– Pues a veces el cliente y ella podían bromear con alusiones sexuales, por ejemplo. A mí eso no me parece de buen tono. Visby es una ciudad pequeña. Aquí mucha gente se conoce.
– ¿Hablaste con ella de esto?
– Sí, lo hice la semana pasada. Frida y un cliente estaban bromeando y ella se reía tanto que no podía parar. Era sábado, trabajábamos sin cita concertada, y había un montón de personas aquí sentadas esperando. Se comportaba como si no se diera cuenta de nada. El cliente se lo pasaba de maravilla con sus risitas, tan animado estaba que no hacía más que seguirle la broma. Tardó más de una hora en hacer un corte de caballero normal. Entonces hablé con ella.
– ¿Cómo reaccionó Frida?
– Se disculpó y prometió que no volvería a suceder. La creí.
– ¿Cuándo ocurrió esto? La semana pasada, has dicho, ¿no?
– Sí, tuvo que ser el sábado pasado.
– ¿Conocías al cliente de haberlo visto con anterioridad?
– No, era nuevo. No le había visto nunca antes.
– ¿Puedes describirlo?
– Diría que era algo mayor que ella. Alto, de aspecto agradable. Por eso Frida se pondría así.
– ¿Crees que era de Gotland?
– No, no hablaba con acento de Gotland. Lo habría notado, con el rato que estuvieron armando jaleo… Tenía acento de Estocolmo.
– ¿Te dio la impresión de que ya se conocían?
– No lo creo.
– ¿Recuerdas cómo iba vestido?
– No, la verdad es que no. Supongo que bastante correcto. Si su ropa hubiera tenido algo especial, me habría fijado.
– Y los nombres, ¿apuntáis los nombres de los clientes que entran sin cita previa?
– No, ésos no. No lo hacemos.
– ¿Has vuelto a ver a ese cliente después?
– No.
– ¿Has notado algo más en el trabajo? ¿Alguien que haya mostrado algún interés especial por Frida?
– No. Sin duda era popular, pero no advertí nada especial. Aunque puedo preguntárselo a Malin, que también trabaja aquí.
– Con ella ya hemos hablado. ¿Tienes algún empleado más?
– No, somos sólo nosotras tres. Bueno, éramos.
En aquel momento sonó un timbre en el salón. Ya había pasado el tiempo del secador y la peluquera se levantó.
– Tendrás que disculparme, pero ahora tengo que trabajar. ¿Querías algo más?
– No. Si te acuerdas de algo, no dudes en llamarme. Aquí tienes mi tarjeta.
– ¿Hay motivos para que Malin y yo nos sintamos amenazadas? ¿Crees que alguno de nuestros clientes es el asesino?
– Por lo que sabemos hasta ahora, no hay nada que apunte en esa dirección. Aunque nunca está de más prestar especial atención a las personas que se muevan por aquí cerca. Si veis o escucháis algo sospechoso, no tenéis más que llamar.
Sentado en su despacho, Knutas cargaba la pipa. Estaba repasando de nuevo lo que sabía de los dos asesinatos. Había, sobre todo, dos cuestiones que no podía quitarse de la cabeza. Las armas de los crímenes y las bragas.
Helena Hillerström fue asesinada con el hacha de su familia. El autor del crimen la robó de la caseta, tal como afirmaba Bergdal. ¿Cómo era posible que hubiera estado tan cerca de Helena? Tenía que llevar un tiempo espiándola. Si no era algún conocido suyo, claro, alguno de los que participaron en la fiesta, por ejemplo.
A Frida Lindh la mataron con un cuchillo. ¿Por qué decidió el asesino utilizar distintos tipos de arma? Quizá porque no quería andar por la ciudad con un hacha escondida dentro de la cazadora. Un cuchillo era mucho más fácil de llevar. Podía ser así de sencillo. Probablemente la estaba esperando junto al cementerio. Lo cual significaba que sabía dónde vivía. ¿Sería alguien a quien ella conocía? Aquel hombre misterioso del bar en Munkkällaren no había dado señales de vida.
El barman lo recordaba muy bien, pero no creía haberle visto antes por allí. Ni tampoco después de aquella tarde. Los interrogatorios del resto de los empleados que trabajaron el viernes por la tarde no habían aportado nada. Si el asesino la había estado siguiendo durante algún tiempo y decidió matarla, ¿por qué eligió aquel momento? Corrió un gran riesgo al actuar en la ciudad, donde era muy fácil que lo vieran. Además, el riesgo de que el cuerpo fuera descubierto muy pronto era evidente.
