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– A Fanny la descubrieron ayer. No hace ni veinticuatro horas. Puedo imaginarme mejores maneras de sobreponerse a los hechos que hablar en televisión. No creo que se pueda defender algo así.

– Por todos los demonios, Johan, he quedado en que pasaríais a verla por casa de su hermana en Vibble a las dos.

– Max, no puedes pisotear mi integridad profesional de periodista, no voy a hacer esa entrevista. Sencillamente, no puedo hacerme responsable de ella, esa mujer está conmocionada y debería estar en el hospital. En estos momentos está atravesando una situación muy delicada y me parece una indecencia que tratemos de sacar provecho de su debilidad. Ella no es consciente de la gran repercusión que tiene aparecer en televisión. A veces hemos de tomar algunas decisiones por los demás, porque no siempre están en condiciones de tomarlas ellos mismos.

Miró a Peter, que estaba a su lado y ponía los ojos en blanco y le soplaba a Johan que le dijera que él se negaba a grabar una entrevista con la madre. Al mismo tiempo, oyó la respiración agitada de Grenfors en el auricular.

– Tú haz la entrevista, que las decisiones éticas ya las tomaremos aquí en la redacción -gritó Grenfors al otro lado-. Ya puedes hacer la entrevista, la quiero para la emisión de esta tarde. He prometido pasarles la entrevista a Aktuellt, Rapport y 24:am.

– ¿Y la quieren todos? -preguntó Johan poniéndolo en duda.

– De eso puedes estar seguro. Ponte en marcha ahora mismo, tal vez se arrepienta y hable para otra cadena.

– Bien, deja que la entreviste TV3, o los periódicos de la tarde si quieren, yo no lo hago.

– ¿Quieres decir que te niegas? -continuó Grenfors.

– ¿Qué quieres decir con que me «niego»?

– Sí, que no quieres realizar un trabajo que yo te mando hacer. ¡Joder! ¡A eso se le llama negarse a trabajar!

– Llámalo como quieras. No lo hago.

Johan apretó la tecla del teléfono y cortó la llamada, tenía la cara encendida. El vapor de su respiración se agitaba en impetuosas bocanadas a su alrededor. Se volvió hacia Peter y el campesino.

– ¡Qué cerdo de mierda!

– Mándalo a tomar por culo -lo consoló Peter-. Ahora vamos a seguir trabajando, que me congelo.

El paisano, que había presenciado sorprendido la discusión telefónica mientras esperaba para que lo filmaran, fue entrevistado. Habló del coche que llegó por el camino rural hacía dos semanas por la tarde cuando él salió al establo para ordeñar las vacas. Andando por el patio, había visto las luces desde el camino. Nadie solía conducir por allí a esas horas. No supo decir qué tipo de automóvil era. Se quedó un rato esperando, pero como el coche no volvió a aparecer, se cansó y prosiguió con sus quehaceres.

Johan y Peter regresaron a la ciudad. Planearon hacer dos reportajes, uno que tratara del trabajo de la policía y otro que se centrara en la reacción al día siguiente de conocerse la noticia entre los compañeros de clase, el personal de la cuadra, los vecinos y los habitantes de Visby en general.

Muchos habían albergado la esperanza de encontrar viva a Fanny, aunque ésta hubiera ido debilitándose a medida que transcurrían los días. Ahora la consternación era muy grande.

De vuelta en el hotel por la tarde, Johan intentó ponerse en contacto con Grenfors, que se negaba a hablar con él. Éste había conseguido que un becario hiciera la entrevista con la madre, que, no obstante, después de varias discusiones entre el presentador del programa y el jefe de redacción, nunca llegó a emitirse. Tampoco hubo nadie que mostrara interés por dicha entrevista. «Sólo la ha hecho para demostrar quién manda», pensó Johan cuando un colega le contó más tarde toda la movida que se había organizado en la redacción. Santo cielo, el trabajo se convertía a veces en un charco de ranas.

Lo que debía hacerse era no olvidar cuál era su cometido y preguntarse siempre por qué hacía uno las cosas y qué interés tenía para el público en general y sopesar éste frente al daño que se podía causar a la gente. Él estaba convencido de que había actuado correctamente al negarse a ponerse en contacto con Majvor Jansson. Nadie podía obligarlo a entrevistar a personas que se encontraban conmocionadas.

