Cuando Knutas llamó al timbre de la puerta, se oyeron los ladridos de un perro en el interior de la casa. No abrió nadie.
Dio una vuelta alrededor de la vivienda, miró por las ventanas de las dos alas. Una de ellas, al parecer, se utilizaba como estudio, se veían cuadros apoyados alrededor de todas las paredes. En un caballete en el centro de la estancia había un retrato del rostro de una mujer. Sobre una mesa manchada de pintura se amontonaban botes de pintura, tubos y pinceles.
Un carraspeo a sus espaldas interrumpió el fisgoneo de Knutas. Se quedó tan sorprendido que, del susto, la pipa se le cayó al suelo. El hombre estaba justo detrás de él.
– ¿En qué puedo ayudar?
Stefan Eriksson mediría casi dos metros, calculó Knutas. Vestía una cazadora azul acolchada y llevaba un gorro negro de punto en la cabeza.
Knutas se presentó.
– ¿Podemos entrar y hablar dentro? Empieza a hacer frío.
– Sí, claro, acompáñeme por aquí.
El hombre entró delante de él en la casa. Knutas estuvo a punto de ser atropellado por dos dóberman que se volvieron locos de alegría.
– No le dan miedo los perros, ¿verdad? -preguntó Stefan Eriksson sin hacer ningún gesto para tranquilizar a los animales.
Tomaron asiento en lo que debía de ser la sala para recibir a las visitas. «Es extraño que la gente en el medio rural aún conserve estas estancias -pensó Knutas-. Reliquias de un tiempo que ha desaparecido.»
Evidentemente, Stefan Eriksson era un amante de las antigüedades. En la pared colgaba un espejo ampuloso con el marco dorado. Al lado había una cómoda con las patas torneadas y rematadas por una zarpa de león, y a lo largo de una de las paredes había un suntuoso armario con las patas en forma de bola. Olía a polvo y a cerrado. Knutas se sentía como si estuviera sentado en un museo.
Agradeció el detalle, pero rehusó tomar la taza de café que Stefan le ofreció. Su estómago protestaba recordándole que la hora del almuerzo ya había pasado hacía un buen rato.
– Bueno, la verdad es que no sé qué es lo que quiere. He hablado hace poco con la policía -dijo el corpulento hombre, que se había sentado en un sillón de terciopelo. Los perros se habían echado a sus pies y miraban fijamente a su dueño.
– Tengo que completar el interrogatorio, pero, antes de nada, quiero presentarle mis condolencias.
El hombre que tenía enfrente ni se inmutó.
– Fanny era mi prima, efectivamente, pero apenas nos conocíamos. Además, tampoco éramos primos de verdad. Mi padre…
– Conozco la relación familiar -interrumpió Knutas-. ¿Cuándo se veían?
– Muy de tarde en tarde, a veces en algún cumpleaños. Había problemas con su madre, así que tampoco venían siempre. Majvor no puede alejarse de la botella.
– ¿Conocía mucho a Fanny?
– La diferencia de edad era tan grande entre nosotros que no teníamos nada en común. Ella era una niña pequeña que venía a veces con su madre. Nunca decía nada. Otra chica tan callada habría que buscarla con lupa.
– Es propietario de uno de los caballos que hay en la cuadra donde trabajaba Fanny. ¿No se veían nunca allí?
– Ese viejo percherón no es un buen negocio. Cuesta bastante más de lo que gana en las carreras. Sí, a veces paso por la cuadra. Alguna vez he coincidido con ella.
– ¿La llevaba a veces en su coche a su casa?
– No muchas veces.
– ¿En qué coche?
Stefan Eriksson se revolvió en el sillón. Hizo un gesto de disgusto con la boca.
– ¿Qué está insinuando? ¿Soy sospechoso?
– No, no -lo tranquilizó Knutas-. Perdone si voy un poco acelerado, pero tenemos que hablar con todas las personas del entorno de Fanny.
– Lo entiendo.
– ¿En qué coche?
– En el BMW que está aquí fuera.
– Conocía también a Henry Dahlström, ¿no?
