Hasta entonces, Gotland estaba relativamente libre de asesinatos. Desde 1950 se habían producido veinte en la isla, diez de ellos en los años noventa. Le preocupaba aquel aumento. Casi todas las muertes tenían que ver con relaciones personales, por lo común dentro de la propia familia; celos y peleas de borrachos en su mayoría. Dos asesinatos habían quedado sin resolver. Uno, el de una señora de edad a quien mataron a bastonazos en su casa de Fröjel en 1954, y otro en el hotel Wisby en diciembre de 1996, cuando la portera de noche fue asesinada, probablemente en relación con un robo. El hecho se produjo siendo Knutas jefe de la policía judicial. Pese a que la Policía Nacional intervino desde el primer momento y tres hombres del cuerpo permanecieron en Gotland hasta medio año después del asesinato, no consiguieron solucionar el caso.
Aquello se le había quedado clavado como una espina, aunque intentaba no pensar demasiado en ello. El asesinato del hotel ya le había tenido demasiadas noches sin dormir.
Sacó la pipa y empezó a cargarla con cuidado.
Y ahora, aquello. «Esto es algo completamente distinto», pensó. Una mujer joven asesinada de una manera bestial y con las bragas metidas en la boca…
Habían llegado dos investigadores de la Policía Nacional por la mañana y tuvo un primer encuentro con ellos. El comisario Martin Kihlgárd era un tipo cordial, agradable y animado, casi demasiado cordial. Knutas sólo lo conocía de oídas y sabía que era competente. A pesar de ello, no se sentía del todo a gusto con él. Seguro que todo iría mejor cuando se conocieran. El acompañante de Kihlgárd, el inspector Björn Hansson, daba una impresión de seriedad y de lucidez que encajaba mejor con el carácter de Knutas. El forense, no obstante, quiso hacer un reconocimiento en el lugar de los hechos, detalle que él agradecía. La experiencia le decía que las posibilidades de esclarecer un asesinato aumentaban considerablemente si el cuerpo era examinado por un médico forense en el mismo lugar del crimen. Además, acordonaron una zona amplia en cuanto se descubrió la víctima. Eso también lo había ido aprendiendo con los años. Cuanto mayor fuera el espacio acordonado, mejor.
La falta de testigos era un problema. Nadie había visto ni oído nada. La zona próxima a la playa no estaba poblada. Las pocas casas que había en el área se encontraban más arriba.
No se encontró el arma del crimen. Ni se encontraron otras pistas de carácter decisivo. Lo único concreto que tenían eran unas colillas de cigarrillos, que lo mismo podían haber caído allí con anterioridad, y las huellas de unos zapatos. Todo cuanto creían saber del asesino era que tenía los pies grandes.
Tras interrogar a todos los que habían asistido a la fiesta, salvo a Kristian Nordström, no sacaron nada de utilidad. Knutas estaba casi seguro de que Per Bergdal era inocente. Llevaba realizados ya tantos interrogatorios policiales como para confiar en lo que le decía su intuición. Había una especie de franqueza y de sinceridad en la manera de responder de Per Bergdal. Los arañazos, a juzgar por los hechos, se los había causado Helena, y el médico forense comprobó la existencia de marcas en una de las mejillas de Helena y detrás de las orejas, que indicaban que había sufrido maltrato antes de su asesinato. Además, sabían lo de su bronca. Que Per Bergdal no lo hubiera reconocido inmediatamente, era incluso comprensible. Ahora tenían que dar con algo nuevo enseguida.
Se dio media vuelta en la silla y miró por la ventana. El día era triste y gris. La entrada del verano no había sido muy buena hasta entonces. El sol del día anterior había supuesto un cambio bienvenido, pero ya estaba otra vez nublado.
Karin Jacobsson y Thomas Wittberg estaban investigando en Estocolmo. Karin le había llamado antes. Estaban ocupados interrogando a las personas del entorno más cercano de Helena Hillerström y, probablemente, se quedarían en la capital unos días más. Knutas echaba de menos a Karin en cuanto no estaba en el edificio. Y aunque mantenía una buena relación con el resto del grupo, la verdad era que entre ellos dos había algo especial. Desde el día en que apareció por la comisaría de Visby, tras unos años como aspirante en Estocolmo, se habían entendido muy bien. Enseguida confió en ella. Al principio, cuando aún estaban conociéndose, Knutas llegó a pensar durante un breve lapso de tiempo que estaba enamorado de Karin. Pero por entonces conoció a su mujer y sintió el flechazo.
