– En el hombre del bar. Frida Lindh estuvo hablando con él más de una hora. La cuestión estriba en saber quién es. Debería ponerse en contacto con nosotros cuando se entere de lo del asesinato.
– ¿Salieron juntos?
– No. Parece que él abandonó el local una media hora antes de que ellas salieran. Según sus amigas, Frida estaba sola cuando se subió a la bicicleta en dirección a su casa.
– ¿Qué piensas de que tanto Helena como Frida puedan haber mantenido una relación con el mismo hombre? ¿Quizá el que Frida encontró en Munken?
– Claro que puede haber sido así. Aunque parece que no han sido violadas, la motivación podría muy bien ser de tipo sexual. Eso parecen indicar las bragas en la boca. Lo raro es que haya utilizado armas distintas. Primero un hacha, después un cuchillo. Me pregunto por qué.
– Sí, es incomprensible -asintió Karin-. Puede que sólo lo haga para confundirnos.
Knutas volvió a apoyar la espalda en el respaldo de la silla.
– Me pregunto si no deberíamos concentrarnos en Estocolmo. Es muy probable que conocieran al asesino allí. Elige asesinarlas en Gotland para despistar. Quiere que busquemos aquí.
– De todos modos, tenemos que controlar a los clientes de Frida -sostuvo Karin-. Puede ser uno de ellos. No llevaba mucho tiempo trabajando. Creo que unos cinco o seis meses. Sólo había vivido aquí un año y todos sus conocidos eran nuevos. Cierto que el asesino puede ser de Estocolmo, pero de todas formas tiene que haber estado cierto tiempo en Gotland para espiarlas. Enterarse de dónde vivían, de lo que solían hacer y por dónde se movían. A mí me parece que lo tenía todo bien planeado.
– Estoy de acuerdo contigo. También pienso que las muertes fueron planeadas, pero tendremos que intentar mantener abiertas todas las vías de investigación. Es muy fácil bloquearse. Este caso es jodidamente desagradable -resumió Knutas meneando la cabeza-. ¿Nos da tiempo a tomar un café rápido?
– Sí, gracias, con leche. Sin azúcar.
– Ya lo sé.
Habían tomado café juntos montones de veces.
Ya le daba igual. Y aunque sabía perfectamente que no debía hacerlo, decidió llamarla. Contra todo pronóstico se encontraba de nuevo en Gotland, y había pensado tanto en Emma que no podía dejar de llamarla. Tenía muchas ganas de hacerlo. Estaba sentado en la cama de la habitación del hotel, angustiado. «Esto no tiene por qué significar nada -pensó-. Podemos hablar un poco. Después de todo, no es tan peligroso.» Tenía que salir enseguida hacia la rueda de prensa y después iba a estar muy ocupado el resto de la tarde. Eso ya lo sabía.
Levantó el auricular y marcó el número, que tenía apuntado en un papelito arrugado.
Oyó el primer tono, el segundo…
«No, joder, lo mando al carajo -se dijo-. Imagínate que contesta su marido…» No obstante, no colgó el teléfono.
– Emma Winarve.
Una gozosa calidez le recorrió el cuerpo al oír su voz.
– Hola, soy yo. Johan Berg. De Noticias Regionales. ¿Qué tal estás?
Tres segundos de silencio. Apretó los dientes angustiado.
– Estoy bien. ¿Estás aquí, en Gotland?
Le pareció atisbar un tonillo de alegría en su voz.
– He vuelto. Por ese otro asesinato, ya sabes. ¿Qué haces? ¿Te molesto?
– No, no hay ningún problema. Olle se ha ido con los niños a la piscina. ¿Y tú, cómo estás?
– He pensado en ti -dijo conteniendo la respiración.
– ¿Ah, sí? -le oyó decir con tono vacilante.
Sintió deseos de morderse la lengua. ¡Joder!
– Yo también he pensado en ti -añadió.
Johan pudo respirar de nuevo.
– Oye, ¿no podríamos vernos?
– No sé si puedo.
– Sólo un momentito…
Se había despertado una esperanza y volvió a su propio ser. Tenaz e insistente.
– ¿Puedes esta tarde?
