaba del coche. Era Anders Knutas. Venía solo en su propio coche. ¿Estaría también siguiendo la pista de los robos? Johan echó una ojeada rápida al reloj. Eran casi las diez de la noche.