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– Ni idea. Es tan jodidamente celoso… Se imagina cualquier cosa.

No sacaron mucho más de Kristian Nordström durante el primer interrogatorio. Le dejaron volver a su casa y prometió mantenerlos informados si pensaba abandonar la isla.

Después, los dos policías se tomaron un café juntos para cambiar sus impresiones.

– A éste no tenemos que perderlo de vista -dijo Knutas.

– No, parece que se mueve en terreno minado. Una persona muy temperamental -convino Norrby pensativo-. Deberíamos interrogar a otras personas del grupo de amigos para averiguar si es cierto lo que dice.

Knutas era de la misma opinión.

– Voy a poner inmediatamente a alguien para que lo vigile.

VIERNES 8 DE JUNIO

En un aula de la pequeña escuela de Kyrkskolan, en Roma, Emma Winarve daba vueltas haciendo los últimos preparativos para celebrar el fin de curso. Al otro lado de la ventana se alzaba la torre de madera de la iglesia hacia el cielo gris, los manzanos estaban en flor y junto al patio de la escuela pastaban las ovejas de Mattsson, ávidas de la primera hierba del verano.

El aula, decorada con hojas de abedul y con lilas, no tardaría en llenarse con dieciséis niños expectantes de ocho años, que tenían ante sí unas largas vacaciones de verano.

Ella había estado ausente unos días y quería estar un rato a solas antes de que la clase entrara en tromba.

Desde el asesinato de Helena habían pasado tres días increíbles. No podía entender que aquello hubiera ocurrido de verdad. Había llorado y hablado y hablado y llorado y hablado. Con Olle, con los amigos comunes que tenían Helena y ella. Con todos los presentes en la fiesta. Con los padres de Helena, con los vecinos y con sus compañeros de la escuela. Per Bergdal estaba detenido en la comisaría de Visby y no podía hablar con nadie.

Emma se mantuvo en contacto con la policía y con el fiscal.

Rogó y suplicó que la dejaran hablar con Per, sin resultado. Eran inflexibles. El fiscal había decretado para Per incomunicación total. Tenía prohibido cualquier tipo de contacto con el exterior, por razones de la investigación.

Estaba segura de que era inocente. Se preguntaba cómo sería la vida de Per cuando todo aquello hubiera pasado. Condenado por la prensa y por todos. Todos dudarían, hasta que encontraran al verdadero asesino. ¿Y quién era? Se estremecía sólo de pensarlo. ¿Sería alguien a quien Helena se encontró por casualidad? ¿O alguien a quien conocía? ¿Alguien de quien Emma no sabía nada?

Era verdad que Helena y ella se conocían bien y también lo era que se lo contaban todo una a otra. O, al menos, eso era lo que creía. ¿O tendría Helena secretos que Emma no conocía? Esos pensamientos la atormentaban. La hacían sentirse cansada e irritada en medio del dolor. Discutió con Olle, porque le parecía que él era incapaz de comprender. Le gritó y llegó a arrojar un paquete de leche al suelo, que puso perdida toda la cocina. Salpicó hasta las vigas del techo, según pudo advertir a la mañana siguiente, cuando lo estuvo limpiando.

Todo aquello era como una pesadilla. Como si en realidad no hubiera sucedido. Retiró las últimas macetas con flores medio mustias que quedaban en la ventana. «Me las llevaré a casa, a ver si se recuperan», pensó.

Echó una ojeada al reloj. Casi las nueve. Ya tenía que abrir la puerta del aula.

Los niños la saludaron con timidez, cuando entraron en tropel y se colocaron al lado de sus pupitres. Estaba claro que sabían que la mujer asesinada era la mejor amiga de su señorita. Emma les dio la bienvenida y se sintió conmovida al ver lo guapos que se habían puesto para el fin de curso. Vestidos con colores claros y con el pelo recién lavado. Con vestidos y camisas bien planchados. Los zapatos relucientes y flores en el pelo.

Se sentó al piano.

– ¿Estáis todos preparados? -preguntó, y los alumnos asintieron.

Al momento las voces claras de los niños llenaron el aula. Cantaron Den blomstertid nu kommer, acompañados por Emma al piano.

Estaban siguiendo al pie de la letra la tradición de fin de curso. Emma dejó volar sus pensamientos en medio de la canción, cuyos versos se sabía de memoria al cabo de tantos años en la escuela.

