Bajaron hasta la calle Strandgatan y siguieron a través de una salida de la muralla hasta el parque de Almedalen, un espacio amplio y abierto, con bancos, fuentes, césped y un escenario en el que los políticos solían pronunciar sus discursos durante la tradicional semana de los políticos, en julio. En verano, el parque estaba a rebosar de turistas que tomaban el sol y de familias con niños.
Ahora estaba desierto. Cruzaron el parque y dieron un paseo por el puerto, donde el viento procedente del mar era fresco. En el puerto apenas había barcos. La mayoría de las terrazas y restaurantes estaban aún cerrados. Dentro de dos o tres semanas, estarían cada tarde repletos.
La ciudad tenía un aspecto totalmente distinto cuando no estaba abarrotada por hordas de turistas. Subieron por la escalera al lado de la iglesia, Kyrktrappan, hasta las casas pintorescas de Klinten. Visby se extendía a sus pies como un hormiguero de casas, antiguas ruinas y calles estrechas, que se apiñaban dentro de la muralla. Con el mar al fondo.
Había oscurecido ya cuando bajaron por la cuesta de Rackarbacken y pasaron al lado de la catedral. Dentro, el coro estaba ensayando. Las notas suaves de En vänlig grönskas rika dräkt fluían al exterior a través de la puerta de madera.
Cuando volvieron al hotel, entrada la noche, acordaron que al día siguiente tratarían de entrevistar a la amiga de Helena Hillerström.
JUEVES 7 DE JUNIO
La casa se encontraba en una antigua zona de chalés, en el municipio de Roma, en el centro de Gotland, al lado de la escuela y del polideportivo. Estaba rodeada de chalés con los jardines bien cuidados. La zona respiraba paz, y el ambiente era idílico. Johan había conseguido encontrar el nombre de la amiga de Helena Hillerström, con quien se cruzaron en el pasillo de la comisaría, y la había llamado por teléfono. Ella se mostró al principio muy reticente a ser entrevistada. Pero a Johan se le daba bien convencer a la gente y, tras un rato de conversación, de mala gana, aceptó, al menos, recibirles.
Aparcaron el coche al lado del seto de lilas, cuyas flores de color blanco y morado ya habían empezado a abrirse. El jardín era impresionante, una extensa superficie de césped y parterres con todo tipo de flores cuyo nombre Johan no conocía. Al norte se acumulaban unas nubes negras. Seguro que iba a llover antes del mediodía.
Emma Winarve abrió la puerta vestida con una camiseta blanca y unos pantalones cómodos de color gris. Iba descalza. El cabello le caía húmedo a ambos lados de la cara. «¡Qué guapa es!», alcanzó a pensar Johan, antes de que pudiera reaccionar, en lo cual tardó unos segundos. Ella empezaba a mostrarse indecisa.
– Hola, Johan Berg de Noticias Regionales, de Televisión Sueca. Este es Peter Bylund, el fotógrafo. Gracias por acceder a recibirnos.
– Hola. Emma Winarve -dijo ella tendiéndoles la mano-. Pasad.
Los hizo pasar al cuarto de estar. Tenía el suelo de madera oscura, las paredes pintadas de blanco y grandes ventanales que daban al jardín. El mobiliario era escueto. Al lado de una de las paredes había dos sofás de color gris azulado, uno frente al otro. Ellos ocuparon uno. Emma se sentó en el otro y se quedó mirándolos. Pálida y con la nariz roja.
– No sé si podré deciros gran cosa.
– Queremos saber cuál era tu relación con Helena -comenzó Johan-. ¿La conocías bien?
– Era mi mejor amiga, aunque no nos habíamos visto mucho los últimos años -contestó la joven con suave acento de Gotland-. En la escuela hicimos juntas todos los cursos y nos conocíamos desde la guardería. Después de noveno fuimos a distintas clases, pero, a pesar de ello, seguimos yendo juntas casi tanto como antes. Entonces las dos vivíamos en Visby, en la misma zona de casas adosadas, en la calle Rutegatan, cerca de Ericsson. Bueno, ahora Flextronics.
– ¿Seguisteis viéndoos de adultas?
