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«Hallado el 08-06-2001, a las 15.30 aprox. en una tierra de cultivo, en la zona de Lindarve, Fröjel. El hallazgo fue obra de Matilda y Johanna Laurell, Lindarve gárd, Fröjel. Tel.: 0498-515 776.»

Sohlman empezó a fotografiar el hacha. La volvía con cuidado de uno y otro lado para captarla desde distintos ángulos. Cuando terminó, se sentó con las piernas abiertas en un taburete al lado de la mesa de trabajo.

– A ver si podemos encontrar algo interesante -dijo colocándose bien las gafas-. ¿Qué ves aquí, en la hoja?

Anders Knutas observó la pesada hoja del hacha. Pudo ver con nitidez unas manchas oscuras.

– ¿Es sangre?

– Eso parece. Vamos a enviarlo al SKL para que analicen el ADN. Lo malo es que son muy lentos. La respuesta puede tardar varias semanas -murmuró Sohlman.

Tomó una lupa y pasó a estudiar el mango.

– Hemos tenido suerte. Como el mango está pintado y barnizado, son mayores las posibilidades de que las huellas dactilares no hayan desaparecido. -Al rato silbó-. Mira aquí.

Knutas estuvo a punto de tropezar al levantarse de la silla.

– ¿Qué?

– Aquí, en el mango. ¿Lo ves?

Sohlnian le pasó la lupa. Se veía la huella de un dedo en el mango.

Movió la lupa y al momento distinguió varias huellas dactilares.

– Parece que pertenecen al menos a dos personas -dijo Sohlnian-. ¿Ves que hay dos tamaños distintos? Uno pequeño y otro más grande. Eso significa que tendremos que tomar las huellas dactilares de las niñas que encontraron el hacha. Tiene que haber estado protegida de alguna manera, si no la lluvia habría borrado las huellas.

– ¿Crees que puede ser el arma del crimen?

– Sin duda. El tamaño y el tipo coinciden con las heridas.

Sohlman sacó una caja con unos polvos y los extendió con un pincel sobre el mango del hacha. Se hizo con dos tubos y mezcló su contenido hasta obtener una masa plástica que extendió sobre el mango con una pequeña espátula de plástico.

– Ahora esto tiene que endurecerse. Tendremos que esperar diez minutos.

– Ya, ya -asintió Knutas con impaciencia contenida-. Mientras tanto voy en busca de las huellas de Bergdal.

Cuando pasó el tiempo, Sohlman retiró la masa con los dedos. Aparecieron unas huellas dactilares nítidas.

– Bueno, ahora no tenemos más que comparar.

Sohlman se inclinó sobre el papel con las huellas dactilares de Per Bergdal. A los pocos minutos, se incorporó y miró a Knutas.

– Coinciden. Estoy seguro al noventa por ciento.

Knutas se quedó pasmado mirando a su colega.

– Para estar completamente seguros, puedo escanearlas y enviarlas por correo electrónico a la Central de Huellas Dactilares de Estocolmo. Con un poco de suerte, tendremos la respuesta dentro de una hora.

– Hazlo -ordenó Knutas.

La respuesta llegó cuarenta y cinco minutos más tarde. La huella dactilar que aparecía en el mango del hacha pertenecía a Per Bergdal.

Así que eso era lo que había ocurrido, costató Knutas decepcionado. Per Bergdal, probablemente, había matado a su novia en la playa. Del todo seguros no podrían estar hasta que obtuvieran el resultado del análisis de ADN de la sangre. Si la sangre que aparecía en el hacha coincidía con la de Helena, entonces no habría ninguna duda. El novio era el asesino. «Tal vez esté empezando a hacerme viejo -pensó-. Empieza a fallarme el sentido común.»

Reunió en su despacho al resto del equipo que dirigía la investigación, para informar de los resultados.

– Joder, qué bien -murmuró Norrby.

– Esto hay que celebrarlo -estalló Sohlman-. Lo cual significa obligatoriamente una cerveza en la ciudad. Yo invito a la primera ronda.

Todos se levantaron haciendo pequeños comentarios hilarantes.

Anders Knutas informó inmediatamente al jefe provincial de policía y al fiscal Smittenberg. Llamó a Karin Jacobsson y a Thomas Wittberg a Estocolmo y les dijo que ya podían volver a casa. Una hora después enviaron un comunicado a la prensa. Aquella misma tarde se solicitó la prisión preventiva para Per Bergdal. Su tramitación tendría lugar durante el fin de semana.