Era una lección que había aprendido después de tantos años en la televisión. En algunas ocasiones había hecho lo que querían sus impacientes jefes y había entrevistado a personas que acababan de perder a un familiar o habían sufrido un accidente. Sólo para complacerlos. Después se había dado cuenta de que aquello estaba mal. Aun cuando las personas entrevistadas quisieran hablar para compartir su desgracia o para dar publicidad a un problema, se encontraban confusas y no eran capaces de pensar con claridad. Cargarles a ellos la responsabilidad era algo que no se podía defender. Además, no eran conscientes de las consecuencias de su participación. El impacto de la tele era enorme. Las imágenes y las entrevistas podían volver a ser reproducidas en cualquier otro contexto, sin que ellos tuvieran la posibilidad de impedirlo. Se volvía a abrir la herida cada vez.

Era como si se encontrara dentro de una burbuja de cristal, aislada del mundo. Alguien había desconectado el cable, interrumpido la marcha, detenido el tiovivo.

Estaba tumbada de espaldas en el suelo del pequeño cuarto de estar de Viveka. Su amiga se había ido a pasar el fin de semana fuera y ella podía estar tranquila y pensar.

El piso era un remanso de paz. No quería que ningún ruido la molestara, nada de radio, nada de televisión, nada de música. Deseaba poder hundirse profundamente en una oscuridad ingrávida que sólo la envolviera a ella.

Dentro de su cuerpo crecía otro cuerpo. Un pequeño ser que era ella y Johan. Mitad él y mitad ella. Cerró los ojos y se pasó la mano por la lisa piel. De momento no se notaba nada por fuera, pero el cuerpo iba enviando señales. Le dolían los pechos, había empezado a sentirse mal por las mañanas y las ganas de comer naranjas era tan grande como en sus embarazos anteriores. «¿Qué sería lo que tenía dentro? -se preguntaba-. ¿Una niña o un niño? ¿Una hermana pequeña o un hermano pequeño?»

Dejó que las yemas de sus dedos se deslizaran describiendo círculos por debajo del jersey, hasta llegar a la entrepierna para dar la vuelta y seguir hacia arriba, alrededor del ombligo y continuar hacia sus delicados pezones. El pequeño le contó que, él o ella, estaba allí. Ya succionaba el alimento a través del cordón umbilical, crecía día a día. Había calculado que estaba de ocho semanas. ¿Cuánto había avanzado el desarrollo? Olle y ella habían seguido con suma atención la evolución fetal de Sara y de Filip. Olle le leía en voz alta un libro sobre lo que pasaba cada semana. Estaban tan ilusionados.

Ahora todo era distinto. Este fin de semana tenía que tomar una decisión. Quedarse con él o no. Se lo había prometido a Olle. Su marido había reaccionado con sorprendente tranquilidad cuando le dijo que estaba embarazada. No había ninguna duda de que él no era el padre del niño. Fría y secamente le explicó que si seguía adelante con el embarazo, el divorcio era un hecho. No pensaba hacerse cargo del crío de Johan y tener que cargar con su amante toda la vida. Si quería que continuaran siendo una familia, sólo podía hacer una cosa: quitárselo de encima, como dijo. Quitárselo de encima. A Emma la expresión le sonaba absurda. Como si se tratara de quitarse una postilla. Sólo rascar y tirarlo al servicio.

Sólo deseaba que otra persona hubiera podido tomar la decisión por ella. Decidiera lo que decidiese, iba a hacerlo mal.

Lunes 17 de Diciembre

El lunes por la mañana Knutas recibió una llamada telefónica nada más entrar en el despacho.

– Hola, soy Ove Andersson, el portero de la calle Jungmansgatan. Nos conocimos por lo del asesinato de Henry Dahlström.

– Hola, sí claro.

– Bueno, pues el caso es que estamos limpiando el cuarto de revelado que tenía Dahlström, vamos a volver a usarlo para guardar las bicicletas. Bueno, yo estoy ahora aquí abajo.