Algunos intentaron preguntar pero Aron alzó la mano y sonrió levemente.
Justo en el momento en que notaron que Eskil Rondahl había desaparecido, éste volvió. Vieron cómo se acercaba a su hermano, cómo Aron se dirigía a los reunidos y cómo entre ellos se produjo cierto desconcierto cuando interrumpieron el rito. Los participantes fueron saliendo uno tras otro de la casa. La luz de la luna obligó a los tres policías a retroceder hasta la esquina de la granja y desde allí les costaba oír lo que decían y ver a los que salían. Ni Knutas ni Karin habían reconocido a nadie de la mística secta, aparte de Aron y Eskil. Como llevaban la cara pintada era difícil distinguir los rasgos.
Knutas volvió a pensar con preocupación en Johan y en Pia. ¿Dónde se habrían metido? Tenía miedo de que les hubiera ocurrido algo.
¿Dónde demonios estaban los coches de la policía?
Decidieron esperar a que se marcharan los invitados para asaltar la granja. Al mismo tiempo que desaparecía el último coche detrás del recodo se abrió la puerta de la casa y salieron los dos hermanos. Cruzaron el patio a toda prisa en dirección al establo, que estaba a oscuras. Con expresión tensa entraron y cerraron bien la puerta. Se encendió la luz.
Knutas sintió una punzada en el estómago y pidió a sus colegas que se dieran prisa. Los tres corrieron hacia el establo. Cuando el comisario miró a través de la ventana, se confirmaron sus temores. Los dos hermanos estaban inclinados sobre alguien tendido en el suelo y Aron tenía un cuchillo en la mano.
El hombre tendido en el suelo era Johan. No pasaron más de unos segundos antes de que Knutas, seguido de sus colegas, irrumpieran en el establo con el arma en la mano.
– ¡Policía! -gritó Knutas-. ¡Manos arriba y suelta el arma!
Aron y Eskil estaban inclinados de espaldas a la puerta y se quedaron congelados en aquella postura.
– ¡Suelta el cuchillo! -repitió Knutas.
Intentó ver si Johan seguía con vida, pero su cuerpo permanecía oculto. Los dos hombres se levantaron lentamente y se dieron la vuelta. Pese a que Knutas había visto a Aron varias veces, casi no pudo reconocerlo. Tenía la cara cambiada, pero Knutas no acababa de comprender de qué manera. Su expresión era diferente, la máscara había caído y a Knutas le sorprendió lo parecidos que eran los dos hermanos.
Aron no hizo aún ningún ademán de soltar el cuchillo. Miró a Knutas con una mirada distraída, como si no estuviera del todo presente en la estancia.
– ¡Suelta el arma! -gritó Knutas por tercera vez.
Sintió la presencia de Karin y de Kihlgård, uno a cada lado, justo detrás de él. Apuntaban con las armas a los hermanos.
Knutas tuvo que hacer un gran esfuerzo por permanecer quieto. Estaban perdiendo un tiempo precioso mientras la vida de Johan, que permanecía inmóvil en el suelo, quizá pendiera de un hilo. «Tenemos que pedir una ambulancia -pensó-, no se vaya a morir aquí».
Poco a poco Aron soltó el cuchillo y éste cayó al suelo con un sonido hueco. Inmediatamente avanzaron los policías y cogieron a los hermanos.
Johan yacía en el suelo, con la cara blanca y los ojos cerrados. Bajo su cuerpo había un gran charco de sangre, que había empapado su ropa.
– Tiene pulso, pero es débil -dijo Karin.
Se abrió la puerta y entró Pia con la cámara en la mano. Cuando vio a Johan, gritó y corrió hacia él.
– Está vivo -dijo Karin-. Pero está gravemente herido.
Domingo 8 de Agosto
Las paredes estaban pintadas en colores suaves, los ruidos sonaban amortiguados. Ella estaba sentada con su bebé en brazos meciéndose en la silla. Habría podido ser un día como otro cualquiera. Estaba amamantando a Elin, la niña succionaba con avidez de su pecho y dejaba que la leche pasara a su cuerpecillo. Emma no podía llorar. Le habría gustado ser capaz de hacerlo pero su inquietud y su desesperación eran secas. Su cuerpo se encontraba en reposo, en el vacío, en espera. Desde que recibió la noticia de que Johan estaba gravemente herido y se debatía entre la vida y la muerte, algo se había petrificado en su interior. Se sentía congelada por dentro y no sabía si se iba a volver a descongelar alguna vez.
