Con Olle se divertía. Y se sentía segura. Con el tiempo, llegó a enamorarse de él. Enamorarse de verdad. Y habían sido muy felices. Durante muchos años. Últimamente sus sentimientos se habían enfriado. No tenía ganas de hacer el amor con él. Lo consideraba más como un amigo. Johan le había hecho sentir otra cosa.
Conectó la radio y del aparato brotaron las suaves melodías de Aretha Franklin. Tenía deseos de fumar, pero no se sentía con fuerzas para salir a hacerlo a la escalera de la entrada. Volvió a pensar en Johan. Un chico de Estocolmo que tal vez no volvería a aparecer por la isla. Mejor así. Ella quizá había estado especialmente sensible aquel día justo porque estaba tan agotada. El primer día en la escuela después del asesinato. Y casi el último. Regresó al trabajo otro par de días, para despachar lo que tenía pendiente, antes de las vacaciones de verano.
Ahora sólo quería tener tiempo para sí misma. Tener la posibilidad de recuperar el equilibrio de algún modo y ordenar sus pensamientos. Por suerte, los niños querían asistir un par de semanas más al centro de actividades extraescolares.
Aquella apatía la atormentaba. Antes, aquel tiempo solía ser estupendo. Ahora no era sino una sombra de lo que era. Su energía había desaparecido. Se cansaba sólo con salir a sacar la bolsa de la basura.
Consultó el reloj que había en la pared. Casi las once. «Tengo que poner una lavadora antes de acostarme. Joder, anímate!», se dijo enojada.
Con los brazos llenos de ropa sucia se agachó para cargar la lavadora, pero se quedó paralizada a medio movimiento. El locutor de radio acababa de comunicar que había aparecido una mujer asesinada en el cementerio de Visby.
DOMINGO 17 DE JUNIO
Cuando Johan y Peter bajaron del taxi ante el hotel Strand de Visby el domingo por la mañana, les azotó un viento frío. El tiempo había empeorado considerablemente. Notaron incluso cómo vibraba el taxi cuando venían desde el aeropuerto. Tiritando, entraron a toda prisa en la recepción. La resaca no contribuía a mejorar la situación.
Les asignaron la misma habitación que la vez anterior. «Me pregunto si es casualidad o atención», pensó Johan mientras introducía la tarjeta en la puerta. Marcó el número de teléfono de Knutas, quien le explicó que estaban colapsados de tantos periodistas como llamaban y que darían una rueda de prensa a las tres de la tarde. No pensaba hacer declaraciones antes de que tuviera lugar esa rueda de prensa.
– Algo podrás decir -insistió Johan-. ¿Ha sido un asesinato?
La voz de Knutas parecía muy cansada:
– Sí.
– ¿Cómo?
– No puedo decir nada acerca de cómo ha sido asesinada.
– ¿Qué arma han utilizado?
– Eso tampoco lo puedo decir.
– ¿Ha sido identificada?
– Sí.
– ¿Cuántos años tenía?
– Nacida en el 67. Treinta y cuatro.
– ¿Figuraba en los archivos policiales?
– No.
– ¿Es de Visby?
– Sí. Bueno, ya vale; tendrás que esperar a la rueda de prensa.
– Sólo una última pregunta. ¿Había estado de bares por la noche?
– Sí, estuvo en Munkkällaren con unas amigas. Se separaron fuera del bar, y se dirigía a casa sola en bici.
– Entonces, probablemente fue asesinada cuando volvía a casa, ¿no es así?
– Se podría sacar esa conclusión, sí -convino Knutas impaciente-. Ahora ya no tengo tiempo de seguir hablando.
– Muchas gracias. Nos veremos en la rueda de prensa. Hasta luego.
Johan y Peter se dirigieron a la calle Peder Hardingsväg para tomar imágenes del lugar del hallazgo e intentar conseguir que alguien aceptara ser entrevistado.
El punto donde habían encontrado el cuerpo estaba acordonado, pero vieron que había un policía un poco alejado controlando que nadie pasara el cordón. Trataron de hablar con él, pero enseguida comprobaron que era inútil. El policía se negó a contestar a sus preguntas. Johan se dio una vuelta por el cementerio tratando de imaginarse lo que había ocurrido mientras Peter filmaba, la mujer había ido en bicicleta desde el bar hacia su casa. ¿Fue allí donde encontró a su asesino? Apenas habían pasado dos semanas desde la muerte de Helena Hillerström. El novio estaba detenido, pero si su confidente había entendido bien las cosas, la policía creía que el autor era el mismo. Se trataba, en tal caso, de un asesino en serie que podría volver a atacar en cualquier momento. Allí, en la pequeña isla de Gotland. Increíble. Su confidente intentaría averiguar más datos. Y aunque la policía creyera que se trataba del mismo asesino, dudaba de que se lo fueran a confirmar. Dos mujeres brutalmente asesinadas en un par de semanas. Justo antes de que empezara la temporada turística. La policía estaría más que interesada en que la información se mantuviera en secreto.