– La familia de Helena se trasladó a vivir a Estocolmo en cuanto acabamos el bachillerato. Bueno, no, fue durante un verano, después de que ella cumpliera veinte años. Lo recuerdo porque celebró una gran fiesta aquí en Gotland cuando cumplió los veinte. Se mudaron a Danderyd. De todos modos, mantuvimos el contacto; nos llamábamos varias veces por semana y yo solía viajar a Estocolmo a visitarla. Ella venía siempre aquí en verano. Su familia conservaba la casa de Gustavs.
– ¿Cómo era como persona?
– Era muy alegre. Inquieta, podría decirse. Abierta, muy abierta, tenía facilidad para entablar amistad con otras personas. Era optimista. Veía siempre las cosas desde el lado más amable.
Emma se levantó apresuradamente y salió del cuarto; volvió al momento con un vaso de agua y un rollo de papel de cocina.
– ¿Cómo es el novio de Helena? -le preguntó Johan.
– ¿Per? Muy majo. Simpático, amable y siempre pendiente de Helena. Estoy convencida de que es inocente.
– ¿Cuánto tiempo llevaban juntos?
Emma bebió un sorbo de agua. «Es maravillosa», se dijo Johan.
– Debían de llevar casi seis años, porque empezaron a salir juntos el mismo verano que yo me casé.
– Entonces, ¿se llevaban bien? -continuó Johan, al tiempo que sentía una pizca de desilusión cuando ella mencionó su boda. Era evidente que estaba casada. Casa grande, cajón con arena y bicis pequeñas en el jardín. «¡Qué idiota! -se dijo a sí mismo-. ¡Deja de pensar en ella como tu próxima conquista!»
– Sí, eso creo. Claro que ella a veces estaba cansada de él y se preguntaba si estaría realmente enamorada. Eso es algo que sienten la mayoría de las personas que viven en pareja. Pero creo que eran crisis momentáneas. Solía decir que si alguna vez se decidiera a tener hijos tendría que ser con Per. Él la hacía sentirse segura.
– ¿Podemos hacerte unas preguntas delante de la cámara? Sólo sacaremos las que a ti te parezcan bien.
– No sé. No sé qué decir.
– Podríamos intentarlo. Si te sientes incómoda, lo dejamos.
– De acuerdo.
Peter buscó la cámara. No se molestó en montar el trípode ni los focos. La situación era ya bastante delicada. Johan se sentó en el mismo sofá que Emma. Percibió el olor de su pelo recién lavado.
La entrevista salió bien. Emma habló de Helena y de su amistad. De su propio miedo y de cómo su vida se había tambaleado como consecuencia de aquel asesinato.
– Te dejo mi tarjeta, y si se te ocurre algo que quieras decirme, o si me quieres llamar para cualquier cosa, no tienes más que hacerlo -dijo Johan al despedirse.
– Gracias.
Dejó la tarjeta encima de una cómoda sin mirarla.
Cuando ya estaban en la entrada cubierta de guijarros que había frente a la casa, Johan recuperó el aliento.
– ¡Vaya mujer! -dijo resoplando y volviéndose hacia Peter que iba detrás de él con la cámara al hombro.
– Sí, hacía tiempo que no veía una mujer tan guapa -apostilló su colega-. Qué acento más bonito al hablar. Qué ojos. Y qué cuerpo. Estoy como un flan.
– ¿Tú también? Lástima que esté casada y con hijos.
– Es mi destino -bromeó Peter-. Vamos a tomar también alguna vista del exterior. No tardaré más que unos minutos -dijo, y desapareció tras doblar la esquina.
El aparcamiento del supermercado Obs estaba casi vacío. «Dentro de un par de semanas será imposible aparcar aquí», pensó Knutas sentado tras el escritorio de su despacho. Había hablado por teléfono con su mujer, quien le describió a grandes rasgos el parto de mellizos en el que había asistido ese día. Se mostraba pletórica, siendo como era ella misma madre de mellizos. Se le contagió el optimismo de su esposa, pero sólo le duró unos momentos. La calidez que había sentido durante la conversación pronto se convirtió en desasosiego al pensar en el asesinato de Helena Hillerström.