– Hice prácticas con él hace mil años, cuando estaba en el instituto. Cuando terminé el bachillerato le hice algunas sustituciones en GT y también eché algunas horas en Master. Bueno, en Master Pictures, la empresa de Dahlström.
– ¿Cómo se puso en contacto con él?
– A mí me gustaba la fotografía y Dahlström dio un curso al que yo asistí cuando estaba en el instituto y entonces tuve la oportunidad de hacer las prácticas con él.
– ¿Mantuvieron luego esa relación?
– No. Cuando tuvo que cerrar la empresa, él también se derrumbó completamente.
– ¿Ha seguido con la afición a la fotografía?
– Sí, cuando puedo. Me casé, he tenido hijos, me trasladé a vivir aquí y además el café que tengo en la ciudad me quita un montón de tiempo. Es el Café Cortado, en la calle Hästgatan -añadió.
Knutas pudo percibir cierto orgullo en su voz. Café Cortado era una de las cafeterías más populares de la ciudad.
De pronto los perros salieron corriendo hacia la puerta y empezaron a ladrar. Knutas pegó un salto. La cara de Stefan Eriksson se iluminó.
– Es que llegan mi mujer y los niños. Espere un momento.
Se levantó y salió al vestíbulo. Los perros ladraban como locos y daban saltos a su alrededor.
– Hola, cariño, hola, hijos, ¿qué tal os lo habéis pasado?
La voz de Stefan Eriksson sonaba muy distinta. De repente, parecía cálida y cariñosa.
La mujer y los niños, evidentemente, habían asistido a alguna celebración de Santa Lucía. Maja Eriksson entró a saludar. Era morena, atractiva y discreta. Knutas observó que Stefan Eriksson miraba cariñosamente a su mujer.
«No -pensó-. Es imposible que sea él.»
Dio las gracias y se marchó.
El hallazgo del cuerpo de Fanny despertó una gran expectación en los medios. Los periódicos vespertinos fueron los que más atención prestaron a la noticia, aparte de los medios locales de la isla y de Noticias Regionales. Hubo especulaciones para todos los gustos sobre lo que le podía haber ocurrido a Fanny. A través de los mapas que publicaban los diarios, los lectores podían seguir con exactitud los pasos de la joven durante su último día de vida y ver dónde apareció su cuerpo. Las granjas próximas al lugar donde fue encontrada recibían la visita de reporteros y fotógrafos. Conjeturas y suposiciones sobre los motivos que podían hallarse detrás de su asesinato llenaban las columnas de los rotativos, y tanto en la tele como en la radio se entrevistaba al personal de la caballeriza, a los vecinos y a los compañeros de la chica.
Max Grenfors había llamado a Majvor Jansson, sin hablar antes con Johan, y la había convencido para que se prestara a que le hicieran una entrevista. Grenfors estaba muy satisfecho por haber logrado convencer a la madre de Fanny para que hablara en exclusiva para Noticias Regionales, pero se encontró con una reacción bien distinta por parte de Johan. Éste se negó a entrevistarla, lo cual dio lugar a que Grenfors le echara una enorme bronca.
– He conseguido que nos conceda una entrevista en exclusiva y, por lo tanto, ¡está claro que vamos a tener esa entrevista!
Johan se encontraba fuera de la ciudad, en un campo justo al lado del lugar donde habían hallado el cuerpo de Fanny, con Peter y un campesino de la zona que creía haber visto por allí las luces de los faros de un coche por la tarde, dos semanas antes.
– No entrevisto a personas que se encuentran en estado de choque -aseguró con decisión-. Ella, en estos momentos, no puede evaluar las consecuencias.
– Pero si quiere hacerlo, ¡yo mismo he hablado con ella!
– ¿Qué es exactamente lo que quieres que le pregunte al día siguiente de que hayan encontrado a su hija asesinada? ¿Cómo se siente?
– Vete a la mierda, Johan. Quiere hablar, quizá para ella sea una manera de enfrentarse a lo ocurrido. Ha decidido hacerlo. Está descontenta con el trabajo de la policía y desea hablar de ello, y además quiere pedir ayuda a la gente para encontrar al asesino.