Vacaciones de verano, sí. Por su parte, no abrigaba ninguna esperanza. En aquellos momentos, sólo intentaba no venirse abajo. No derrumbarse. Tenía que ocuparse de sus hijos. Sara y Filip tenían derecho a unas estupendas vacaciones de verano. Estaban entusiasmados con todas las cosas que iban a hacer juntos. Viajar, bañarse en la playa, ir a ver a sus primos, hacer una excursión a la isla de Gotska Sandön, quizá ir a Estocolmo a dar una vuelta. ¿De dónde sacaría fuerzas para todo? Cierto que la conmoción se difuminaría. Que la tristeza se iría alejando. La ausencia de Helena le dolía. Y de eso no se recuperaría con facilidad. ¿Y cómo iba a poder comprender lo ocurrido? Que su mejor amiga hubiera sido asesinada de una manera que sólo pasaba en las películas. O lejos, en algún otro lugar.

La fecha del sepelio estaba decidida. La inhumarían en Estocolmo. Los ojos se le llenaron de lágrimas con sólo pensarlo. Desechó aquellos pensamientos.

De pronto, advirtió que los niños se habían callado. No tenía ni idea de cuánto tiempo había seguido tocando el piano después de que finalizara la canción.

Para Johan, la estancia en Gotland estaba a punto de tocar a su fin. Al menos por aquella vez. Había comentado con Grenfors acerca de cuánto tiempo estaba justificado permanecer en la isla. La policía había silenciado cuanto tenía que ver con la investigación del caso. Todo indicaba que no habían aparecido nuevas pistas o indicios. El novio seguía detenido, y lo más probable era que solicitaran para él prisión provisional. Ignoraban las razones por las cuales era sospechoso. La sensación que causó al principio la noticia del asesinato ya había remitido, ahora ya sólo aparecía de forma esquemática en las emisiones. Era viernes, y durante el fin de semana no se ofrecía ninguna emisión de Noticias Regionales. Por su parte, las Noticias Nacionales no tenían interés en mantener a un reportero en la isla, salvo que surgiera alguna novedad. Se decidió que Johan y Peter regresaran a Estocolmo a la mañana siguiente.

Johan dispondría de unos días libres. Primero haría una limpieza a fondo y la colada. Iría a ver a su madre y estaría un poco con ella. Aún estaba triste tras la muerte de su padre, fallecido de cáncer el año anterior. Los cuatro hermanos hacían lo que podían para ocuparse de ella, y, puesto que Johan era el mayor, era natural que asumiera más responsabilidad. Trataría de animarla. La invitaría al cine y, quizá, a un restaurante. Luego se iba a dedicar a relajarse. Leer. Escuchar música. Ir al fútbol. El domingo, el Hammarby se enfrentaba al Fútbol Club AIK en Rásunda. Su amigo Andreas había conseguido entradas.

Tenía que pasar por el local de la redacción para recoger sus cosas, pero decidió dar primero un paseo por la ciudad. Una llovizna suave y fina mojaba las calles. No quiso llevarse un paraguas. Alzó el rostro hacia el cielo, cerró los ojos y dejó que las gotas le cayeran sobre las mejillas. Siempre le había gustado la lluvia. Lo tranquilizaba. En el entierro de su padre llovió y la lluvia hizo que lo recordara mejor. Más digno y sereno, de alguna manera.

La vio en la calle Hästgatan, a través de los grandes ventanales del café que había al otro lado de la calle. Estaba sola, sentada en una de las mesas situadas junto a la ventana, hojeando un periódico. Tenía delante un vaso grande que parecía de café con leche.

Se detuvo. No sabía qué hacer. Disponía de un rato libre antes de encontrarse con Peter en la redacción. Sin saber cómo iba a acercarse a ella, ni lo que le iba a decir, decidió entrar.

El café estaba casi vacío. Le sorprendió lo moderna que era la decoración. Techos bastante altos, taburetes rectos al lado de una barra grande, en donde las baguettes se apiñaban junto a los quesos y los embutidos italianos. Unas magdalenas de chocolate enormes destacaban en las bandejas. Máquinas de café relucientes, y en la caja, una chica mona con el cabello recogido en un bonito moño de estilo despeinado. Como cualquier café italiano.