– No, no puedo. Tal vez mañana. De todas formas, tengo que ir al centro.
– Estupendo. Entonces, mañana.
La sala donde iba a tener lugar la rueda de prensa estaba ya llena a rebosar cuando entraron Anders Knutas y Karin Jacobsson, antes de la hora indicada. Esta vez no sólo estaban representados los medios locales, sino también los diarios de la mañana de difusión nacional, los periódicos vespertinos, la agencia de noticias TT, Ekot, varios canales comerciales de televisión y el canal público de Televisión Sueca, además de Johan y Peter de Noticias Regionales.
La sala era un hervidero de murmullos. Los reporteros buscaban sitio entre las filas de sillas. Preparaban los bolígrafos y hacían ruido al pasar las hojas de sus blocs. Algunos llevaban aparatos para transmitir por radio. Los fotógrafos y los cámaras de televisión se situaban en lugares estratégicos e instalaban sus equipos. Los micrófonos se disponían uno junto a otro en uno de los lados de la mesa alargada.
La avalancha de periodistas obligó al grupo de investigación a cambiar la sala en el último momento. Ahora estaban en la gran sala de conferencias, en otra parte de las dependencias policiales. La gobernadora civil había llamado para comunicar que quería estar presente.
«Qué pintará aquí», pensó Knutas mientras se abría paso entre aquel montón de gente y comprobaba que Martin Kihlgárd y el jefe provincial de la policía ya se encontraban sentados a la mesa.
El murmullo de la sala cesó cuando Knutas les dio la bienvenida. Se presentó a sí mismo, presentó a los compañeros que compartían la mesa con él, y comenzó dando cuenta de forma breve del último asesinato. La policía deseaba ser generosa con la información, y al mismo tiempo era importante evitar que se filtrara información que pudiera perjudicar la investigación. Un equilibrio difícil.
Cuando terminó, abrió un turno libre de preguntas.
– ¿Hay similitudes entre este asesinato y el de Helena Hillerström? -preguntó un periodista.
– Hay ciertas similitudes. Pero, lamentándolo mucho, no puedo hablarles de ellas.
– El arma, por razones evidentes, no puede haber sido la misma -dijo uno de los reporteros de la prensa local haciéndose el sabihondo-. Pero ¿se ha usado ahora el mismo tipo de arma? La segunda víctima, ¿ha sido también asesinada con un hacha?
– No. El último asesinato se ha cometido con un arma punzante.
– ¿Un cuchillo, entonces?-preguntó Johan.
– Es demasiado pronto para decir de qué tipo de arma punzante se trata.
– ¿Hay testigos? -preguntó el reportero de GT.
– De momento, parece que nadie ha visto ni oído nada. Estamos entrevistando a numerosas personas.
– ¿Sospechan que pueda tratarse de la misma persona que la vez anterior?
– Sí y no, las dos cosas. Algunos indicios parecen dar a entender que no es ése el caso, como, por ejemplo, el que el autor haya usado un arma distinta. Pero otras circunstancias apuntan a que podría tratarse del mismo individuo, así que en la situación actual no lo sabemos. Lógicamente, no podemos descartar esa posibilidad.
– ¿Han encontrado alguna relación entre las víctimas, además de que ambas fueran mujeres y de la misma edad?
– Eso no puedo comentarlo para no entorpecer la investigación. Lo único que les diré es que las dos tenían relaciones en Estocolmo y en Gotland.
– ¿Podría darse el caso de que el asesino hubiera venido de Estocolmo?
– Por supuesto.
– ¿Por qué no se busca allí?
– Lo hacemos.
– ¿Dónde?
– A eso no te puedo responder, como comprenderás.
– ¿Hay coincidencias en la forma en que ambas han sido asesinadas? -preguntó Johan.
– Acerca de eso no puedo decir nada.
La frustración era enorme entre los reporteros, pero Knutas no cedió. El equipo que llevaba la investigación había decidido no revelar nada acerca de cómo había sido asesinada Frida Lindh. El campo quedaba abierto para la especulación.
– ¿Se trata de un asesino en serie? -preguntó una periodista de Radio Gotland.