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Llamó y sonó un timbre dentro de la casa.

Stefan Lindh abrió la puerta casi al momento. Tenía los ojos enrojecidos y mostraba signos de desesperación.

– ¿Dónde puede estar? ¿Habéis sabido algo?

Hizo las preguntas sin saludar.

– Será mejor que nos sentemos y hablemos un poco primero -respondió Knutas, que entró directamente en el cuarto de estar y se sentó en el sofá de tres plazas con la tapicería de flores estampadas, sin quitarse los zapatos ni la chaqueta. Sacó su bloc de notas-. ¿Cuándo descubriste que Frida no había vuelto a casa?

– Esta mañana, a las ocho, cuando Svante me ha despertado. Es nuestro hijo menor, tiene dos años -Stefan se sentó en un sillón de mimbre, al lado del comisario-. Los niños están en casa de mis padres. No quería que estuviesen aquí ahora que estoy tan inquieto. Tenemos dos más, una niña de cinco años y otro niño de cuatro.

– ¿Qué hiciste al comprobar que Frida no estaba en casa?

– Traté de llamarla al móvil, pero no respondió. Luego llamé a sus amigas, ninguna sabía nada. Entonces avisé a la policía. Algo después fui con el coche hasta Munkkällaren y seguí el mismo recorrido que ella tuvo que hacer para volver a casa, pero no vi nada.

– ¿Has hablado con sus padres o con otros miembros de la familia?

– Ella es de Estocolmo. Sus padres y sus hermanos viven allí. Pero no se ven ni hablan casi nunca, no tienen muy buena relación. Frida y sus padres, me refiero. Por eso no les he dicho nada. A su hermana no la he llamado porque no quería preocuparla si no era necesario.

– ¿Dónde viven tus padres?

– En Slite. Han venido a buscar a los niños hace una hora.

– ¿Cuánto tiempo lleváis viviendo aquí?

– No hace todavía un año. Antes vivíamos en Estocolmo. Nos mudamos el verano pasado. Yo he nacido y crecido aquí y tengo a toda mi familia en Gotland.

– ¿Cómo estaba Frida cuando salió de aquí? Me refiero a su estado de ánimo.

– Como siempre. Alegre, con ganas de divertirse. Se había arreglado de lo lindo. Está tan contenta de haber conocido a esas chicas… Bueno, y yo también, por supuesto. Al principio no fue fácil para ella venir a vivir aquí.

– Lo entiendo. Perdona la pregunta, pero ¿qué tal estáis Frida y tú? Me refiero a vuestra relación.

Stefan se removió un poco en su asiento. Tenía una pierna cruzada sobre la otra. Cambió de pierna y enrojeció un poco.

– Bueno, bastante bien. La verdad es que tenemos mucho que hacer. Con tres crios, estamos casi siempre liados. No queda mucho tiempo para otras cosas. Tenemos las cosas como la mayoría de la gente. No hay ningún problema serio. Tampoco estamos en el séptimo cielo, claro.

– ¿Habéis discutido o ha habido alguna crisis hace poco?

– No, al contrario. A mí me parece que todo funciona mejor últimamente. Fue duro cuando nos mudamos. Ahora parece que Frida se siente bien. Los niños están bien, encuentran divertido ir a la guardería.

– ¿Ha ocurrido recientemente algo fuera de lo normal? ¿Habéis recibido llamadas extrañas por teléfono, o ha conocido tu mujer a alguna persona nueva de la que te haya hablado? ¿En el trabajo, tal vez?

– Noo… -respondió Stefan Lindh alargando la respuesta y frunciendo el ceño-. Nada que yo recuerde en estos momentos.

– ¿En qué trabaja?

– Es peluquera, trabaja en el salón de peluquería que hay enfrente del supermercado Obs, en Östercentrum.

– Entonces conoce a muchas personas distintas. ¿No ha hablado de algún cliente especial últimamente?

– No, por supuesto que habla de muchos clientes chalados. Pero no ha habido nada especial estos últimos días.

– He visto que tenéis alarma en la casa. ¿Por qué?

– Frida quería tenerla cuando nos mudamos. Le da miedo la oscuridad y no se sentía segura. Yo viajo bastante por mi trabajo, y a veces estoy fuera de casa varios días seguidos. Todo va mucho mejor ahora que tenemos alarma.

Knutas le alargó su tarjeta de visita.