Y encima, lo de las bragas. Knutas había analizado todos los casos similares ocurridos en Suecia, e incluso en el extranjero. En todos ellos, cuando el criminal había hecho algo parecido, también violó a la víctima o cometió otros abusos sexuales. No sabría si Frida Lindh había sido violada hasta que no recibiese el informe preliminar de la autopsia, pero nada hacía suponer que hubiera sido así.
Un grupo de especialistas de la policía nacional estaba trabajando para reunir datos sobre casos anteriores de asesinos que habían actuado de manera parecida. Sus colaboradores más cercanos, Wittberg, Norrby, Jacobsson y Sohlman, estaban ocupadísimos haciendo interrogatorios y resumiendo los que ya habían realizado. La sección de medicina legal de Solna tenía que presentar un informe preliminar sobre Frida Lindh, y con respecto a los análisis del SKL, no podían hacer otra cosa sino esperar su respuesta. Todo estaba en marcha. Sin embargo, le corroía la impaciencia. Lo mirara como lo mirase, siempre llegaba a la misma conclusión: había muchos detalles que apuntaban a que las víctimas conocían a su verdugo. También era lo más frecuente en los casos de asesinato. Frida tenía un grupo reducido de amistades en Gotland. Cierto que mucha gente la conocía, pero no había tenido muchas amistades. No era en absoluto improbable que hubiera encontrado a su asesino en el salón de peluquería.
En el caso de Helena Hillerström tampoco eran muchas las personas con quienes se relacionaba en Gotland, además de los familiares. En resumidas cuentas, no eran más que los asistentes a la fiesta. De nuevo fue el rostro de Kristian Nordström el que acudió a su mente. Aunque ya habían interrogado a Nordström, Knutas quería hablar con él de nuevo. Decidió ir hasta su casa. Sin avisar.
Eran las cuatro de la tarde. El calor propio del verano por fin había llegado, y de verdad. Tenían veintiocho grados y el viento estaba en calma. Su Merca estaba aparcado en su recuadro habitual fuera de las dependencias policiales, y Knutas advirtió con indignación que le estaba dando el sol de lleno. Cuando abrió la puerta del coche fue como entrar en un horno. Lanzó la chaqueta a la parte trasera y se quemó en el asiento cuando se sentó. El coche no tenía aire acondicionado. Bajó la ventanilla. Eso fue un alivio. Pero los vaqueros se le pegaban a las piernas. «Tenía que haberme puesto pantalones cortos», pensó. El calor le irritaba y le impedía pensar con claridad. Torció hacia arriba por la calle Norra Hansegatan y unos minutos después se encontraba ya fuera de la ciudad. En dirección norte hacia Brissund, a diez kilómetros de Visby.
Cuando llegó a la dirección de Kristian Nordström, quedó impresionado por la maravillosa vista.
La moderna casa de madera se elevaba sola y majestuosa sobre una roca alta con vistas sobre el mar y al antiguo pueblo pesquero de Brissund. La casa estaba construida en forma de semicírculo siguiendo la forma de la roca, y era como si la construcción trepase por la pared de la roca. Unos enormes ventanales se abrían en toda la fachada, y una amplísima terraza de madera miraba al mar. Un jeep Cherokee de color verde oscuro estaba aparcado fuera. Knutas estaba sudando. Salió del coche, buscó la pipa y se la puso en la boca sin encenderla. Se dirigió hacia la puerta, pintada de azul. «Como en Grecia», pensó, y llamó al timbre. Hacía mucho tiempo que no salía al extranjero. Oyó el sonido del timbre en el interior de la casa. Esperó. Nada. Volvió a llamar. Esperó. Chupó la pipa. Decidió dar una vuelta alrededor de la casa. El mar estaba en calma. El sol abrasaba. El aire zumbaba. Entornó los ojos hacia el sol haciendo visera con la mano. Miles de puntos muy concentrados caían desde el cielo como un enjambre gigante. Era casi insoportable. Miró hacia abajo, al suelo, y se dio cuenta de que eran mariquitas. Los diminutos insectos rojos con sus puntitos negros brillaban en el césped de delante de la casa. En cada brizna de hierba había una mariquita. Qué curioso. Volvió a mirar hacia el sol. Parecía como un remolino de nieve en invierno. Sí, eso era. Un remolino de mariquitas. Subió a la terraza por la parte trasera. La casa parecía vacía y deshabitada. Echó una ojeada al interior a través de uno de los ventanales que llegaba hasta el suelo.