Remaba con movimientos tranquilos, decididos. Los toletes chirriaban. Tenía que engrasarlos. Hacía mucho tiempo que no salía con la barca. Varios años. Había reparado el agujero del fondo. Ahora la había bajado hasta el agua. Sabía adonde quería llegar. Quería llegar hasta el cabo, luego se daría por satisfecho. Había visto el sitio. La idea se le ocurrió por la noche. Estuvo despierto, pensando. No iba a cometer el mismo fallo que la otra vez. Entonces perdió el control. Embriagado por el triunfo, mezclado con el miedo. Sorprendido por su propia capacidad. Había sido capaz de llevar a cabo su plan. Estaba tan orgulloso como asustado. Sobre todo, orgulloso. Ahora sentía otra tranquilidad. Sabía de lo que era capaz. Esta vez no darían con el arma del crimen.
Por suerte el mar estaba en calma. Estuvo pensando si no debería llevarse una caña de pescar, sólo como tapadera por si alguien le veía. Pero no, no hacía falta. ¿Quién iba a preocuparse de lo que hacía en la barca? No tenía por qué dar explicaciones a nadie. A la mierda con toda la gente que no tenía ni idea de lo que estaba haciendo. A la mierda con el resto del mundo. Después de todo, no había nadie que se preocupara. Que comprendiera. Estaba solo. Siempre lo estuvo. Pero ahora era fuerte. Los generosos rayos del sol lo tonificaban. Iba en pantalones cortos. Remaba de tal manera que estaba empezando a sudar. Bajó la vista hacia su propio pecho, henchido. Velludo y musculoso. Sería capaz de salir airoso de aquello, se sentía imbatible. Se rio a carcajadas. Sólo le oyeron las gaviotas.
En la sala de reuniones de la policía judicial, reinaba un ambiente tenso. Eran las doce y la dirección del grupo de investigación se había reunido para repasar lo último sobre el nuevo asesinato antes de la conferencia de prensa. La jefa provincial de la policía se hallaba presente. Sentada al lado de Knutas, se mostraba preocupada. Sohlman, Wittberg, Jacobsson y Norrby estaban sentados a un lado de la mesa y al otro lado, el fiscal Smittenberg, el comisario Martin Kihlgárd y Björn Hansson, de la Policía Nacional.
– Estamos ante una situación nueva y extremadamente grave -comenzó Knutas-. Parece que nos encontramos ante un único asesino. Con lo cual, el novio de Helena Hillerström, Per Bergdal, ya no puede ser considerado como sospechoso de su asesinato. Birger ha decidido que lo pongan en libertad inmediatamente.
El fiscal asintió con la cabeza. Knutas continuó:
– Pues bien, hay muchos indicios que apuntan a que es el mismo individuo quien está detrás de los dos asesinatos. Hay semejanzas que apuntan en esa dirección. Las mujeres han sido agredidas fuera de casa y las dos han aparecido con las bragas metidas en la boca. Sin embargo, el asesino ha usado armas distintas. Como todos vosotros seguro que ya sabéis, esto es rarísimo tratándose de un asesino en serie y lo único que habla en contra de que sea el mismo individuo. La primera víctima, Helena Hillerström, fue asesinada con un hacha. Murió del primer golpe que recibió en la cabeza. Después, el asesino asestó diez hachazos más contra diferentes partes del cuerpo, en lo que parece que fue un acceso de furia. Según el estudio preliminar del forense, la segunda víctima, Frida Lindh, murió de un navajazo que le seccionó la carótida. Después, el asesino se ensañó con la navaja en diferentes partes del cuerpo. Al menos diez, también en este caso. No dirigió ningún golpe contra los órganos sexuales. El arma empleada es algún tipo de elemento punzante, probablemente un cuchillo. No ha aparecido. Helena Hillerström, como sabéis, no fue sometida a ningún tipo de abuso sexual y nada apunta a ello tampoco en este caso, aunque no lo sabremos con seguridad hasta que no tengamos el informe preliminar de la autopsia de Frida Lindh. Tardará unos días. Así pues, las dos víctimas han aparecido con las bragas metidas en la boca. En las de Helena Hillerström no había restos de esperma. Las de Frida Lindh están camino del SKL para que las analicen. Vamos a ver unas imágenes.