– Si Frida vuelve a casa o te llama, llámame al momento. Te puedes poner en contacto conmigo a cualquier hora llamándome al móvil. Lo llevo siempre encima.

– ¿Qué estáis haciendo? -preguntó Stefan Lindh.

– Buscar. Estamos buscando -le respondió Knutas, y se levantó del sofá.

Knutas volvió directamente a la comisaría. Los demás fueron llegando uno tras otro. Ya eran las nueve pasadas cuando se reunieron todos en el despacho del comisario. Todos habían escuchado más o menos la misma historia. Que Frida se había encontrado con un hombre con quien estuvo hablando más de una hora. Ninguna de las amigas lo había visto antes. Lo describieron como un tipo alto, guapo, con abundante pelo rubio y de unos treinta y cinco años. Una de las amigas apreció una barba incipiente. Frida y aquel desconocido habían estado coqueteando a la vista de todos y algunas veces la había tomado de la mano.

A las amigas aquello les pareció una locura. Casada y madre de tres hijos. ¿Qué diría la gente? Visby no era grande, y había muchas caras conocidas en el local.

Las otras se marcharon juntas a casa, puesto que iban en la misma dirección, pero Frida se fue sola en su bicicleta. Era cierto que le gustaba coquetear, pero no creían que fuera capaz de irse a casa de un desconocido. En eso estaban todas de acuerdo.

Sonó el teléfono móvil de Knutas. En el curso de aquella conversación, que por parte de Knutas consistió sobre todo en juramentos y murmullos circunspectos, al comisario se le mudó el color del rostro, que adquirió un tono grisáceo.

Todas las miradas estaban pendientes de Knutas cuando colgó el teléfono. El silencio en el despacho se podía cortar.

– Han encontrado a una mujer muerta en el cementerio -explicó muy serio mientras se ponía la chaqueta-. Todo apunta a un asesinato.

El chico que había encontrado el cuerpo estaba dando un paseo con su perro, que iba sin correa. Al pasar por el cementerio, el animal se fue corriendo hacia la zona de las tumbas, directo a un matorral.

Cuando el equipo de investigación llegó al lugar, ya se había reunido un grupo de personas en el cementerio. Varios policías acordonaban la zona e impedían que los curiosos se acercaran demasiado.

Uno de los policías condujo al grupo hasta el lugar del hallazgo. El cadáver de la mujer se había ocultado con ramas dispuestas de tal manera que no llamaran la atención. Knutas contempló horrorizado el delicado cuerpo tendido en el suelo. Yacía desnuda boca arriba. El cuello aparecía cubierto de sangre que le había escurrido sobre el pecho. Presentaba heridas pequeñas, de unos centímetros de longitud, en el abdomen, en los muslos y en uno de los hombros. Tenía los brazos extendidos a lo largo del cuerpo, sucios de barro. En las piernas se veían con claridad marcas de rasguños. La cara espantosamente cerúlea. «Parece una muñeca de cera», se dijo Knutas. Como si le hubieran sacado toda la sangre. Tenía la piel de un color blanco amarillento y sin brillo alguno. Los ojos, abiertos de par en par y opacos. Cuando Knutas se inclinó sobre su cabeza sintió escalofríos. Cerró los ojos y los abrió de nuevo. Un trozo de encaje negro sobresalía de la boca de la víctima.

– ¿Lo ves? -le preguntó a Karin Jacobsson.

– Sí, lo veo.

Su colega se llevó una mano a la boca. Sohlman apareció detrás de ellos.

– El forense está de camino. Casualmente se encontraba en Visby este fin de semana. A veces, uno tiene que tener suerte. Aún no hemos podido confirmar la identidad de la víctima. No lleva bolso, ni monedero, ni carné de identidad, pero sólo puede tratarse de Frida Lindh. La edad y la descripción coinciden. Además, ha aparecido una bicicleta entre unos arbustos, al otro lado del camino.

– Esto es terrible -dijo Knutas-. Sólo a unos centenares de metros de su casa…

El largo pasillo del edificio de TV, en la zona de Gardel, en Estocolmo, estaba lleno de gente. Aquella tarde se celebraba la fiesta anual de verano de la Televisión Sueca y todos los empleados de Estocolmo estaban invitados. Habían acudido más de mil quinientas personas, que daban vueltas por los enormes estudios dispuestos a lo largo del pasillo. Los días laborables se utilizaban para grabar programas de entretenimiento y algunas series, pero ahora estaban preparados para la fiesta y el baile.