Karin no tenía novio, o al menos no le constaba. Aunque trabajaban mucho codo con codo, ella apenas hablaba de su vida privada.
Ya eran las tres de la tarde cuando Johan y Peter terminaron de editar la entrevista con Emma Winarve y la enviaron. No pasaron ni diez minutos y ya estaba Grenfors al teléfono. Los elogió por su trabajo, que sería emitido en todos los informativos de la tarde. Con todo, el jefe, que nunca parecía del todo satisfecho, quería que hablaran también con los vecinos de la zona, puesto que el asesinato había sucedido cerca de ellos, argumentaba.
– Pero si ya hemos estado allí y hemos hablado con la señora de Fröjel -respondió Johan, con un tono de voz que delataba descontento.
Peter, sentado en un sillón, lo observaba.
– La cuatro tenía a los vecinos en su emisión del mediodía -apuntó el redactor.
– Y sólo por eso, tenemos que tenerlos nosotros también… -replicó Johan irritado.
– Seguro que tú mismo eres consciente de que es importante hablar con los que viven cerca del lugar del crimen.
– Sí, claro, pero no creo que podamos tenerlo para la emisión de la noche.
– Intentadlo -insistió Grenfors-. Si no, podremos tenerlo para la última emisión.
Salieron inmediatamente. Bajaron otra vez hacia el puerto de Klintehamn y siguieron hasta Fröjel. Sólo habían transcurrido dos días desde el asesinato. A Johan le parecía como si hubiera pasado mucho más tiempo. «Es increíble la cantidad de cosas que uno es capaz de hacer», se dijo.
Se detuvieron ante la primera casa, tras tomar el desvío hacia Gustavs. Una vivienda del color rojo tradicional y un establo con gallinero. Las gallinas escarbaban en un cercado mientras cacareaban a sus anchas. Un perro se alejó a la carrera, moviendo la cola. Desde luego, no se trataba de un buen perro guardián.
Llamaron a la puerta. Al momento abrió la puerta una mujer. Con rizos rubios y la mirada vivaracha.
– Hola… -saludó, y los miró con cara de extrañeza.
Un gato de pelo largo se frotó zalamero contra sus piernas. Oyeron voces de niños en el interior de la casa.
Johan fue directo al tema:
– Estamos por aquí para hablar con la gente que vive en los alrededores. Bueno, tras el asesinato. ¿Conocía a la mujer asesinada?
– No, no puedo decir que la conociera. Claro, conocíamos a la familia, pero no teníamos relación con ellos.
– ¿Qué puedes decir de lo sucedido?
– Es terrible que una cosa así pueda ocurrir aquí. Sólo espero que detengan al que lo ha hecho cuanto antes. Es muy desagradable, no puedo dejar de pensar en ello. Y con niños… Ahora yo los vigilo mucho más. Tenemos cinco hijos.
La mujer avisó a los niños, cerró la puerta y se sentó en uno de los bancos de la entrada. Sacó una cajita de tabaco de chupar y se colocó con soltura una bolsita debajo del labio. Íes ofreció la caja. Pero tanto Johan como Peter declinaron la invitación.
– Esta noche he estado dándole vueltas a un detalle. La policía ya estuvo aquí preguntando cosas. Entonces hablaron más con mi marido. Pero esta noche no me podía dormir y se me ocurrió pensar en ello.
– ¿En qué? -preguntó Johan.
– Tengo problemas de insomnio y me paso despierta buena parte de la noche. La otra noche, la del lunes al martes, oí un coche que entraba en el camino que baja aquí al lado. Por aquí no pasan nunca coches de noche, así que pensé que era raro. Me levanté para ver quién era, pero cuando miré no vi nada. Era como si se lo hubiera tragado la tierra. Y es extraño, porque el camino baja directamente hasta el mar. Tuve que salir a mirar. Cuando abrí la puerta de la calle, volví a oírlo otra vez. En ese momento pasaba por delante de nuestra casa. El camino hace una curva justo aquí fuera, así que no tuve tiempo de ver qué coche era.