Miró a Elin. La sala de espera estaba en silencio. Seguro que ya había salido en las noticias. Que el reportero local de la Televisión Sueca había sido apuñalado por uno de los asesinos detenidos y que estaba siendo operado en el hospital de Visby.
Emma creía que era un castigo por no haber aceptado el amor de Johan. Lo había dejado fuera. Ahora se arrepentía, pero ya no tenía remedio. Los médicos le habían explicado que sufría una hemorragia interna como consecuencia de las puñaladas que había recibido en el vientre. Un equipo de médicos luchaba por salvarle la vida.
Cuando la puerta de cuidados intensivos se abrió, dio un respingo tan brusco que a Elin se le salió el pezón de la boca.
Salió un médico. Emma ya le conocía. Era uno de los que había hablado con ella antes. Era alto y parecía simpático, quizá diez años mayor que ella. La puerta estaba bastante lejos, con lo cual tuvo tiempo de observarlo un rato. Comprendió que venía a hablar con ella. Tenía una forma de caminar informal, calzaba zuecos blancos con el color algo desgastado en las punteras. Observó que llevaba un anillo de casado en el dedo. Del bolsillo de la bata asomaba un bolígrafo. ¿Por qué los médicos siempre llevaban un bolígrafo en el bolsillo? Nunca había visto a ninguno sin él. Estaba bronceado y tenía alrededor de los ojos esas rayas blancas que les salen a la gente de mar cuando se echan a navegar.
La miró, se fue acercando. Sólo estaba a unos metros de ella. No podía desplomarse ahora. Se atrevió a mirarlo a la cara, de cerca.
Brillaba el sol, Elin dormía, al otro lado de la ventana era verano.
El médico parecía amable, pero Emma no pudo leer nada en su cara.
Sólo sintió cómo le cogía la mano.
Viernes 13 de Agosto
No es que Knutas fuera supersticioso, pero la fecha no le pasó inadvertida. Con cierto desánimo comprobó que sus vacaciones comenzaban justo el viernes trece de agosto. Llovía a mares al otro lado de las ventanas de la comisaría. Tenía ante sí cuatro semanas de vacaciones y ya sólo le quedaba recoger el escritorio y reunir los últimos datos de su informe antes de dejar atrás aquella terrible investigación.
El jueves se inició el juicio contra Aron Bjarke y Eskil Rondahl, por el que fueron detenidos acusados del asesinato de Martina Flochten, Staffan Mellgren y Gunnar Ambjörnsson. Se les procesaba también por intento de asesinato, robo, delitos contra la ley de patrimonio nacional, amenazas, encubrimiento y malos tratos contra los animales.
Se creía que Aron era quien había perpetrado los asesinatos, era el más fuerte y el más violento de los dos. Eskil se había encargado de los robos, pero también había ayudado a su hermano en todos los asesinatos.
Los dos hermanos negaron las acusaciones, pero eso era lo de menos. Las pruebas eran consistentes, había tanto testigos como pruebas técnicas. Los recipientes de plástico con sangre que había en el arcón de Eskil Rondahl eran una de ellas, habían encontrado las huellas dactilares de Aron Bjarke tanto en los contenedores como en el congelador. El brazalete que desapareció del Museo de Arqueología fue hallado entre las pertenencias de Eskil Rondahl en la granja de Hall, así como una gran cantidad de objetos de diferentes excavaciones de Gotland que habían desaparecido. Le habían confiscado el ordenador, que contenía información sobre la venta de reliquias arqueológicas. Además, estaba la grabación que Pia había entregado a la policía. En la granja de Hall descubrieron el cuerpo de un caballo semental «media sangre» enterrado debajo de un montículo. El caballo estaba pastando en los pastos de verano de Sudret junto con otros sesenta caballos y por eso no lo habían echado de menos. Lo habían transportado vivo hasta la granja y allí lo habían decapitado. La ropa de las víctimas fue hallada en un baúl cerrado en la habitación incendiada de los padres.