La noticia apareció en la prensa, en la radio y en la televisión y el caso se dio por zanjado. Gotland podía volver a respirar.

LUNES 11 DE JUNIO

Para Johan, la semana iba a ser más dura de lo que había calculado. E1 lunes, apenas había puesto el pie en la redacción, cuando lo llamó Grenfors.

– Oye, buen trabajo el de Gotland.

– Gracias -respondió Johan a la expectativa, por cuanto siempre tenía la impresión de que cuando los redactores empezaban una conversación haciéndole elogios era porque querían pedirle algo.

– Supongo que allí no pasará nada más, ya que al parecer el novio es el culpable.

– Puede ser.

– Lo malo es que ahora estamos empantanados -prosiguió Grenfors.

– Bueno, eso ya lo he oído otras veces -comentó Johan cortante.

El otro ignoró el tono.

– El reportaje largo que íbamos a emitir el sábado se ha ido al garete. No sabemos qué hacer. Tú habías hablado de preparar un trabajo sobre la guerra de bandas rivales en Estocolmo. ¿Crees que te dará tiempo a hacerlo?

Johan comprendía el problema y no quería cerrarse en banda, aunque había contado con disponer de al menos un día tranquilo después del viaje a Gotland. El recuerdo de Emma Winarve le había rondado por la cabeza todo el fin de semana y no pudo dormir bien. No entendía qué le estaba pasando. Una mujer de Gotland, casada y madre de hijos pequeños y a la que apenas conocía. Aquello era absurdo. Miró a Grenfors.

– Bueno, a lo mejor puedo. Ya tengo una parte grabada de antes. No me dará tiempo a hacer un reportaje largo, pero siete u ocho minutos seguro que salen, sin duda.

Grenfors parecía aliviado.

– Bien. Entonces quedamos en eso. Ya sabía que podía contar contigo.

En cuanto se volvió a sentar delante de su mesa en la sala general de redacción, Johan empezó a repasar el material que tenía. Disparos en Várberg, donde una persona con antecedentes criminales murió asesinada en plena calle con tres balas en la cabeza. Pura ejecución. La víctima había estado implicada dos meses antes en la muerte del dueño de una pizzería en Högdalen, quien fue acribillado a balazos en su coche dentro de un aparcamiento. El dueño de la pizzería, a su vez, tenía una gran deuda pendiente con el oscuro dueño de un bar de los bajos fondos de Estocolmo, del cual todos sabían que tenía contactos con la mafia rusa. Además, participó en el asesinato del dueño de un gimnasio de Farsta, liquidado a tiros en el hipódromo de Täby unos años antes. Y así seguía el material. Disparos, robos a punta de pistola, e incluso asesinatos, se habían convertido en algo cotidiano en Estocolmo. La redacción había dejado de informar de todos los atracos a mano armada. Ocurrían tan a menudo que ya no eran clasificados como noticia dentro de los informativos. La mayor parte de los asesinatos y de los delitos graves en Estocolmo los cometía una pequeña camarilla de criminales duros, ésa era la tesis que Johan pensaba sostener en su reportaje.

Tenía buena relación con la novia de una de las víctimas de los últimos años. Marcó su número de teléfono. Ella le había prometido anteriormente concederle una entrevista.

Había llegado el momento de cumplir aquella promesa.

VIERNES 15 DE JUNIO

Con brazadas largas y enérgicas, Knutas iba dejando atrás metro tras metro. Sacaba la cabeza fuera del agua un segundo escaso, para tomar aire, y dentro otra vez. En el agua no sentía el peso, ni el paso del tiempo. Adquiría otra perspectiva que le hacía ver las cosas más claras.

Eran las siete de la mañana y estaba solo en la piscina de veinticinco metros de Solbergabadet. Había transcurrido una semana desde que Per Bergdal ingresó en prisión, y aunque el asesinato de Helena Hillerström se daba por resuelto, el comisario no se había quedado tranquilo. Bergdal tendría que presentarse ante el juzgado de Gotland el día 15 de agosto acusado del asesinato de su novia. Él lo seguía negando. Y Knutas se sentía inclinado a creerle. La incertidumbre lo atormentaba como un dolor de muelas pertinaz. Había hablado con SKL en Linköping el día anterior. Estaba demostrado que la sangre del hacha era de Helena. Con lo cual se podía dar por sentado que el hacha había sido el arma del crimen. Y, por supuesto, habían encontrado las huellas de Bergdal en ella. Sin embargo, seguía teniendo la impresión de que el novio era inocente.