Apagaron la luz y Knutas proyectó una tras otra las imágenes en una pantalla. Reinaba en la sala un silencio total.
– Primero tenemos las imágenes de Helena Hillerström, asesinada el 5 de junio. Como veis, su cuerpo fue sometido a una violencia brutal. Ninguna parte del cuerpo fue objeto de más violencia que las demás, no hay violencia dirigida contra los órganos sexuales.
Se proyectaron unos primeros planos de Helena Hillerström.
– ¡Joder! -susurró Norrby.
– Después tenemos a la otra víctima -continuó Knutas-, Frida Lindh, asesinada anteanoche. Diez días después del primer crimen. El cuerpo apareció en el cementerio. También estaba desnuda. En este caso, la víctima perdió mucha sangre, como veis. También recibió varios golpes. Tampoco hay en este caso signos externos de violencia sexual.
– ¿Qué pueden significar las bragas en la boca? -preguntó Wittberg, como para sí mismo-. ¿Por qué hace eso?
– Sí, es muy raro -convino Kihlgárd-. ¿Conocía el asesino a las mujeres? ¿Ha tenido una relación sexual con ellas? ¿Lo dejaron y ahora quiere vengarse? ¿O se trata de un asesino que odia a las mujeres en general?
Kihlgárd se calló y se metió un trozo de galleta de chocolate en la boca. Unas pocas migas le cayeron en las rodillas.
Knutas sintió repugnancia y se preguntó para sus adentros cómo era capaz aquel tío de comer en un momento así.
Apagó el proyector.
– Tenemos que encontrar la relación entre las víctimas. Si es que hay alguna -precisó, y siguió hablando a oscuras-: Lo que sabemos hasta ahora que tienen en común ambas mujeres es lo siguiente: las dos tenían estrechas relaciones tanto en Estocolmo como en Gotland. Helena Hillerström nació y creció aquí, y la familia conservaba la casa de veraneo a la que ella venía al menos un par de veces al año. Además, tenía familiares y muchos amigos en la isla. Frida Lindh era de Estocolmo, pero estaba casada con un chico de Gotland. Hace algo más de un año que se mudó aquí con su familia y se fueron a vivir a Södervärn. Según su marido, querían intentar vivir en Gotland, puesto que él es de aquí y tiene muchos familiares. Aún no sabemos si las víctimas se conocían entre sí. Las dos mujeres tenían alrededor de los treinta y cinco, sólo había un año de diferencia entre ellas, y eran atractivas. Es cuanto sabemos en estos momentos. Quiero que formemos un grupo de trabajo que se encargue de investigar la vida de las dos mujeres y de las personas que tenían a su alrededor. Otro grupo se encargará de consultar el archivo de asesinos y violadores de Suecia, en primer lugar los de Estocolmo, para ver si hay alguno que tenga relación con Gotland. Todo el país tiene la mirada puesta en nosotros. Por no hablar de los medios de comunicación. Desde ahora tenemos que aunar todas nuestras fuerzas para detener al criminal antes de que cometa un nuevo asesinato. He pedido a Estocolmo más refuerzos de la Policía Nacional. Vamos a organizamos para realizar una búsqueda interna y otra externa. Kihlgárd y Hansson nos ayudarán, sobre todo, con los interrogatorios y en el rastreo de violadores que aparezcan en el registro de delincuentes. Tenemos que explorar todas las vías que nos puedan llevar a la detención de ese tipo. Algunos policías de aquí tendrán que desplazarse otra vez a Estocolmo. Hay las mismas posibilidades de que el asesino se encuentre allí como aquí.
– La verdad es que parece muy probable que el asesino viva en Estocolmo -intervino Wittberg-. Helena Hillerström sólo venía a Gotland un par de veces al año, y en esta ocasión sólo tuvo tiempo de estar aquí dos días antes de que actuara. Y Frida Lindh vivía en Estocolmo hasta hace un año. Cabe la posibilidad de que entraran en contacto con él allí, puede que hayan tenido una relación con él. A lo mejor aún continuaba. ¿Sabemos si Frida Lindh solía viajar a Estocolmo? ¿Cuántas veces ha estado allí desde que se trasladó a vivir aquí? Tal vez viajara para reunirse con sus familiares y mantener una relación al mismo tiempo.
– En ese caso, sería muy astuto por su parte asesinar a las mujeres aquí. Entonces la atención se fija en Gotland y él puede viajar tan tranquilo de vuelta a Estocolmo -dijo Norrby.
– ¿Estamos seguros de que no conocía de antes al hombre del bar ni Munkkällaren? Tal vez sólo simuló que no lo conocía delante de sus amigas. ¿Y si ya tuviesen una relación? -soltó Sohlman.
– También puede que fuera un cliente -opinó Karin-. Frida trabajaba en un salón de peluquería en Östercentrum, que está en la galería, al lado del supermercado Obs. Puede que lo conociera allí, es un trabajo bastante expuesto al público. Cualquier loco puede haberla espiado durante días, sin que ella lo supiese.
– Es una posibilidad, claro está-admitió Knutas-. Aún no hemos tenido tiempo de hablar con sus compañeras de trabajo. ¿Puedes hacerte cargo tú de lo de la peluquería?
Karin asintió al tiempo que lo anotaba en su libreta.
– A mí me parece que puede tratarse perfectamente de un loco que elige a sus víctimas al azar-comentó Kihlgárd-. Quizá Helena Hillerström sólo tuvo la mala suerte de encontrarse en Gotland justo cuando empezó a actuar. La vio en algún sitio, la siguió y esperó la ocasión, así de simple.
– Eso sería terrible -manifestó Karin-. Entonces puede atacar a cualquier mujer, en cualquier momento.
Una sensación de malestar se extendió por la sala. Todos empezaron a pensar en su esposa, su novia, sus hermanas y amigas. Nadie estaba seguro.
– Podríamos seguir especulando hasta el infinito, pero ahora se trata de investigar los hechos -cortó Knutas, para añadir, tras mirar el reloj-: Bueno, lo dejamos aquí de momento. Como sabéis, hay una rueda de prensa a las tres. Nos volvemos a reunir después, para hablar de cómo nos vamos a repartir el trabajo. ¿Os parece bien a las cinco?
Karin Jacobsson y Anders Knutas se fueron a una pizzería que estaba a unas manzanas de la comisaría. Comieron deprisa y en silencio. Después de haber trabajado juntos durante quince años, se entendían perfectamente. A veces bromeaban acerca de ellos mismos, tachándose de vieja pareja de luchadores, aunque la diferencia de edad era notable. Karin Jacobsson iba a cumplir ese año los treinta y siete y Anders Knutas tenía cuarenta y nueve. A él le parecía encantadora. Siempre se lo había parecido. El hueco que tenía entre los incisivos no le impedía tener siempre dispuesta una amplia sonrisa. Muchas veces, trabajando con ella, él había pensado que con aquella sonrisa podía llegar lejos. Trabajar con sus colegas masculinos no había sido siempre fácil, y menos cuando Karin se incorporó al grupo. El hecho de que fuera bajita (medía sólo 155 centímetros) no contribuyó a facilitar las cosas, pues hizo que sus colegas adoptaran aún más la actitud de hermanos mayores. Pero demostró ser lista y tener iniciativa y se ganó pronto su respeto.
Karin se tragó el último bocado de pizza.
– ¿En qué estas pensando? -preguntó al comisario.